El avance del Estado mafioso obliga a buscar nuevas herramientas
Cada vez más lejos de la hipótesis del suicidio y cada vez más cerca de aquella del asesinato, la muerte del fiscal Nisman nos golpea con un mensaje político mafioso. El crimen parece estar relacionado con incrustaciones mafiosas en el Estado, que el propio Gobierno ha impulsado en su voracidad por construir y acumular poder, sin importar las alianzas ni las pujas internas.
Los servicios de Inteligencia son una de estas incrustaciones, aunque no la única. Y el peligro es la tentación de autonomía de estos sectores, la afirmación de poder en sí. Recuerden lo que pasó con Julio López, hasta el día de hoy desaparecido, muy probablemente por obra de alguna de las fuerzas públicas del Estado, ligadas al pasado de la última dictadura.
De modo más general, este hecho nos hace reflexionar sobre el avance de las mafias sobre la sociedad y el Estado. En esa línea, es muy interesante la lectura que hace la antropóloga Rita Segato, quien inserta la problemática en un marco más global y nos advierte sobre la existencia de dos realidades: una "primera realidad" constituida por todo aquello regido por la esfera del Estado, la esfera legal, lo declarado, visible en las cuentas de la Nación, e involucra a las fuerzas policiales y del orden, que protegen ese caudal legal. Y una "segunda realidad", que en términos económicos podemos suponer que duplica la economía legal. Esa segunda realidad remite a los negocios ilícitos que producen sumas masivas de capital no declarado: droga, trata, trabajo esclavo, tráfico de armas, de órganos, incluso contrabando de minerales estratégicos, de maderas, de animales exóticos.
Tomando esta matriz de lectura, para mí muy esclarecedora, me pregunto: ¿qué sucede cuando esta segunda realidad ya no coexiste, sino que irrumpe y va colonizando la primera realidad? Por un lado, el fenómeno de la "irrupción", visible a través de hechos enormes y puntuales, siempre genera una gran conmoción. Recuerden el atentado fallido contra el gobernador Bonfatti, de Santa Fe, ocurrido en octubre de 2013. Ahí vimos asomar la punta del iceberg y en medio del estupor muchos nos preguntamos: ¿cómo es posible que haya sucedido esto? ¿Y si una de las balas hubiese terminado con la vida del gobernador de una de las provincias más importantes del país?
En esa línea, pienso que la muerte de Nisman dice algo más. El golpe apunta al Gobierno y lo alerta sobre los límites en las formas de construcción y acumulación de poder. Pero también golpea a la sociedad y aumenta su sentimiento de fragilidad, a veces alentando las peores reacciones.
El fenómeno de la "colonización" nos revela procesos de reconfiguración de los sectores populares que son realmente preocupantes, como sucede con el narcotráfico en ciudades como Rosario y Córdoba. Lo dicen los propios referentes de movimientos sociales, que son expulsados o amenazados por esta "segunda realidad", que está avanzando ante la falta de alternativas y la posibilidad de ingresos económicos fáciles y acelerados.
Todo ello nos obliga a interrogarnos sobre las transformaciones silenciosas de las formas de poder en tiempos de democracia y sobre la necesidad de generar otras -nuevas- herramientas democráticas para pensar nuestra sociedad. Así, para comenzar, la muerte de Nisman puede abrir una ventana de oportunidad no sólo para desclasificar los archivos de los servicios de Inteligencia, sino para disolver ese organismo lisa y llanamente.
Hay que pensar otros escenarios institucionales, más acordes con un verdadero sistema democrático, fuera de todo secretismo y de todo pasado siniestro. También es una buena oportunidad para crear de una vez por todas una Comisión de la Verdad verdaderamente independiente para investigar el atentado de la AMIA. Es una propuesta de comienzo. Porque la salida es siempre generando más democracia, nunca menos.
La autora es socióloga y escritora, miembro de Plataforma 2012
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