Cada vez que Alberto Fernández habla hay millones de argentinos que le recuerdan que no hace mucho dijo o hizo lo contrario. El año pasado, al responder preguntas frente a varios periodistas del Grupo Clarín, el mandatario había definido el cepo como una piedra en el medio de una puerta giratoria. Palabra más, palabra menos, el todavía candidato, con mucha prestancia y naturalidad, nos desasnó a todos los argentinos y las argentinas, y nos dijo que el cepo no servía para nada.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, había descartado, el fin de semana pasado, nuevas restricciones sobre la moneda norteamericana. Es evidente que este Gobierno tiene un problema con la palabra y con la verdad.
El Alberto Fernández de los miércoles
Son tantos y tan grandes los problemas que tiene con la verdad, que cada vez que el jefe de Estado se explaya para defender sus decisiones, la realidad o el pasado lo vuelven a contradecir, de una manera muy notable.
Después de aclarar que no criticó a quienes hacen mérito, sino a la "meritocracia", hoy defendió el cepo al presentar el nuevo plan de Conectividad en la sede del Arsat. "En el país hacen falta dólares para producir, no para guardar", señaló, pero no habría que entrar en pánico. Como diría Alejandro Borensztein, solo se trata del Alberto de los miércoles.
Hubiera sido más creíble si hubiese justificado las restricciones del martes con la aceleración de la caída de las reservas. Una fuente cercana al Gobierno me dijo: "Si en algo nos equivocamos, fue en no hacerlo antes. Tres o cuatro meses antes".
Sin embargo, como le dio un giro político, las redes sociales, que a veces funcionan como un gran archivo de la memoria nacional, enseguida vincularon los dólares con la caja fuerte donde aparecieron los millones de Florencia Kirchner y con los bolsos llenos de dólares que revoleó José López por encima del paredón del monasterio de General Rodríguez.
Pero si uno va un poquito, solo un poquito más para atrás se encuentra con el Alberto de antes de amigarse con Cristina Kirchner, que criticaba el cepo. Lo que no deja de sorprender de este Gobierno en particular ni del peronismo en general es que no se hacen cargo de nada.
Cuando le preguntaron al ministro de Trabajo, Claudio Moroni, por qué creía que parte del Grupo Falabella abandonaría la Argentina lo adjudicó a un problema de la propia empresa. Habría que recordarle que desde que comenzó la pandemia del coronavirus anunciaron su ida de la Argentina no solo Falabella, sino las siguientes empresas: Latam, Air New Zealand, Emirates, Qatar Líneas Aereas, Norwegian, BASF, Axalta, Saint Gobain Sekurit, Pierre Fabré, Nike y Guerresheimer.
Según el último relevamiento de La Cámara de Comercio, al 24 de julio cerraron más de 40 mil empresas.
La Cristina Kirchner de siempre
Hoy, en el Senado, la oposición hizo algo muy productivo, que una buena parte de la sociedad le estaba pidiendo: antes de que el oficialismo empezara a debatir su decisión de apartar de sus cargos a los camaristas Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli se retiraron de la reunión. Se retiró Martín Lousteau (que estaba presente en el recinto) y todos los demás. Empezando por Luis Naidenoff, el presidente del interbloque de Cambiemos.
La oposición se quejaba por dos razones. En primer lugar, de la picardía, que le adjudicaron a Cristina, de querer prolongar el acuerdo para que se pueda discutir cualquier cosa de manera remota. Por otro lado, cuestionaron el problema de fondo: el hecho de que el Gobierno pretenda manejar una agenda de proyectos que no tienen que ver con la urgencia de la pandemia, la economía del país, la inseguridad o la transparencia, sino con el interés particular de la vicepresidenta de sacarse de encima a los jueces que se atrevieron a investigarla o que la podrían investigar.
Por fin, la oposición reaccionó y no se dejó llevar de las narices. Le pusieron un freno a la prepotencia de Cristina y la exhibieron. Como ella no habla, no declara y no aparece, excepto en ambientes de comunicación controlados como los de su cuenta de Twitter, hay que ponerla en evidencia.
El verdadero Cristóbal López
Hablando de ponerse en evidencia: ¿alguien tuvo oportunidad de escuchar lo que pasó en la emisora RadioVisión, de Comodoro Rivadavia? El dueño, Ricardo Astete, estaba al frente del programa cuando se apersonó en el estudio el mismísimo Cristóbal López para desmentir al periodista en un asunto de aparente pago chico. Le dijo, una y mil veces: "Yo no estafé (a tu padre). Fue él, el que estafó a mi hermana".
El audio es revelador porque muestra a Cristóbal López tal y como es: prepotente, no muy instruido y amenazante. Demuestra que, al igual que muchos kirchneristas, se termina creyendo las mentiras de tanto repetirlas.
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