El affaire Chile, un espejo que adelanta o un espejismo que confunde
La lección que llega desde el país vecino permite ver que una gestión presidencial no hace verano, a pesar de los preceptos de la “batalla cultural” del mileísmo
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Hay una geopolítica de la batalla cultural mileista que ahora se extiende a Chile. Al gobierno libertario le gusta la comparación con el caso chileno. Interpretan esto: Chile resulta una advertencia palpable de lo que debió hacer la derecha y no hizo. ¿El gran error de la derecha? La falta de empuje a la hora de jugar fuerte para cambiar el sentido común de la sociedad, una guerra simbólica que, en cambio, la izquierda habría librado con éxito. Según la lectura mileista, la evidencia de ese fracaso de la derecha es la llegada del presidente chileno Gabriel Boric al poder y el giro a la izquierda de la economía y de la sociedad chilena. “Es un comunista que los está por hundir”, sintetizó la semana pasada el ministro de Economía, Luis Caputo: se refería precisamente al presidente Boric, que ganó la presidencia con una alianza de partidos de izquierda, entre los cuales está el Partido Comunista. “La batalla cultural es clave. Mirá Chile, es el país que más gente sacó de la pobreza desde los años 80 hasta el 2010 y descuidó la batalla cultural durante mucho tiempo”, argumentó Caputo.
Hay varios problemas en esa interpretación. Primero, el sentido del cambio cultural de la sociedad chilena: un giro sostenido y definitivo hacia la izquierda, según Caputo y otros mileistas de peso. El mismo Milei, además de Agustín Laje, está entre quienes sostienen esa lectura. “El modelo de Chile se va a caer. ¿Cómo se va a caer el modelo chileno con los resultados que estaban generando? Era imposible: una economía que no tenía inflación, que venía creciendo al 6 por ciento per cápita, que había sacado a una cantidad enorme de la pobreza, estaba cerca de alcanzar el nivel de PBI per cápita de un país considerado desarrollado”, se preguntó Milei en su discurso en la Fundación Faro. La respuesta la encontró en una cita del intelectual libertario chileno Axel Kaiser, ahora subdirector de la Fundación Faro que preside Laje. “Una de las cosas que él (Kaiser) señala es que la izquierda había dado la batalla cultural apalancada sobre las ideas de Gramsci. Tomaron los medios de comunicación, la cultura, la educación, fueron contaminando la sociedad de socialismo y cuando se dieron cuenta, tomaron el país y le arrebataron los logros”, señaló Milei, inspirándose en Kaiser.
El problema de la interpretación mileista es ver en el caso chileno un espejo de un éxito de izquierda en la batalla cultural similar al éxito kirchnerista en el terreno de lo simbólico, que logró capturar el sentido común argentino durante casi dos décadas, y ganó tres elecciones presidenciales seguidas para recuperar el poder luego de un interregno de un solo mandato. En realidad, el caso chileno se trata más bien de un espejismo: para las elecciones presidenciales de Chile de noviembre de 2025, la izquierda está en problemas. Los dos candidatos con más chances están en la derecha chilena más intensa: José Antonio Kast, en contra del aborto, como la derecha de Milei, y Evelyn Matthei.
En cambio, la expresidenta Michelle Bachelet, que no se presentará finalmente como candidata, y su socialismo a la chilena ni chances tienen en las presidenciales: las encuestas apenas le daban apoyos en torno al 6 por ciento. Tampoco la vocera de Boric, Camila Vallejo, aquella estudiante que se volvió ícono juvenil de las movilizaciones estudiantiles de 2011 en Chile, y que desde la izquierda estudiantil pasó a la izquierda política que cuestiona el mileismo, apenas alcanza un 2 por ciento en las encuestas. Si esas proyecciones se cumplen, la revolución cultural de Boric y del comunismo chileno que tanto espanta al gobierno de Javier Milei habrá durado apenas una gestión presidencial.
El segundo problema afecta directamente al mileismo: es el sesgo de sus conclusiones, que ven en lo episódico una continuidad definitiva. Más que el riesgo de una izquierda triunfante en la batalla cultural, para Milei y la matriz económica que impulsa el ministro Caputo, el proceso chileno es una señal de alerta en otro sentido. La lección que llega desde Chile dice otra cosa: que una gestión presidencial no hace verano. Las revoluciones político culturales se demuestran andando. Es decir, la alternancia política en la presidencia de un país no alcanza necesariamente para definir una tendencia sostenible.
En 2021, Boric le ganó en segunda vuelta al candidato de la derecha, el mismo Kast que se candidatea ahora, por el 60,4 por ciento de los votos. Boric se convirtió en el Presidente con más caudal de votos de la historia de Chile. También fue el primer presidente desde el regreso a la democracia en 1990 que no surgió de los dos bloques políticos que tradicionalmente se repartían el poder. Y aún así, el triunfo de Boric en Chile de 2021 no significó un cambio de sentido común estructural y para siempre de la sociedad chilena.
Ahí hay una alerta para Milei: encerrado en su cámara de eco cultural, el mileismo se anticipa demasiado cuando interpreta el presente de la Argentina mileista como una revolución estructural cumplida. Es decir, es un error político creer que una elección ganada es ya el inicio de un cambio profundo de la sociedad, que gira veloz y para siempre hacia otros rumbos. La ilusión de un proceso irreversible.
El tercer problema tiene que ver con dos preguntas. La primera, ¿cuán rápido gira el péndulo del sentido común de una sociedad? Chile demuestra que no tanto: al presidente “comunista” que los está hundiendo, según Caputo, lo estaría por reemplazar candidatos de derecha que vuelven con ojos optimistas sobre la figura del dictador chileno Augusto Pinochet.
“No conozco ningún otro gobierno militar o dictadura que haya llamado a una elección y haya entregado el país de forma decente como se hizo en Chile”, dijo Matthei en un discurso cuando se cumplieron veinticinco años del “No” en Chile, el plebiscito que dejó a Pinochet fuera del poder. Matthei es hija de Fernando Matthei, general que integró la Junta Militar durante la dictadura chilena. Y en 2021, en pleno proceso electoral, Kast sostuvo: “Si Pinochet estuviera vivo, votaría por mí”. Kast, que suele estar envuelto en políticas por una mirada que recupera para del legado de Pinochet en temas económicos y tema de orden y progreso, con los que se identifica.
Todo el proceso chileno que se inició en 2019, con las revueltas masivas en las calles de Santiago, en contra de las políticas implementadas por la presidencia de centro derecha de Sebastián Piñera pero también, por todo el legado social y político de la élite política chilena, derivó en un saga zigzagueante que desmintió la hegemonía absoluta de la izquierda más radical, e inclusive de un socialismo más moderado. La Convención Constituyente que quedó conformada en 2020, corridísima a una izquierda más extrema, se encontró con un freno contundente de la sociedad: en 2022, dos años después, un plebiscito rechazó el texto constitucional surgido de esa representación. Y en la nueva elección para elegir a los consejeros que redactarán una nueva Constitución, el candidato más votado fue el abogado Luis Silva, de derecha conservadora, que reivindica a Pinochet: “Fue un hombre que supo conducir el Estado, que supo rearmar un Estado que estaba hecho trizas”, sostuvo, aunque reconoció las violaciones a los derechos humanos. Silva expresó su admiración por Pinochet como “estadista”.
La mirada mileista de un Chile dominado por el “socialismo del siglo XXI” y capturado en lo cultural y en su sentido común por la izquierda radical que lo estaría hundiendo parece quedar desmentida. Para Milei y sus estrategas, sacar conclusiones tan sesgadas es un problema. Como le pasó al progresismo de Estados Unidos, que creyó que toda la sociedad se identificaba con las causas identitarias woke.
La segunda pregunta es: ¿cuándo una revolución cultural se vuelve estructural y se convierte en sentido común? La presencia continua en el debate chileno de la figura de Pinochet aporta otra dimensión a esa pregunta: que la intensidad cultural en términos gramscianos promovida explícitamente desde la izquierda no logra demasiado resultado.
En lugar de un triunfo cultural de la izquierda, Chile podría plantearse como ejemplo de otra cosa: de una batalla cultural de derecha que libró la dictadura de Pinochet, y tuvo éxito más allá de su salida.
La matriz conceptual de libre mercado, apertura económica, Estado chico, y la macro estable, aún con problemas, empieza a nacer en la dictadura chilena y se continúa con correcciones, y nuevos problemas, hasta el presente. El mayor elogio que Milei le hacía hace unos meses a Boric iba en ese sentido. En una visita informal a Chile, ante empresarios, Milei sostuvo: “Chile ha sido un gran ejemplo de lo que hay que hacer para sostener el desarrollo económico en el tiempo”, afirmó. Elogió a la política económica chilena “tanto por sus sanas relaciones entre lo público y lo privado como por su política económica innegociable, la cual ha perdurado a pesar de los cambios del ciclo político”. Y destacó los valores que rigen en Chile: “Los principios de vida, libertad y propiedad privada establecidos hace décadas”. “Esos valores le permiten a Chile despegar, abandonar el atraso y caminar hacia un modelo de prosperidad”, concluyó. Aún en el Chile del “comunista” Borich, Milei reconocía en agosto esa continuidad cultural. Una mirada más certera que la que ahora achica la óptica del gobierno.
Y ahí hay un punto central. La macro chilena estable es un logro cultural mantenido hace décadas: no importa si la centro derecha o la centro izquierda o Boric con el Partido Comunista está en el poder, un Banco Central independiente y el balance macroeconómico son un objetivo de gobierno. Y un sentido común de su ciudadanía. No hay creatividades contables y macroeconómicas al estilo kirchnerista admisibles en Chile.
Más que socialista del siglo XXI, la sociedad chilena vive todavía el legado pinochetista como sentido común. El año pasado, justo cuando se cumplían cincuenta años del golpe militar de Pinochet, la encuesta del Barómetro de la Política CERC - Mori, demostró que en Chile el 36 por ciento de los chilenos tiene una mirada “favorable” de la dictadura chilena y considera que “liberó del marxismo a Chile”.
Para el mileísmo, hay dos hipótesis muy atendibles en ese Chile que creen virado a la izquierda pero donde el pinochetismo tiene sus candidatos y su sentido común a favor. Primera, que la batalla cultural quizás está ganada cuanto menos se habla de ella. Hay una vida subterránea de sentido común por fuera del control del Estado, no importa si el Estado chico o el Estado grande. Segunda, que la única batalla por el sentido común con chances de ganarse desde su explicitación es la económica. El sentido común macroeconómico es el que más continuidad muestra en Chile desde los años de Pinochet.
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