Eduardo Belliboni: sus diferencias con la “economía popular” de Grabois y el día que casi cierra el Polo Obrero
El dirigente piquetero reivindica el empleo por sobre la “asistencia” y critica que “la cultura del trabajo” oculta “una manipulación de la situación de desocupación para presionar sobre el salario a la baja y la precarización laboral”
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“Hubo un momento en que casi cerramos el Polo Obrero”. Las palabras sorprenden en boca de Eduardo Belliboni, la principal figura de esa organización territorial de izquierda. En diálogo con LA NACION, uno de los dirigentes sociales que más agitó las calles en los últimos tiempos, se sincera. “Cuando creció el empleo, no tenía sentido”, continúa, en referencia a la recuperación económica posterior a la crisis del 2001. Es que las agrupaciones piqueteras “tienen su origen en la lucha por el trabajo, no en el asistencialismo”, advierte, enfrentando al juicio más extendido.
“Nosotros no somos partidarios de las organizaciones sociales permanentes. Cuando hubo laburo, la gente fue a laburar. Los compañeros no dudaron entre el programa social, que es una miseria, y un trabajo que les permitió ordenar su vida”, describe Belliboni, quien junto al resto de las organizaciones que integran la Unidad Piquetera protagonizó este jueves la “marcha federal” que llegó a la ciudad de Buenos Aires desde distintos puntos del país.
De trabajador ferroviario a chofer de colectivos de la línea 160, la biografía de Belliboni está marcada por los cambios constantes, pero siempre asentada en un lugar: la localidad bonaerense de Burzaco. El dirigente social recibió a LA NACION en el mismo monoblock al que se mudó su familia hace 50 años. Fue cuando su padre pasó a trabajar en Segba, la antigua compañía eléctrica estatal, poco antes de que lo sorprendiera la muerte. Hoy, su único concubino es “Niche”, un perro caniche al que apodó así por el filósofo alemán.
Desde joven, su intenso vínculo con la política contrastó con la dinámica de su vida laboral, un camino que no estuvo exento de vaivenes. Tras ser despedido del ferrocarril por organizar una comisión de delegados paralela en pleno proceso de privatización menemista, sus idas y vueltas tuvieron un punto de inflexión al promediar la década de los 90, momento en que comenzó a vincularse con el Polo Obrero. “Ahí me compro un Duna y me meto a laburar de remisero”, comenta el actual referente territorial. Como contaba con el suficiente tiempo libre, aceptó la invitación de un compañero de militancia para colaborar con la organización en Lomas de Zamora.
Belliboni cuenta que, durante sus primeros años de remisero, su trabajo no lograba terminar de conciliarse con su compromiso político. “Me iba peor económicamente que a mis colegas, porque inventaba viajes para ir a asambleas”, recuerda. “Le decía a la agencia que tenía que hacer viajes con esperas. Cuando volvía, tenía que pagarles la comisión. Encima que cobrábamos poco y no había ganado un mango, tenía que poner por haber militado”, se lamenta.
Así comenzó su historia en el Polo Obrero, primero formando parte de la mesa de Zona Sur de la organización y, finalmente, de la mesa nacional que encabezaba en ese entonces el dirigente Néstor Pitrola. “A él lo conocía de los congresos, pero ahí empecé a tener una relación más directa y una militancia común”, relata Belliboni, quien con el correr de los años fue ocupando el lugar de quien hoy es su amigo.
“A partir de ahí, mezclaba un poco los laburos. Me dediqué a ser electricista, algo que aprendí en el ferrocarril. También hacía algo de remis, pero ya con clientes particulares, por lo que no tenía que estar 12 horas en el mismo lugar y le podía dedicar un poco más de tiempo a la militancia”, añade.
Trabajadores desocupados
Belliboni no esquiva la polémica con quienes lo acusan de “gestionar” la pobreza. “Nosotros tenemos el concepto del trabajador desocupado”, sostiene. Es que, de acuerdo a su mirada, todas las teorías que se esgrimen acerca de “la cultura del trabajo” ocultan “una manipulación de la situación de desocupación para presionar sobre el salario a la baja y la precarización laboral”.
Para el dirigente social, en cambio, no se trataría de “gente que no puede valerse por sí misma y necesita una ayuda social”, sino de trabajadores que, producto de la “crisis capitalista”, se quedaron sin empleo. “El objetivo de un trabajador en una sociedad como la actual es poder pelear por mejores condiciones de trabajo, si es que lo tiene”, indica.
La posición de Belliboni es clara: no se debe culpabilizar a las personas por su condición de desocupadas. Por eso, adhiere a la idea de que quienes no cuenten con un empleo registrado, tengan la posibilidad de acceder a “un seguro al parado”. Y precisa: “Como existía en Europa, en donde el Estado se hacía cargo de su responsabilidad ante la destrucción del trabajo producto de sus políticas”.
“Después tenés a esos tipos que salen por televisión quejándose porque no encuentran gente para levantar la cosecha de cereza. Yo les pregunto: ¿cuánto pagás por eso? ¿Menos que lo que paga el plan social? Y bueno, flaco, pagá un salario, porque vos la cereza la estás exportando”, dispara.
Las diferencias con la “economía popular” y Grabois
Sucede que, a diferencia de los movimientos sociales alineados con la Casa Rosada, que plantean que el Estado debe reconocer a los trabajadores informales en tanto trabajadores, las organizaciones de izquierda ven en la noción de “economía popular” un ardid que busca enmascarar la precarización laboral y eludir la lucha por “trabajo genuino”. Disidencias conceptuales traducidas en estrategias políticas decididamente antagónicas.
“La economía es capitalista, porque las relaciones de producción están impactadas por las condiciones que impone el sistema. Lo otro es la gente que queda al margen, que, como dicen ellos, se arma un trabajo, pero que es precarizado. Por ejemplo, siendo albañiles terminan cobrando un sueldo menor que el del convenio de la Uocra, que de por sí ya es bajísimo”, sostiene Belliboni.
En esa línea, el dirigente trotskista no duda en afirmar que “un tipo que tiene que ir a juntar cartones no es un emprendedor”, sino alguien que “vive en la miseria”. El destinatario del mensaje es uno solo: el líder del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), Juan Grabois.
“Lo que hay que hacer es organizarlo, lograr que se inscriba en el gremio papelero y disputar por la dirección del gremio. Eso es pelear por lo que corresponde”, argumenta, para después rematar: “Pero bueno, más fácil es mantener la precarización que pelear por la distribución de las horas de trabajo o por la capacitación de los compañeros que no la tienen”.
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