Eduardo Duhalde, el caudillo bonaerense que se hizo cargo del país cuando atronaba el “que se vayan todos”
Articuló, junto a Raúl Alfonsín, la salida institucional a la crisis del 2001; fue el jefe del aparato del PJ, sobre el que recayeron sospechas por los saqueos; 20 años después, cuenta su versión de la historia
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A Eduardo Duhalde le cuesta enfocarse en los acontecimientos de 2001. Tal vez, porque lo fastidia volver una y otra vez sobre aquellos hechos que marcaron la historia reciente y su propia vida. Pero entiende que esa carga se debe al rol protagónico que tuvo en un momento aciago del país. Entonces cierra los ojos y recuerda una conversación que tuvo con Raúl Alfonsín el 31 de diciembre de 2001, horas antes de que la Asamblea Legislativa lo ungiera como presidente de la Nación para completar el mandato trunco de Fernando de la Rúa:
-“Si no aceptas, vas a ser responsable de una matanza”, le advirtió con tono drástico el expresidente radical.
-“No soy suicida, don Raúl”, replicó el caudillo bonaerense, desde su fortín de Lomas de Zamora.
-“Ah, no sabía que tenía un amigo cobarde”, contraatacó Alfonsín. Y dio en el clavo.
Café de por medio, Duhalde recuerda ante LA NACION otro argumento que le dio el expresidente, por quien sentía un respeto profundo: “Pensá un poco, Eduardo, qué pasaría si asume la Corte”, le dijo y lo terminó de convencer. El máximo tribunal del país estaba controlado por la “mayoría automática” formada a imagen y semejanza de Carlos Menem. Y el riojano se había convertido en su archienemigo en la interna del PJ, algo que –como suele suceder con los enfrentamientos peronistas- derramó sobre todo el sistema político.
Claro que la versión de Duhalde contrasta con algunos hechos fácticos. El más evidente fue que la matanza ya había sucedido: 39 argentinos habían sido prácticamente fusilados por las fuerzas de seguridad tanto en la ciudad de Buenos Aires como en distintas provincias, en medio de la oleada de cacerolazos y saqueos que llevaron al país a una situación lindante con la anarquía y empujaron a un De la Rúa sin resto político ni personal a abandonar en helicóptero la Casa Rosada.
Duhalde se enoja cuando se le pregunta si el hecho de que tanto él como Alfonsín hayan sido candidatos a senadores por la provincia de Buenos Aires en las elecciones de 2001 tenía por objetivo acumular masa política para terminar con el régimen de convertibilidad que patentó Domingo Cavallo en la década menemista y que De la Rúa no había tocado, pese a las abundantes señales de que el modelo estaba agotado.
“¡Por favor, nada que ver!”, exclama alzando las manos, en un pasaje de la entrevista que lo pone incómodo y que el expresidente transitorio (2002-3) dio a este diario minutos antes de la presentación de un libro de José Ignacio de Mendiguren, justamente el industrial al que Cavallo y los pocos radicales que se mantuvieron leales a De la Rúa señalaron como el ideólogo de la pesificación (o confiscación de los depósitos en dólares, según lo interprete cada uno).
Pero la masa política ya estaba acumulada. Un testigo presencial recuerda la concurrencia fuera de lo común que provocó la jura de Duhalde como senador nacional en diciembre de 2001, que abarrotó uno de los patios internos de la Cámara alta que daba al despacho del que Duhalde tomaba posesión y que había sido utilizado por Antonio Cafiero.
Ese mismo día, el Senado designó como presidente provisional al misionero Ramón Puerta, en lo que se consideró como el primer paso del PJ para avanzar sobre el debilitado De la Rúa, dado que ese cargo se había convertido en el primero de la línea de sucesión presidencial tras la renuncia de Carlos “Chacho” Alvarez a la Vicepresidencia de la Nación.
“La gente cree que lo que hicimos en 2002 lo empezamos en 2001, pero en realidad todo comenzó en 1997″, corta Duhalde el repaso histórico. Ese año, asegura, encomendó al economista Jorge Remes Lenicov –a la postre su primer ministro de Economía- que estudiara una salida a la convertibilidad.
Duhalde ya se consideraba el “candidato natural” del PJ para el recambio presidencial de 1999, pese al disgusto de un Menem que había ensayado diversos artilugios para forzar la re-reelección. Pero a la hora de contar los votos, el caudillo bonaerense cayó derrotado frente a De la Rúa. “Estaba frito; las encuestas decían que más del 70% quería seguir con la convertibilidad”, dice ahora en tono reflexivo.
En ese contexto le hizo a Carlos Reutemann el primero de los dos ofrecimientos para que fuera candidato a presidente. “Ya sabía que yo perdía”, se sincera Duhalde. El segundo fue en 2002, tras los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán por parte de la Policía bonaerense, que le provocaron una conmoción tal que decidió anticipar la convocatoria a elecciones. Todavía estaban frescas las imágenes de la revuelta de diciembre de 2001.
“Lole” volvió a decir que no porque sintió un “exceso de responsabilidad”, según Duhalde. En la lista de los probables sucesores estaban luego el cordobés José Manuel de la Sota y el bonaerense Felipe Solá. Recién en cuarto lugar aparecía Néstor Kirchner. Cuando se le pregunta si se arrepiente de que el proceso de transición concluyera en el inicio del kirchnerismo, al cual luego se enfrentó, Duhalde se limita a responder: “Dios dispone”.
Pero ese fue el desenlace político de la crisis de 2001. En la gestación, el andar inerte de la administración De la Rúa, la renuncia de “Chacho” Alvarez –en quien primó la “ética de la convicción” sobre la “ética de la responsabilidad”-; la decisión del FMI de dejar caer a la Argentina en medio de niveles de pobreza y desocupación escalofriantes; y la irrupción del piqueterismo fogonearon el estallido y luego –a partir del tándem consolidado entre Duhalde y Alfonsín- la canalización institucional del conflicto, con el que se conjuró el “que se vayan todos”.
La relación de confianza mutua entre el caudillo bonaerense y el “padre de la democracia” recuperada había comenzado justamente en la década del ´80. “Mi partido se portó mal con él: llamó a votar por el No en el plebiscito por el Beagle y no lo apoyó en el Juicio a las Juntas. En cambio, yo lo recibí en Lomas al otro día del veredicto en 1985 y las pintadas de la Juventud Peronista en las paredes decían ´Duhalde traidor´”, rememora lo que le costó el acercamiento con Alfonsín.
El primer contacto había sido en 1983: “Me vino a ver un coronel del Ejército a mi despacho de la municipalidad para invitarme a fragotear (léase promover un golpe de Estado). Al otro día le pedí una reunión a Alfonsín y le conté todo en la Casa Rosada”, relata.
Más tarde, en 1991, Duhalde selló un acuerdo político con Alfonsín antes de pasar de la vicepresidencia a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. “Creo en la unión; nunca goberné con menos del 90 por ciento del apoyo de concejales, legisladores bonaerenses o diputados y senadores nacionales”, cuenta el expresidente.
Con esa misma lógica, no respondió a la “invitación” de Alfonsín para hacerse cargo del país en medio del incendio de finales de 2001 hasta que no tuvo la seguridad de que la Asamblea Legislativa lo elegiría por amplia mayoría. Por la Ley de Acefalía, el Congreso debía ungir a un presidente entre un senador, un diputado o un gobernador de provincia.
En la última semana de diciembre de 2001, eso había hecho justamente el Parlamento con el gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá. “Para mí fue el mejor gobernador de los últimos 40 años, pero en Chapadmalal tuvo un ataque de pánico. Se asustó cuando los que protestaban eran empleados de los hoteles”, afirma Duhalde sobre el inesperado desenlace de la reunión del fugaz presidente con su gabinete y gobernadores del PJ que le quitaron el respaldo porque se negó –según dice el puntano- a salir de la convertibilidad. Antes, había formalizado en el Congreso el default de la deuda externa.
Con Rodríguez Saá refugiado nuevamente en San Luis, se puso en marcha el operativo que terminó con la designación de Duhalde, previo interinato de Eduardo Camaño, un hombre cercano al exgobernador bonaerense que durmió en la Casa Rosada la noche previa a la Asamblea Legislativa, temeroso de que hubiera una toma violenta.
En medio de ese clima político y social llegó el último jefe que tuvo el PJ de la provincia a la cima del poder. Duhalde fue el máximo exponente del aparato político al que se reprocharon los saqueos y el clima de desestabilización, pero que al mismo tiempo era el único con espaldas para afrontar esa situación.
Duhalde dice, sobre el final de la entrevista, que siempre prefirió “hablar del futuro, antes que del pasado”. Pero aquella experiencia -inolvidable para él y para los argentinos- lo dejó anclado 20 años atrás.
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