La explosión de la convertibilidad cambió de manera drástica el sistema político, aumentó la intervención del Estado hasta límites insostenibles y redujo el sueño de la movilidad social ascendente; miradas sobre una crisis nunca del todo resuelta
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Los fotogramas se superponen a un ritmo vertiginoso: la traumática salida de la convertibilidad, la imposición del corralito y los saqueos, el crecimiento de la pobreza, la recesión y el desempleo, el estado de sitio y las marchas del 19 de diciembre, las balas y los estruendos de la represión policial que culminaron, al día siguiente, con 30 muertes, más de 400 heridos y miles de detenidos. Y, finalmente, el despegue del helicóptero que minutos después de su renuncia trasladó a Fernando de la Rúa a la Residencia de Olivos. ¿Qué cambió y qué permanece de la implosión y el estallido de 2001? ¿Cuántas de las esquirlas que produjo esa fractura expuesta se prolongan hasta hoy?
“El 2001 funciona como el big bang político de la Argentina en este siglo”, dice el politólogo y consultor Pablo Touzon. “El 2001 es el gran elemento que cambia el sistema político argentino y las vidas personales de la mayoría de los liderazgos que están. Néstor Kirchner era un gobernador ignoto del Sur que se parecía a Tristán, y Mauricio Macri, aunque iba perfilándose, todavía era el presidente de Boca, un tipo más del jet set de los 90″. Hijos dilectos de esa crisis que hizo volar por los aires el sistema de partidos, el kirchnerismo y el macrismo protagonizaron y vertebraron, a lo largo de estos años, la vida política de la Argentina. “Y eso funciona como el parteaguas de una época”, agrega Touzon, que es además fundador de Panamá Revista.
Aunque al economista e historiador Pablo Gerchunoff le atrae el concepto de “big bang” como el momento de explosión que organiza un universo de una manera -que no cambiará o cambiará de forma marginal, lenta y previsible-, cree que ese concepto tiene un componente determinístico que deja afuera a las contingencias históricas; y como historiador, quiere reponerlas. “Una de las cosas que a mí más me interesan cuando pienso el post 2001 es que estos 20 años están llenos de contingencias; me atrae ver qué cosas pudieron haber sido distintas, los pliegues de la Historia”, dice quien también se desempeñó como jefe de asesores del Ministerio de Economía hasta marzo de 2001 y hasta ese momento, reconoce, hacía un esfuerzo enorme por creer que las cosas podían resolverse. Cuando vio que -a pesar de la llegada de Domingo Cavallo al Gobierno y sus sortilegios- no cesaba la salida de capitales, comenzó a tener “un pesimismo sobre el propio régimen monetario, sobre ese símil patrón oro, que era el patrón dólar, del cual era muy complicado salir, como finalmente se mostró. Una cosa notable es que nadie salió. Salir no salió nadie. Ocurrió”, rememora.
Desde hacía ya tiempo que la convertibilidad mostraba un agotamiento, dejaba muy poco margen de acción y empezaba a producir algo que se repite cíclicamente hasta hoy: cuando el contexto internacional empeora, la Argentina tiene problemas para renovar la deuda pública en los mercados. Así lo explica el economista Nicolás Gadano, quien se desempeñó como subsecretario de Presupuesto en el Ministerio de Economía hasta mayo de 2001 y vivió el proceso desde adentro. “Mi percepción, en todo momento, era que no sacábamos nunca la cabeza del agua. Nunca hubo una primaverita. Las medidas económicas que íbamos intentando para revertir la situación no alcanzaban, y ya cuando Chacho Álvarez renuncia empieza un proceso en donde se combina una crisis política creciente con una situación económica que se va deteriorando”.
Hasta la salida de la convertibilidad, aquel régimen de paridad peso dólar había funcionado como una “Moncloa”, considera Touzon. De izquierda a derecha, de arriba a abajo, desde las villas a los countries, pasando por los sectores medio, considera, fue la política económica con más consenso social de la historia argentina: “Era difícil bajarse de eso porque efectivamente parecía que en una sociedad siempre tan dinámica como la argentina se había encontrado una especie de gran consenso. Mi sensación es que de la única manera en la que se hubiera podido salir sin una explosión social, y aun así hubiese sido difícil, era a través de una especie de gran acuerdo nacional que no iba a pasar: era como decir `si devaluamos, devaluamos todos´, subirse todos a ese tren y aguantar el sacudón”. La convertibilidad construida por Menem y Cavallo funcionó “como una especie de cinturón gástrico de la política” en la Argentina y construyó el cimiento de un sistema político. “Por eso la reforma de la Constitución de 1994 se hace después de la convertibilidad. Es casi, diría, una refundación: todo ese sistema político era como la superestructura de eso. La sensación que había era que si uno movía la pieza de abajo -como si fuese un Jenga- se caía todo”, concluye el politólogo.
A diferencia de las décadas anteriores a la definitiva recuperación democrática de 1983, y a pesar de la escala de la crisis, el sistema político argentino resistió y activó su musculatura institucional. Lo hizo a través de la Asamblea Legislativa, la vertiginosa sucesión de presidentes, la presidencia temporaria de Eduardo Duhalde, el llamado a elecciones que terminaría consagrando en 2003 a Néstor Kirchner y la activación, de allí en más, de un sistema político competitivo. Aunque la Argentina transita elecciones periódicas, no ha podido generar consensos básicos, políticas de estado sostenibles ni respuestas a las pujas distributivas que, con recurrencia, ponen en jaque a un país cada vez más empobrecido, fracturado y desigual.
“Aunque hoy tenemos un sistema político competitivo”, dice Gerchunoff, ese sistema político no puede ponerse de acuerdo ni resolver el problema del disenso distributivo argentino que hace que la economía no crezca. “¿Va a durar mucho ese sistema político si no logra resolver el problema del disenso distributivo? Mientras el sistema político nuevo, este que vemos ante a nuestros ojos, no lo pueda resolver, entonces no me animo a llamarlo realmente sistema político”.
Del “que se vayan todos” a las dos coaliciones
El fracking del sistema político de 2001 y la crisis de representación de los partidos, condensada en “el que se vayan todos” vociferado en marchas y cacerolazos en cada rincón del país, tuvo diversos estadios: la bronca y la desilusión inicial, la desafección ciudadana, la orfandad política de quienes habían depositado su esperanza en la Alianza después del menemismo y la reconfiguración del peronismo en torno al kichnerismo.
“El Partido Justicialista, eje del polo peronista, soportó comparativamente mejor la revuelta antipartido de esos años, pero esa revuelta prácticamente pulverizó a los partidos no peronistas de entonces”, dice el sociólogo Juan Carlos Torre. Así se refiere a “los huérfanos de la política de partidos”: la masa de electores que quedaron a la intemperie con la diáspora de los simpatizantes de la UCR, el Frepaso, Acción por la República. Y marca un punto de inflexión: el año 2011. Al tiempo que se producen “elecciones gloriosas para el polo peronista con el 54% que obtuvo Cristina Fernández en su camino a la reelección, el porcentaje de votos más alto de la historia electoral”, comenzó a materializarse vertebrarse una operación política importante que se extiende hasta la actualidad, sostiene. “Después de casi 15 años, la peregrinación electoral desatada por el cimbronazo de 2001 encontró refugio en la alianza de UCR, el Pro y la Coalición Cívica. La nueva etiqueta de Cambiemos acogió al electorado no peronista cuyas preferencias se inclinaban hacia la centroderecha y a aquellos que simpatizaban más con posturas de centroizquierda”, reflexiona Torre sobre un escenario electoral que hoy danza al ritmo de dos coaliciones.
Es que a lo largo de estos años, la Argentina terminó organizándose en torno a un sistema bicoalicional. Visto a la distancia, Gerchunoff reconoce “el éxito” de Néstor Kirchner y de toda la clase política en reconstruir una autoridad presidencial y un sistema político. “Néstor Kirchner mostró una gran habilidad y una gran audacia para la reconstrucción. Lo hizo con un componente autoritario, sí, pero es muy difícil no tenerlo para una reconstrucción de ese estilo”. Y enseguida reflexiona sobre las oportunidades perdidas en el post 2001. “Néstor Kirchner heredó lo más valioso que dejó la convertibilidad, que es la estabilidad de precios, una economía desindexada y una mentalidad colectiva desindexada. Es decir, jóvenes que no sabían qué era la inflación. Cuando Néstor Kirchner llega al gobierno la tasa de crecimiento de la economía era 6% y la inflación era 4 por ciento. Y eso no volvió a ocurrir nunca más. Visto desde hoy, un milagro. Néstor Kirchner reinventó la inflación, una inflación que, como el resto de América latina, nosotros pudimos habernos sacado de encima porque todos lo hicieron”, grafica. Y al catálogo de contingencias históricas suma la decisión del kirchnerismo, después de la derrota en 2009 y en aras de mantenerse en el poder a cualquier costo: la exuberante expansión de los roles del Estado y el gasto público que, como el primer peronismo, llevó a una ampliación de derechos sociales. “¿Me gusta? Claro que me gusta. ¿Era posible sostenerlo? No era posible sostenerlo. Cristina dejó en 2011 un nivel de gasto público que solo podía ser financiado mientras durara ese otro regalo del cielo que tuvimos en ese período, que fue el precio de las materias primas. Evo Morales, en Bolivia y Rafael Correa, en Ecuador también expandieron el gasto, pero hicieron inversión en infraestructura; y esa la podés parar y podés retroceder”, continúa.
Aunque Liliana de Riz describe el 2001 como una hecatombe social y derrumbe catastrófico que era impensado a pesar de las dificultades y los errores del gobierno de Fernando De la Rúa, cree que hoy la Argentina tiene por delante un problema de gravedad inusitada. “Antes todavía quedaba alguna idea de ‘aguantemos que la Argentina se recupera’. Hoy no escucho nadie decir que hay que aguantar esta crisis y los jóvenes que pueden dicen: ‘Me voy’. Hay una pérdida de la esperanza y una idea de que acá no se aguanta más y de que si podés, te vas. Y si no aguantás, ¿qué hacés? El 2001 nos agarró sin memoria de una crisis equivalente a mi generación y a la generación siguiente, pero desde 2001, la Argentina vive en crisis que la sumergen cada vez más”.
Contención social
En el post 2001 y con el kichnerismo en el gobierno, la Argentina amplió y sostuvo a lo largo de los años –también durante el gobierno de Cambiemos- todos los dispositivos posibles de contención social. Ni el crecimiento monumental de la intervención estatal -cuya metáfora es el gigantesco Ministerio de Desarrollo Social- ni la multiplicación de los planes universales pudo contener o frenar el aumento de una pobreza y una indigencia que desde hace tiempo exhibe récords históricos en el país -sin crecimiento económico sostenido ni creación de empleo genuino-. La sociedad argentina es un paciente que agoniza en terapia intensiva, a pesar del respirador artificial del Estado.
Para Touzon, la ampliación de los dispositivos de contención social y los planes universales responde cínicamente a una demanda de las nuevas elites políticas: evitar el 2001. “Dicho de otro modo, ‘que no me explote esto a mí como explotó en 2001′. Cuando la economía deja de acompañar y el contexto empeora, solo quedan los dispositivos del Estado. Y eso no alcanza. En la Argentina no volvió a haber un principio de crecimiento sostenido que financie también los proyectos de contención social”, explica.
“La idea de que los pobres están felices porque reciben planes no es cierta. Lo que la mayoría de los pobres quiere es tener trabajo. En la región y en la Argentina hay un grito: ‘dignidad ya’”, sostiene De Riz. “Antes se pensaba que solo la clase obrera se organizaba, ahora no: la organización de pobres hace presión, tiene instrumentos, reclama, corta calles. La organización de los pobres es una novedad y representa un desafío enorme con un Estado que no tiene moneda, no produce riqueza, no generar crédito ni inversión. Hay una sensación de que no da más. Ahora, lo que viene, no se sabe”, concluye la socióloga.
Juan Carlos Torre lo grafica en una frase. “La Argentina tenía pobres pero no pobreza. La situación de ser pobre, en el país de la movilidad ascendente, era contingente. Ahora la pobreza es una playa de estacionamiento. Y la novedad de la Argentina es la pobreza en movimiento, la pobreza organizada cuya interlocución es el estado, no el patrón”.
A 20 años de 2001, la Argentina se enfrenta a problemas irresueltos que devuelven fotogramas en sepia: incapacidad para generar crecimiento, apego a fórmulas anacrónicas que ya han mostrado su fracaso y alejamiento -¿definitivo?- de una Argentina cohesionada socialmente, integrada al mundo, con líderes dispuestos al diálogo y la construcción de puentes que la lleven del naufragio a un destino mejor. Una Argentina que desde hace ya demasiado tiempo muestra, como frasea Carlos Gardel, “el dolor de ya no ser”.
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