El bicoalicionismo cruje por los extremos
Tanto el Frente de Todos como Juntos por el Cambio enfrentan fuertes tensiones internas por cuestiones de liderazgo, pero también por diferencias ideológicas
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La política argentina vuelve a discutir casi en los mismos términos en los que debatía hace casi dos décadas. Aunque la economía ofrezca otros desafíos y amenazas, la sociedad tenga nuevas urgencias y demande diferentes respuestas y la situación sea estructuralmente más grave. Un recetario para el conflicto y la incertidumbre, antes que un remedio para la desilusión.
La agenda pública aparece dominada por la tensión que le imprimen los extremos de las dos coaliciones que desde hace tres años y medio ordenan el sistema político.
El estatismocéntrico que encarna (y demanda) el cristicamporismo y el neoliberalismo que ahora promueve sin tapujo el macrismo original es menos un clivaje estructurador de la escena política en dos grandes bloques que un disparador de conflictos intestinos. La definición ideológica y la indefinición electoral de Cristina Kirchner y de Mauricio Macri solo complica más las cosas. Como un acelerador de partículas, que hace estallar las contradicciones de cada segmento.
Otro tanto ocurre con la antinomia antikirchnerismo-antimacrismo, que le dio razón de ser y vida a Juntos por el Cambio y al Frente de Todos. Reduccionismos otrora funcionales, pero ahora insuficientes. Tanto para gobernar y para dar respuestas a los problemas que aquejan a los argentinos, como para convocar e ilusionar como lo hicieron antes. La fragmentación crece. Y por las fisuras asoma de nuevo Javier Milei y sus antisistemas.
En tal contexto, el estrés que el kirchnerismo duro y el macrismo puro le imprimen a la discusión ponen en riesgo o al menos hacen crujir las alianzas. Las razones que les dieron vida a ambos espacios hoy muestran demasiados efectos no deseados y para muchos de sus integrantes carecen de los incentivos que los llevaron a conformarlas.
En cada sector asoman dirigentes que se alejan de los posicionamientos más ideologizados, con palabras y acciones. En el oficialismo lo expresan el albertismo que tardíamente busca el alargue y, en los hechos, el ala norteamericana de Sergio Massa. En JxC la deriva neoliberal macrista potencia la voz antagónica de Facundo Manes, que encuentra un escenario propicio para su protagonismo, pero también incomoda a radicales puros y al larretismo catch all (atrapa todo), al que no le van ropajes tan ceñidos.
Las incomodidades y conflictos son el resultado de fracasos concurrentes. La crisis sin solución de continuidad durante cuatro años y medio, que abarca a dos gobiernos, tiene como resultante que en ninguna de las dos alianzas electorales se haya logrado una síntesis de las diferentes posiciones internas ni surgiera una opción superadora de los liderazgos originarios. Conducciones hoy en crisis, pero aún vigentes. Tan vigentes como para sostener la centralidad más allá de los límites de cada fuerza y para marcar el ritmo, el tono y la letra de las discusiones.
El último Día de la (des)Lealtad fue una expresión cabal de ese cuadro, que mostró al campo oficialista más loteado y en crisis que nunca. Y puso al desnudo el impacto que esa situación tiene sobre sus adherentes.
El calor que mostraron los planteos, los reclamos, las acusaciones y las demandas que se expusieron en los palcos fue inversamente proporcional al frío que mostró la base peronista en la calle. Ningún acto, ni siquiera, el central del kirchnerismo en la Plaza de Mayo pudo ostentar masividad. Ni hablar de la enflaquecida convocatoria en Obras Sanitarias de la paritaria electoral de Los Gordos de la CGT, en demanda de cargos y puestos en las listas. La movilización peronista del último 17 de octubre empalidece ante la más rutinaria de las concentraciones de los movimientos sociales y partidos de la izquierda trotskista.
Sálvese quien y como pueda
La crisis económica, cambiaria y social que no logra resolver el Gobierno se ha transformado en una crisis interna del oficialismo, donde se refuerzan y aceleran las divisiones y empieza a imperar el sálvese quien pueda y como pueda.
El temor a una derrota en las próxima elecciones nacionales empieza a corroer el FdT con la fuerza de una certeza. Allí radica la mayor diferencia con la crisis de identidad, de proyectos y de ambiciones que atraviesa a la oposición cambiemita, en la que la ilusión de una victoria sigue operando como un provisional aglutinante.
Por eso, el bicoalicionismo cruje, pero aún no se rompe y, también, por las mismas razones los mayores riesgos de dispersión y conflicto atraviesan hoy a la alianza oficialista. Los cálculos y especulaciones que circulan puertas adentro de cada extremo de las dos coaliciones alimentan expectativas y posicionamientos diferentes y hasta antagónicos.
En las apuestas por cuál de los dos conjuntos puede romperse primero pesa la variable de los incentivos para permanecer unidos que existe en los polos de cada espacio. La “unidad hasta que duela” del oficialismo asoma más como un mandato para terminar el gobierno en tiempo (no se sabe si en forma) antes que para construir una nueva oferta electoral. Aunque la dinámica de las circunstancias a veces hace que las curvas se crucen y las intenciones fallen.
“La Cámpora y el cristinismo tensan y extreman sus discursos para sostener su identidad, a la izquierda del Gobierno, porque, en su lectura, la única chance electoral que les queda no es por una mejora de la perfomance de la administración de Alberto. Apuestan a la fragmentación total de la oferta electoral, con una ruptura de JxC, disparada por la derogación de las PASO. En ese escenario, más de cuartos que de tercios, su voto duro tiene más valor y le alcanzaría para llegar a una segunda vuelta”, teorizan y tratan de interpretar en el entorno presidencial, lo que no desmienten desde las cercanías del hermético cristicamporismo.
La presión para dejar sin efecto en 2023 las primarias obligatorias aparece así como un objetivo de doble propósito, admiten en el oficialismo. Por un lado, se busca asegurar el control y el consecuente blindaje en su bastión electoral, que es la provincia de Buenos Aires, con el control de la lapicera para armar las listas. Solo ese fin superior logra que Máximo Kirchner y Axel Kicillof depongan sus recelos, como lo representaron anteayer en la reunión celebrada en la residencia platense del gobernador.
Por otro lado, las criaturas cristinistas procuran incentivar una ruptura de la oposición cambiemita que le facilite el triunfo provincial, donde se gana por la mínima diferencia, y le dé una chance en el plano nacional. Carambolas a varias bandas.
Puñales de palo
Hasta ahora la estrategia parece tener más éxitos parciales en el segundo plano y no porque hayan logrado consolidar su liderazgo interno y evitar los riesgos de una ruptura. A los abolicionistas les bastó con mostrar la vaina de la suspensión para que los cambiemitas empezaran a apuñalarse. Por ahora, con cuchillos de palo, que dejan magullones severos y visibles en cuerpos blandos.
Las acusaciones de espionaje y manipulación de la Justicia que Manes no deja de enrostrarle a Macri y las acusaciones de filokirchnerista que el macrismo le devuelve al neurodiputado no son ni serán gratis. Para hacer campaña ni para, eventualmente, gobernar.
El diámetro de las diferencias es cada vez más amplio. Llega hasta la elección de Brasil. Manes y otros radicales apoyaron Lula, al mismo tiempo que cenaban con el hijo de Bolsonaro representantes del macrismo duro, como Miguel Pichetto y Joaquín de la Torre, quien, paradójicamente, hizo de telonero de Manes en la última interna cambiemita bonaerense. Uniones transitorias.
Al margen de esos conflictos que ilusionan al oficialismo, el desafío que los movimientos sociales anticristinistas lanzaron el 17 de octubre en La Matanza a la fortaleza filokirchnerista de Fernando Espinoza y la vicegobernadora Verónica Magario aparece como una amenaza real. El riesgo de fractura aumenta si se derogan las PASO y puede extenderse. A la columna vertebral del kirchnerismo le puede faltar calcio. Del voto matancero depende en buena medida que se mantenga en pie.
Por otra lado, las renovadas expresiones contra el acuerdo con el FMI que lideró Máximo Kirchner y reprodujo un coro de seguidores asoman como un disparador de vectores destinados a chocar. El rechazo al ajuste que ese entendimiento implica y la decisión de no quedar pegados a sus efectos no está solo destinado a preservar capital simbólico.
Detrás de esa disputa hay recursos contantes y sonantes en juego. Se ha visto en las discusiones y concesiones que ha habido en el tratamiento del proyecto de Presupuesto y que padece Sergio Massa, sometido a la presión de fuerzas contrapuestas. Cada día aumentan los riesgos de que los espejitos de colores que reparte el ministro se transformen en un laberinto espejado del que le cueste encontrar la salida.
La nueva autorreivindicación del primogénito Kirchner de su rechazo a la aprobación del acuerdo con el FMI no apunta a la historia sino al presente y al futuro. El cristicamporismo se niega a quedar pegado al ajuste, La ausencia física de Alberto Fernández en el escenario de Plaza de Mayo, pero su presencia virtual como destinatario de casi todos los reclamos, no tuvo metáfora. Fue demasiado directo.
En ese contexto debe interpretarse la visita que hizo un día después a la Casa Rosada el secretario general de La Cámpora y ministro bonaerense, Andrés “Cuervo” Larroque, dueño de los graznidos más agudos del cristicamporismo en la interna oficialista. La reunión con uno de los pocos albertistas que dialoga con Cristina Kirchner y La Cámpora, como es el vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos, habría tenido la intención de reforzar un mensaje inquietante.
“No hay que confundirse, el Cuervo no fue a negar que hubiera dicho que el acuerdo con el FMI para ellos está caído o a disculparse por el impacto que eso y otras críticas tuvieran. Fue a avisar que, por ahora, solo están tirando a las piernas”, afirma un peronista bonaerense que tiene trato fluido con el amplio espectro (en todo sentido) frentetodista.
El despegue cristicamporista del gobierno nacional podría tener otra muestra palpable en breve, admiten en el entorno presidencial y en el peronismo bonaerense. Dicen que el ministro de Hábitat e intendente de Avellaneda en uso de licencia, Jorge Ferraresi, volvería a sus pagos. Aunque no por las mismas razones que lo hizo el exministro de Desarrollo Social Juan Zabaleta, que tenía el municipio ocupado por La Cámpora y logró regresar a tiempo para recuperarlo y restablecer el vínculo con sus bases. El camporismo no es el rival de Ferraresi sino su socio y a la intendencia la controla como bien familiar, a través de su esposa. “Jorge se siente cada vez más incómodo bancando el ajuste y al gobierno de Alberto”, afirman fuentes bien informadas del oficialismo.
El tiempo que pasa, las resoluciones que se demoran y las presiones de los extremos hacen crujir el bicoalicionismo. El show solo está por comenzar.
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