El calvario de un peronismo sin dólares ni conductor
Cristina impuso su visión en la lucha contra la inflación y mira con temor la disparada del blue; las diferencias ideológicas alimentan amenazas de una ruptura tras las elecciones
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“La unidad sola no alcanza”. El concepto es de Cristina Kirchner y lo repiten en estos días sus fieles de La Cámpora, como una refutación indisimulada del esfuerzo denodado de Alberto Fernández por fingir un rumbo común en la coalición peronista.
Cristina dispara demandas a prudencial distancia del Gobierno. Se mantiene en la coraza de pesimismo que confesó en la carta incendiaria con la que dinamitó el gabinete nacional después de la derrota en las PASO y nunca termina de concederle al Presidente el alivio de un guiño aprobatorio.
El peso de sus intervenciones traza caminos que el Gobierno finalmente adopta, a menudo descolocado. Es un liderazgo part time, insuficiente para dotar a la administración de una bitácora previsible, pero con una fuerza que alcanza para devaluar al resto de las figuras del oficialismo.
En el respaldo de ella se sostiene el poder de Roberto Feletti para arrastrar al Frente de Todos a una cruzada contra los empresarios de alimentos. El secretario de Comercio impuso por la fuerza el congelamiento de 1400 productos por 90 días, sin detenerse en las promesas del Presidente y del jefe de Gabinete, Juan Manzur, de que todo se haría “en un marco de diálogo y acuerdo”.
Fernández giró en el aire y se puso al frente de la batalla, herido y todo. En dos reuniones que tuvo esta semana con intendentes y dirigentes del Frente de Todos llamó a convertir la pelea por los precios en un foco central de la campaña de cara a las legislativas del 14 de noviembre. No lo detuvo el peligro de exponerse a un fracaso medible: ¿a quién culpará el electorado si el plan fracasa o deriva en problemas de abastecimiento, como advierten empresarios del sector alimenticio?
Se trata de una cuestión simbólica, admiten en el Gobierno. El argumento que plantean Cristina y La Cámpora consiste en que no se puede negociar amablemente con los formadores de precios a tres semanas de las elecciones. Hay que señalar a un enemigo y mostrar vocación de combatirlo. Los controles estatales en los supermercados serán intensivos. “Épicos”, los describe un funcionario del ala kirchnerista.
De ahí a suponer que el Plan Feletti podrá reescribir las leyes de la economía hay un largo trecho. El primero que descree de los controles de precios como estrategia para corregir la inflación es el propio Feletti. Lo habló con Martín Guzmán en el almuerzo que compartieron el martes. El ministro de Economía se encontró el conflicto abierto apenas aterrizó de la gira por Estados Unidos en la que intentó convencer a inversores de que la Argentina se encamina a un ordenamiento macroeconómico y un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Hay que poner un torniquete para que no se siga licuando el poder adquisitivo de los salarios, insisten en el kirchnerismo para convalidar la receta de Feletti. El desbande de los precios se come a tajadas los beneficios que decreta a diario el Gobierno para torcer el resultado de las PASO y revertir el creciente malestar ciudadano que pone el marco a la temporada electoral. La medida está pensada también para atravesar diciembre, con los miedos que despierta siempre el mes de las Fiestas y los reclamos sociales. Pero todo se traduce en misterio cuando se pregunta por el 7 de enero, cuando deja de regir el congelamiento.
“El problema es que nadie sabe quién tomará las decisiones en ese momento. No estamos ahora para pensar en el larguísimo plazo”, se sincera, con ironía, un funcionario con despacho en la Casa Rosada.
La urgencia cortoplacista no es gratuita. La desconfianza embarga a los actores de la economía, desde el gran inversor hasta el ciudadano de a pie, y propicia nuevos capítulos de la crisis.
En el kirchnerismo piden mayor “identidad ideológica”. Temen que la coalición quede condenada al calvario de administrar dos años de miseria con la única misión de “llegar” a 2023 y entregar el poder a Juntos por el Cambio
El precio del dólar blue es una luz carmesí que se enciende y que puede convertir en un mal chiste las expediciones de inspectores a sacar fotos y tomar apuntes en los supermercados.
Para Cristina Kirchner, la inestabilidad cambiaria siempre fue un límite. Ha marcado en reuniones reservadas su preocupación por la falta de respuesta del Banco Central para controlar el mercado informal. Las vueltas y más vueltas al cepo en los mercados legales resultan insuficientes para achicar la brecha. La barrera psicológica de los 200 pesos se puede quebrar la semana que empieza, mientras escasean reservas para anclar el blue vía operaciones con bonos. La emisión acelerada de las últimas semanas pasa factura.
La falta de dólares incluso está provocando un freno en la producción, con casos notables como los que padecen las fábricas de autopartes, que sufren para conseguir componentes e insumos importados vitales para seguir operando.
En paralelo
La inquietud empresarial va en aumento. El Presidente tiende puentes para un supuesto acercamiento y un secretario de Comercio los quema. Guzmán y Manzur van a Nueva York a ratificar la voluntad de acuerdo con el FMI y La Cámpora publica videos en los que sus militantes claman: “¡Esa deuda que dejaron no la vamos a pagar!”. Los discursos de Cristina buscan sintonizar con ese sentimiento rebelde, sin blanquear si la ruptura es de verdad la opción que promueve o si presta su reputación a un juego de policía bueno/policía malo.
Fernández gestiona la incongruencia como si los demás no fueran capaces de ver el espectáculo. Los funcionarios que viajan a Estados Unidos vuelven deprimidos al ver que, detrás de los gestos amables, solo encuentran escepticismo.
El FMI le enrostró por escrito a Guzmán la carencia de un plan económico para sentarse a negociar. El ministro da a entender que tiene las manos atadas hasta que pasen las elecciones. ¿Y después?
La pregunta remite a otra: ¿qué hará Cristina? Cuando su gente repite eso de “con la unidad sola no alcanza” pone en el tapete la discusión sobre si un gobierno kirchnerista tiene que asumir un programa de ajuste como el que, inevitablemente, se requiera para pactar con el FMI. A Fernanda Vallejos la silenciaron después de sus insultos contra el Presidente, pero el espíritu de sus audios vive en los actos de La Cámpora y en las críticas que lanzan dirigentes leales a la vicepresidenta, como el renacido Amado Boudou. “¿A dónde nos están llevando?”, es una frase repetida hasta el hartazgo en ese ambiente.
Guzmán y el ajuste
Cristina sigue despotricando contra Guzmán por el ajuste del gasto, que licuó las jubilaciones y sueldos públicos. La lluvia de “platita” después de la derrota es apenas maquillaje, movido por el susto de perder el poder. El ministro buscó un baño de simbolismo con el bautismo de un salón del Palacio de Hacienda en homenaje a las Abuelas de Plaza de Mayo. Se fotografió con Estela de Carlotto, al tiempo que lo denostaba en público Hebe de Bonafini. No abundan soluciones fáciles en el peronismo unido.
EL SALÓN ROJO DEL MINISTERIO DE ECONOMÍA AHORA SE LLAMA "ABUELAS Y MADRES DE PLAZA DE MAYO"@Martin_M_Guzman recibió a Estela de Carlotto y Taty Almeida para coordinar acciones conjuntas por la #memoria y la #verdad. pic.twitter.com/fcyrWNGlXy
— Ministerio de Economía de la Nación (@Economia_Ar) October 21, 2021
El dilema hoy irresoluble es que cualquier plan que pueda pasar la aprobación del board del FMI deberá incluir medidas de equilibrio fiscal que derivarán en un aumento significativo de tarifas (al menos como la inflación) y continuar con el recorte de partidas sociales sensibles por efecto de la suba de precios.
¿Estará dispuesto Fernández a avanzar por ese camino, ante el riesgo de que precipite la fractura tan temida en el Frente de Todos? “El kirchnerismo tampoco ofrece una alternativa. ¿Alguien puede creer que la solución es el default?”, se queja un dirigente albertista. Marzo, cuando empiezan a caer los vencimientos pesados del préstamo que tomó el gobierno de Mauricio Macri, es un abismo en la ruta del oficialismo.
Las intrigas arrecian. Todavía hay sectores del peronismo que imaginan una reconversión del Gobierno hacia el pragmatismo económico después de las elecciones. Ver para creer. Es lo que sugirió Manzur en Nueva York, mientras Feletti lo desautorizaba de hecho en Buenos Aires. Gustavo Beliz se reunió en Washington con Jake Sullivan, asesor clave de Joe Biden, con el mismo objetivo de transmitir vocación de racionalidad.
El dilema es que todas las rabietas se topan con la certeza de que Alberto y Cristina se necesitan para subsistir. Y el destino del peronismo va atado al de ellos
Ese mensaje no entusiasma al sector más ruidoso del Frente de Todos, donde se habla sin mucho tapujo del temor a “una traición”. Los kirchneristas de raíz se sienten interpelados por el crecimiento electoral de la izquierda. En debates de digestión de la derrota en las PASO emergió una y otra vez el reclamo de una orientación ideológica más nítida del Gobierno que integran. De lo contrario, creen que la coalición quedará condenada al calvario de administrar dos años de miseria con la única misión de “llegar” a 2023 y entregar el poder a Juntos por el Cambio. En esas tertulias se habla de futuros reemplazos. Nadie sale invicto. Pero hay nombres recurrentes, como el del ministro de Desarrollo Productivo, el albertista Matías Kulfas, a quien la entrada de Feletti dejó en estado de máxima indefensión.
Inmovilizado
La administración vive atrapada entre presiones que la inmovilizan. Fernández promete concordia y sobreactúa conflictos, en un juego frenético de contención interna. Así se mete en trampas innecesarias, como el que provocó con su carta a la gobernadora de Río Negro, Arabela Carreras, a raíz de los actos de violencia mapuche. “No es función del Gobierno brindar mayor seguridad a la región”, escribió, al mismo tiempo que aceptaba mandar más fuerzas federales al Sur. Ambigüedades de un presidente del “sí”.
Cerca de Cristina le reprochan falta de sentido estratégico por esa decisión que puede sellar la suerte electoral del oficialismo en toda la Patagonia y que, además, comprometió seriamente la relación con Alberto Weretilneck, jefe político de Carreras. Este senador puede ser quien tenga los próximos dos años la llave del quórum en el Senado si se repite en tres semanas el resultado de las PASO.
¿O será que lo hizo justamente para complicar a Cristina en su bastión legislativo? Las mentes conspirativas también ven la mano del Gobierno en las amenazas de un grupo de senadores peronistas de formar bloque aparte a partir de diciembre.
Las fantasías de una ruptura arrecian en los campamentos oficialistas. Algunos las disfrutan en público, como Sergio Berni, en carrera por adueñarse del discurso opositor más combativo. Otros se quejan amargamente en privado, a la espera de que las urnas ordenen el campo de batalla. Los actos del 17 de Octubre resultaron un retrato hiperrealista de la desunión reinante.
El dilema es que todas las rabietas se topan con la certeza de que Alberto y Cristina se necesitan para subsistir. Y el destino del peronismo va atado al de ellos.
Ahí se vislumbra el primer desafío acuciante para el 15 de noviembre. Ni el dólar ni el FMI ni los precios. Nada urge tanto como descubrir si existe manera de convertir un dispositivo fallido de gobierno en una administración capaz de ofrecer soluciones políticas a la crisis más dramática en 20 años.
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