El ataque a Lorenzetti y el fervor militante sellaron el clima de una tarde tensa
El kirchnerismo festejó los cuestionamientos a la Corte Suprema y el cruce con la oposición por la causa AMIA
El clima se transformó de repente. Cristina Kirchner , que hasta ese momento había dado un discurso de tono contemporizador, empezó a aporrear en vivo y en directo al titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, sentado cinco metros a su derecha.
Le enrostró la falta de avances en el esclarecimiento del atentado contra la embajada de Israel, una investigación a cargo de la Corte Suprema. En las galerías, la militancia celebró con rugidos. Con las manos como un megáfono, Patricia Bullrich le gritó a la Presidenta desde su banca. Cristina seguía hablando, cada vez más fuerte, pero el griterío no permitía escucharla.
Todas las miradas apuntaron entonces al presidente del máximo tribunal. La cara vacía de expresión y la vista fija en la Presidenta, Lorenzetti parecía petrificado. Pero cuando las críticas subieron de tono, una parte de su cuerpo cobró vida. Los dedos de su mano izquierda, apoyada sobre la baranda del palco que compartía con gobernadores, empezaron a tamborilear en el aire, como si estuviera jugando con una pelota de goma, de ésas que se usan para calmar el estrés. Cada vez más tenso y más rápido, el movimiento pareció de pronto salirse de control. Fue un segundo, casi imperceptible, en que el presidente de la Corte negó con la cabeza, quebró la muñeca y colocó la palma hacia arriba, como en señal de enojo. Enseguida reprimió el gesto, dejó la mano quieta y volvió al modo estatua.
Sentado en el extremo izquierdo del palco, Lorenzetti tenía a su derecha a la procuradora general de la Nación, Alejandra Gils Carbó. Cercana al Gobierno, ella ni lo miró durante las recriminaciones de Cristina. Pero fue la única que, con él, se quedó sentada cuando los gobernadores que los rodeaban se pararon para aplaudir a la Presidenta. A dos asientos de distancia estaba Daniel Scioli, que se paró sólo en algunas ocasiones.
Fue el momento más tenso de una ceremonia cuya temperatura fue subiendo con el correr de los minutos. Cuando, a las 16.10, Cristina dejó el Congreso, el aire en el recinto todavía estaba espeso. Había terminado quizá la Asamblea Legislativa más caliente de los últimos años. En los pasillos, funcionarios y legisladores oficialistas caminaban eufóricos, con la sonrisa tatuada. Los militantes bajaban las escaleras cantando. No era la típica postal de un gobierno que se prepara para abandonar el poder. No pareció un discurso de repliegue. Los opositores hacían fila para criticar el tono del mensaje de Cristina.
En el primer tramo de su discurso se mostró de buen humor y repartió menciones entre sus ministros y diputados del oficialismo. Felicitó a Axel Kicillof y les regaló unos segundos de cámara a Florencio Randazzo y a Julián Domínguez, dos de los precandidatos del kirchnerismo.
También jugó con Federico Pinedo. Le recordó que Mauricio Macri había dicho que reivindicaba las banderas del peronismo y que, por lo tanto, ella esperaba que Pro acompañara en el Congreso el proyecto de estatización de los ferrocarriles que acababa de anunciar. "Preparate, Pinedo", le dijo. Enfocado por las cámaras de la transmisión oficial, él se rió con ganas e hizo la V de la victoria con la mano derecha. El recinto entero le festejó la humorada.
Pero las sonrisas tenían los segundos contados. Cuando Cristina anunció que iba a hablar de la Justicia, un murmullo encendido recorrió el lugar, un anticipo de la tormenta. La Presidenta aprovechó el respiro para cambiar el chip. Al retomar la palabra, apuntó directo contra los diputados opositores que, sobre sus bancas, exhibían carteles sobre la causa AMIA. "Comisión investigadora", decía uno; "Apertura de archivos", reclamaba otro. "Pueden bajar los carteles, ya los vi -les respondió, en tono desafiante-. No necesito cartelitos para hablar de la causa AMIA, porque vengo hablando desde el año 94."
El diputado radical José Luis Riccardo levantó el afiche por encima de su cabeza. Claudio Lozano (Unidad Popular), otro de los que tenían un cartel, miró fijo a la Presidenta. Los legisladores del oficialismo saltaron de sus asientos para aplaudirla de pie. Desde las galerías cayó primero una ovación repentina y exaltada, como el grito de un gol. Después, un cantito-advertencia: "¡Che, gorila, che, gorila, no te lo decimos más.. Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar!".
Sin banderas ni papelitos, los militantes ocuparon la tercera bandeja de palcos. Desde ahí marcaron el ritmo de la espera, antes de que Cristina llegara al Congreso. Ellos cantaban y los legisladores del oficialismo los seguían. En especial los más jóvenes, al tanto de la letra de todas las canciones.
En la primera bandeja había funcionarios, intendentes, sindicalistas, dirigentes de organismos de derechos humanos y de agrupaciones de militancia. El gran ausente fue Luis D'Elía, de asistencia perfecta en los años anteriores.
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