El brujo López Rega, el periodista y el General
Se cumplen 32 años de la muerte del secretario de Perón y creador de la Triple A; su fascinación con el esoterismo y el recuerdo de cómo su figura impactó al genial Tomás Eloy Martínez
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José López Rega le entrega al periodista una bolsa con tres libros antes de su salida de Puerta de Hierro y el periodista, que acaba de entrevistar a Juan Domingo Perón, la acarrea hasta su cuarto de hotel. Solo después de abrirla descubrirá que en esos mamotretos de cientos de páginas se cifran las predicciones astrológicas de la Argentina. Porque López Rega, además de ser el secretario privado del General y el asesor espiritual de Isabel Martínez de Perón -y antes de ser el creador de la Triple A, el monje negro del peronismo y el dueño de los accesos a la vida íntima del matrimonio- autofinanció la publicación de sus libros sobre esoterismo, ocultismo y astrología. El excabo de la Policía, nacido en la fecha fundacional del peronismo, un 17 de octubre, creía tener poderes extrasensoriales, se autodefinía como “mago” y pronosticaba un futuro sangriento para la Argentina.
Aquel periodista que logró entrevistar a Perón en su prolongado exilio en Puerta de Hierro fue Tomás Eloy Martínez. “Quiero que me cuente su vida”, le había dicho al expresidente cuando atendió el teléfono en su casa de Madrid, destino de peregrinación para políticos y sindicalistas. Enviado por la revista Panorama, el periodista tucumano viajó a España y durante cuatro días, grabó al General frente a la figura omnipresente de “Lopecito”. En las cintas que registran la voz cascada del General, se escuchará también la de su secretario: López Rega acota, interviene, corrige. Es la voz intrusa y omnisciente detrás de la voz. Parte de esos registros que tienen un valor histórico pueden escucharse en el documental “Entre Perón y mi padre”, realizado por Blas Eloy Martínez, uno de los hijos del escritor.
“Era muy difícil hablar de Eva Perón delante de López Rega porque permanentemente desviaba el rumbo de la conversación: se metía insolentemente, incesantemente”, recordó alguna vez el autor de La novela de Perón y Santa Evita en una entrevista concedida muchos años después en la que también describió la atmósfera asfixiante de la residencia en Madrid. Cansado de la intromisión del secretario, Eloy Martínez le pidió a Perón un momento a solas. El General aceptó la propuesta pero rompió aquella promesa de intimidad: López Rega se corporizó en cada uno de los encuentros con la intención de modular las intervenciones del líder y hablar de Isabel. Solo quería que hablaran de la última esposa de Perón, con quien compartía los gustos por las ciencias ocultas. Además de actuar como su guía, confesor y confidente, López Rega compartía con Isabel vocaciones artísticas frustradas: ella, la de la danza; él, la del canto lírico. Esas afinidades sellaron un pacto de entendimiento y terminaron de asfaltar el camino de las ambiciones políticas del Brujo.
“Acá viene mucha gente a grabarlo al General y después vende los casetes en los sindicatos”, le dijo Lopecito a Eloy Martínez. La respuesta del periodista que había llegado hasta allí a hacer un trabajo profesional no tardó en llegar: lo consideraba un insulto y una afrenta. “Nunca imaginé que iba a tener que tolerar la irrupción de una persona ajena que contraria su promesa de ayer de tener un momento a solas, y que además, el insulto venga de uno de sus sirvientes”, le dijo a su entrevistado en un clima de tensión, descomprimido apenas por una orden del General a su secretario. “¿Por qué no va a acompañar un rato a la señora? Creo que lo necesita”, sugirió.
Segundo round
Tomás Eloy Martínez volvió a ver a Perón en octubre de 1971 cuando el expresidente ya tenía el cadáver momificado de Eva en su casa. Aquella fue la última conversación. Porque esa frase lanzada como un dardo para conjurar la ofensa del secretario le vedó el paso a futuros encuentros con el General, pero sobre todo, marcaría a fuego la vida del periodista y la de su familia.
Al frente de la comisión organizadora, el “astrólogo” puso en marcha el operativo del regreso definitivo de Perón a la Argentina. Según su mirada, se avecinaba una nueva era de espiritualidad en la que todos los hombres reconocerían al General como un conductor y un iluminado. Advertía que la sociedad de consumo había llegado a su fin y que por haberla combatido sin buscar antes la protección de las Fuerzas Inmateriales era que Perón había perdido el poder en 1955. “No volverá a ocurrir -decía-. El General está inflamado ahora de energía electro magnética, y solo espera la llegada del Gran Año Planetario para emplear a fondo esa energía contra los enemigos. El General se pondrá a averiguar de dónde viene el peligro, y cuando lo sepa, rodará la cabeza de algún traidor”.
En la Argentina, la violencia no solo ya era parte del paisaje cotidiano, sino que sumaría capítulos terroríficos: las tensiones entre la derecha y la izquierda peronista estallaron el 20 de junio de 1973 en la masacre de Ezeiza comandada por López Rega y sus secuaces; y tiempo después, ya como Ministro de Bienestar Social de Juan Domingo Perón e Isabel Perón, con la puesta en marcha de la Alianza Anticomunista Argentina. El grupo parapolicial conformado por la derecha peronista y miembros de las Fuerzas Armadas y la policía sembró las calles de muerte con asesinatos selectivos, ejecuciones sumarias, amenazas y torturas a políticos, artistas, militantes de izquierda y opositores al gobierno.
Después de la muerte de Perón, López Rega controló todos los resortes del poder de una Isabel acorralada, titubeante y atosigada por los conflictos políticos, sociales y económicos. Parecían haber fracasado las sesiones espiritistas en las que pretendía traspasar el poder, el aura y el carisma del cadáver de Eva al cuerpo de Isabel Perón.
Afianzado en su rol de todopoderoso, López Rega decidió que había llegado la hora de la venganza contra Eloy Martínez. “Estábamos yendo al estacionamiento del edificio y nos intersectan dos personas. Yo tenía 2 años y medio, estaba en brazos de Paula, una de mis hermanas. Me encañonan y amenazan a papá: tenía que dejar el país en 48 horas”, dice su hijo Blas Eloy Martínez. “No recuerdo si fue antes o después de la amenaza pública de la Triple A en la que figuraba mi padre. Ya habían asesinado a Ortega Peña y a personas a las que él conocía y trataba”, agrega.
Tomás Eloy Martínez dejó el país con destino a Francia, y luego, a instancias de Gabriel García Márquez, se instaló en Venezuela, el país al que trasladó a su familia. “Recuerdo que éramos cuatro los que dormíamos en el living”, dice el hijo del escritor. Algunos años después, cuando sus padres se divorcian, su madre y sus hermanos vuelven a la Argentina. Fueron tiempos distancia física matizada por cartas, grabaciones en casetes con mensajes para sus hijos y esporádicos viajes de reencuentro familiar.
El “universo astral”
En 1975, la reacción popular al programa de shock de Celestino Rodrigo provocó la renuncia del Brujo y su fuga del país. Al igual que el cadáver itinerante de Eva, el Brujo deambuló por distintos países y permaneció prófugo durante 11 años. Después de haber sido detenido en los Estados Unidos en 1986, fue extraditado a la Argentina para enfrentar cargos de asociación ilícita, homicidio, secuestro y malversación de fondos. “Ni siquiera encerrado podrán tenerme prisionero. El mundo no entiende lo grande que soy. Yo puedo hablar con Dios. Soy esa clase de hombres para los que no existen cárceles ni las fronteras. Ustedes creen que yo estoy preso aquí. No es cierto. Sólo tienen mi cuerpo. Mi mente flota libre”, decía a quien quisiera escucharlo. “Me acusaron de todo. Todo el peronismo va lavar sus culpas conmigo”, aseguró poco antes del final. Así lo registra el historiador Marcelo Larraquy, autor de López Rega, el peronismo y la Triple A.
Un año antes de la detención del Brujo, en 1985, Tomás Eloy Martínez alumbraba La novela de Perón, un texto magistral y deslumbrante en donde narró, a la luz de la figura del General y su movimiento, buena parte de la historia argentina del siglo XX. Diez años después, en 1995, llegaría el turno de Santa Evita y la reconstrucción documental con recursos de ficción sobre el devenir de ese cuerpo que viajó por el mundo durante 26 años y al que un embalsamador español, Pedro Ara, devolvió belleza y juventud después de su muerte. En ambas obras, consagradas por la crítica y el público, y traducidas a varias lenguas con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, aparece, claro, el intrigante López Rega.
El creador de la Triple A murió en su país, el 9 de junio de 1989, a los 72 años, con prisión preventiva y a la espera de la sentencia. Pidió un último deseo, que su cuerpo fuera cremado y sus cenizas lanzadas al mar, para que su espíritu pudiera regresar “al universo astral”.
Tomás Eloy Martínez murió el 31 de enero de 2010, a los 75 años, mucho después de haber sido consagrado, premiado y reconocido como uno de los grandes escritores de habla hispana, además del gran novelista del peronismo y de la Argentina. Con la novela El vuelo de la reina, obtuvo el premio Alfaguara (2002) y con el material de las entrevistas en Puerta de Hierro, publicó Las vidas del general: memorias del exilio y otros textos sobre Juan Domingo Perón (2004). Además, dejó para los lectores La pasión según Trelew, Lugar común la muerte y El sueño argentino. “Algunos sirven para el poder, otros para escribir sobre el poder”, dijo alguna vez el escritor. Él, que sobre el final también pidió algunos deseos y pudo cumplirlos todos: morir rodeado de su familia, despedirse de sus amigos y poder contemplar el mar, una última vez.
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