Dudas sciolistas ante un camino minado
Un gobierno que se jacta de su política de derechos humanos, pero que convalida una represión feroz contra quienes expresan sus disidencias. Un director nacional electoral que descubre que "quemar urnas no es fraude", como si todo hubiera sido obra de simples piromaníacos. Y hasta un comunicador oficialista que asigna la primera manifestación de protesta en Tucumán a una operación montada por un canal de noticias.
Todas estas postales que reflejan las irregularidades del acto electoral tucumano corrieron el velo con el cual desde el oficialismo se ha pretendido esconder que la Argentina dista de ser un país normal, al extremo de que el Estado ya ni siquiera puede garantizar la transparencia de unas elecciones.
Daniel Scioli imaginaba que los comicios tucumanos podían ser el trampolín perfecto para su escalada final hacia el 45% de votos que necesita el 25 de octubre para evitar un impredecible ballottage.
El resultado de la elección del gobernador tucumano, aun cuando no haya dudas de que las urnas favorecieron al oficialista Juan Manzur, ha pasado a un segundo plano, detrás del escándalo derivado de la quema de urnas y de la compra de votos en un distrito dominado por el clientelismo y el autoritarismo.
Scioli no tiene responsabilidad en las ostensibles irregularidades vividas en Tucumán, ni en la muerte del joven militante radical en Jujuy, ni en las innecesarias críticas del gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, contra el futbolista Carlos Tevez por sus objetivas apreciaciones sobre la pobreza en esa provincia. Pero cada uno de estos hechos se instala en la agenda de la opinión pública y mina el camino del gobernador bonaerense hacia las elecciones generales de octubre.
El candidato presidencial del Frente para la Victoria (FPV) sabe ahora que no sólo debe diferenciarse algo más de Cristina Kirchner para sumar voluntades independientes, sino que además debe tomar distancia de algunos señores feudales y sus procedimientos que espantan a ese electorado clave.
No por nada, el primer paso de Scioli tras el escándalo tucumano fue recostarse en el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, que por lo menos cultiva una imagen distinta a la de otros de sus colegas. Sin ir más lejos, el mandatario salteño sorprendió anteanoche, en el programa Intratables, con algunas declaraciones que no figuran en el manual K: "No me puedo enojar con Carlitos Tevez. En la Argentina no hemos erradicado la pobreza", "Hay productores en situación de quebranto", "Lo peor que podemos hacer es partir de la negación de la realidad y hacernos trampa [jugando] al solitario" fueron algunas de sus frases más resonantes.
Urtubey era hasta junio uno de los gobernadores que Scioli tenía in péctore como compañero de fórmula. No pudo ser. Pero ahora Urtubey está diciendo cosas que tal vez Scioli piense, aunque no se atreva a expresar. El gobernador norteño sugirió que no negociar con los holdouts "nos está costando más caro".
¿Debería el candidato presidencial oficialista dar un salto de calidad discursiva y admitir con el realismo que ensayó Urtubey los problemas del país? No hacerlo acentuará las dudas sobre quién conduce la campaña y quién conducirá al país si llegase a la Casa Rosada.
Dudas parecidas acosan a una oposición que, tras los grotescos sucesos tucumanos, empieza a ensayar con timidez algún entendimiento conjunto, pero que, para vencer al kirchnerismo, deberá hacer mucho más que quedarse de brazos cruzados esperando llegar a octubre con lo justo como para que Scioli no supere el 45 por ciento.
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