Las dudas que desvelan a candidatos y gurúes
El desacople de buena parte de la ciudadanía de la política, en general, y de la dirigencia, en particular, obliga a los actores a avanzar con instrumentos precarios
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La temporada alta para los consultores de opinión pública empieza a desperezarse, atravesada por dos incógnitas que desvelan a encuestadores, precandidatos, dirigentes y gurúes electorales.
El grado de participación ciudadana y la utilidad del ya de por sí devaluado valor predictivo de las encuestas (sin reemplazo a la vista) resultan hoy elementos claves que añaden incertidumbre a un horizonte plagado de dudas.
El desacople de buena parte de la ciudadanía de la política, en general, y de la dirigencia, en particular, obliga a los actores a avanzar con instrumentos precarios.
Por eso, el intenso calendario de elecciones en las provincias que se desarrollará antes del cierre de las listas nacionales, como la que se realizó ayer para dirimir la interna de Juntos por el Cambio en La Pampa, adquiere una relevancia mayor que en comicios anteriores.
El festival de elecciones adelantadas también significa mucho más que la relevante decisión de buena parte de los gobernadores oficialistas de evitar que la deriva de la Casa Rosada y las disputas en la cúpula del Frente de Nadie desorganicen sus territorios. También sirve para poder pararse frente a las presiones que emanan de los referentes nacionales enfrentados entre sí. Para desorden ya hay suficiente.
Los encuestadores coinciden mayoritariamente en que los sondeos no llegan a detectar la opinión de casi un 40 por ciento del electorado, como señaló recientemente Juan Germano, director de Isonomía. Las disonancias entre los consultores más respetados se dan solo respecto del porcentaje de captación de preferencias, que los más audaces reducen a poco menos del 30 por ciento.
En cualquier caso, lo que queda fuera de foco es una enormidad. Más aún cuando las diferencias que arrojan casi todas las encuestas respecto de la intención de voto están dentro del margen de error cuando se inquiere sobre la preferencia respecto de las fuerzas políticas existentes, que es lo más real y tangible sobre lo que puede preguntarse.
Las candidaturas individuales son en muchos casos ejercicios teóricos. Además, el ordenamiento del electorado se ha mantenido fuertemente estructurado en la última década por el clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo y, antes, por la antinomia peronismo-antiperonismo.
Así es como algunas de las encuestadoras más serias evitan dar números sobre intención de voto y divulgan otros indicadores que podrían ser más útiles a los efectos predictivos. Un llamado a la prudencia ante el carnaval de sondeos en danza y el revoleo de cifras con el que pretenden instalarse algunos precandidatos (y consultores). Los pronósticos turfísticos podrían resultar más fiables.
Los trabajos que permiten intuir y prefigurar algunos escenarios, que no son los que miden la intención de voto, atienden a las ratios netas de imagen de los precandidatos, las preferencias históricas por niveles socioeconómicos y distribución geográfica (que en el país mantienen una marcada estabilidad) o el índice de rechazo que despiertan determinadas fuerzas políticas y postulantes, sin herramientas que sirvan para ir componiendo algunos rompecabezas en los comandos de campaña.
Sin embargo, en estos comicios se agrega una cuota mayor de imprevisión que en elecciones anteriores, que es la participación ciudadana. O sea, cuántos de los electores registrados irán a votar.
Los nueve puntos perdidos
La caída de casi nueve puntos en el porcentaje de votantes que concurrieron a las urnas en 2021 respecto de 2019, y que haya sido el más bajo desde la recuperación de la democracia, abre varias preguntas.
En primer lugar, la cuestión es determinar si esa caída solo se debió a que las elecciones estuvieron signadas por los coletazos de la pandemia, a que se trataba de comicios legislativos (menos convocantes que los de cargos ejecutivos) y a que la propuesta del oficialismo carecía tanto de atractivo como de morbo. O si, por el contrario, se rompió un dique. En un país anómico, solo la historia de interrupciones de la democracia explicaba que se cumpliera tan masivamente una ley, como la de obligatoriedad del voto, que en la práctica no acarrea sanción para quienes la violan,
En segundo lugar, ingresa la variable del distanciamiento que muestra la ciudadanía de la política y da lugar a la pregunta crucial respecto de si el estado de resignación y angustia sigue dominando por sobre el enojo y la ira o si ese estado de ánimo colectivo se invirtió. La importancia del predominio de unas u otras emociones es mayúscula, porque mientras las primeras arrastran a la inacción, las segundas provocan reacciones.
El leve y (por ahora) provisional enfriamiento que provocó en el plano económico la llegada de Sergio Massa puso un dique en el flujo de las sensaciones que estaban yendo aceleradamente hacia la bronca general. Lo que ocurra con la inflación y el dólar en los próximos dos meses será determinante. La moneda sigue estando en el aire aunque un poco más torcida y más abajo (o más devaluada) de lo que Massa vaticinó hace un par de meses.
El factor Milei
En este contexto se repone la figura del antisistema Javier Milei y todas las incógnitas que desata, empezando por el origen, respecto de elecciones anteriores, de los votos que ahora podría sumar en todo el país y no solo en el acotado pero hipervisibilizado territorio porteño.
A pesar de todas las prevenciones que deben tomarse con las encuestas, los sondeos en sus ítems más confiables muestran una estabilización de los libertarios como tercera fuerza en niveles elevados, aunque por ahora nadie lo prefigura en condiciones de llegar a un ballottage. Pero eso es larguísimo plazo.
La consolidación de Milei como tercero en discordia refuerza la discusión no saldada que atraviesa a las dos fuerzas mayoritarias: ¿a qué espacios o candidatos afectará más su performance? El optimismo y el entusiasmo que hasta hace nada despertaba el iracundo economista entre la dirigencia frentetodista empiezan a ser revisados al ritmo que la estabilización de la economía vuelve a tropezar.
“En los sectores medios bajos y, sobre todo entre los jóvenes de esa franja que antes votaban al peronismo empiezan a consolidarse derivas de votos hacia los extremos, como los troskos y los libertarios”, admite con preocupación un veterano dirigente peronista del conurbano.
No obstante, nada es lineal. Con el realismo político que la experiencia le dio, la fuente advierte: “Milei va a tener que asegurarse de que sus boletas estén en los cuartos oscuros, de que los votantes las pongan en los sobres, de que se las cuenten y de que figuren en los telegramas que se envían para ingresar en el escrutinio nacional”. La carrera para las fuerzas sin arraigo territorial, escasa militancia y limitaciones logísticas siempre tiene más obstáculos por sortear, sobre todo en algunas geografías.
Cambiemitas en tinieblas
Entre los cambiemitas, la discusión está demasiado abierta sobre el impacto que la prédica antipolítica de los libertarios tendrá sobre ellos. Por ahora, empieza a registrarse un corrimiento hacia los extremos que abre nuevos conflictos,
La cristinización de Fernández en cuestiones institucionales (como el juicio a la Corte) y la instalación de la idea de que la fábrica de conejos de Massa tiene aún stock suficiente y carece de restricciones (o pruritos) para su uso llevaron a algunos moderados, como Horacio Rodríguez Larreta, a subir el tono. Patricia Bullrich solo se asegura de no perder oportunidades para subrayar sus posturas polarizantes. En tanto, los socios del radicalismo procuran con dificultad mantener el centro para evitar derivas que espanten a sus dirigentes locales y a sus votantes.
El documento de la coalición que alertó sobre “la bomba” financiera que estaría alimentando el Gobierno es fiel reflejo de esa dinámica. Mauricio Macri lo celebró antes de volver a Buenos Aires, donde seguirá jugando al gato y al ratón con los propios. Mientras tanto, cede a préstamo colaboradores suyos a los adversarios de Larreta, entre los que sumó a María Eugenia Vidal. Pero se cuida de quitarle el banquito al alcalde porteño. La nebulosa que sigue sobre el horizonte político electoral lo avala para diferir definiciones y exaspera a muchos de los suyos.
Lo que sí asumen los gurúes de las coaliciones mayoritarias es que el enojo, el desapego y la desilusión de alrededor de un tercio de los electores con esas fuerzas se están consolidado, al menos en la fase preliminar y de cara a las PASO. Lo que da lugar a otra duda mayor: la subsistencia del voto útil en las elecciones generales, luego de que los electores eligieron casi sin costos a quien les pareciera en las primarias. La vigencia de la preferencia por el menos malo, el sostenimiento del voto a candidatos que no tienen chances reales o la no asistencia a votar componen el trío de preguntas claves sobre el comportamiento en la elección decisiva.
El termómetro provincial
En tal contexto, las elecciones provinciales y la singularidad de la elección a gobernador bonaerense, para la cual no hay segunda vuelta, juegan un papel crucial.
La impotencia de Alberto Fernández y la inexistencia de una conducción del ex-Frente de Todos dieron vía libre a los dueños del peronismo profundo para desacoplarse del destino nacional sin tener que someterse a consultas ni presiones. Costo cero para ellos y amenazas para el candidato a presidente del FDT.
Los antecedentes de elecciones en las que los mandamases locales resolvieron su suerte sin tener que llevar el lastre (antes que el salvavidas) de una boleta nacional encienden alarmas. La disposición de recursos y los esfuerzos para movilizar a los votantes suelen reducirse considerablemente. A esta altura, son 15 las provincias que definirán quiénes los gobernarán hasta 2027 en urnas (y casi seguramente con fechas) distintas de las nacionales. Tests para oficialistas y opositores.
Los cambiemitas tienen demasiados conflictos abiertos en muchas provincias claves. Los cierres de listas y los posteriores resultados electorales amenazan con desatar un festival de pases de facturas y de fisuras peligrosas. Las fotos de hoy pueden volverse sepia muy rápido.
No extraña nada en tal escenario que solo los opositores Rodríguez Larreta y Bullrich estén preparando sus lanzamientos para los primeros días de marzo y que en el oficialismo el único que ya esté en modo campaña sea Alberto Fernández.
Unos necesitan instalarse, alinear a sus seguidores, comenzar a definir su perfil para captar votos y acelerar la búsqueda de aportantes, que por ahora trabajan a reglamento con casi todos. El otro necesita sostenerse sobre el frágil andamio que le sacuden sus adversarios externos e internos y sus propias acciones. Por ahora demuestra que no le faltan voluntad ni temeridad para la empresa.
La reunión de la mesa electoral a la que el Presidente convocó para este jueves será una prueba para todos. La intención de boicotearla, pero sin vaciarla, para llevarla a ser un espacio de discusión de acciones de gobierno por parte del cristicamporismo se medirá con la tozudez albertista de acotarla al plano operativo de la estrategia comicial. Él nunca fue partidario de la eutanasia.
Con el poder que le da su fragilidad y la tenencia de una lapicera que usa y esconde sin patrones lógicos, Fernández da batallas hasta hace poco impensadas. La reciente reunión con los intendentes del conurbano fue un remedo tardío de la táctica nestorista de limitar el poder del gobernador pactando con los intendentes a fuerza de favores. Mensajes para Cristina Kirchner y su protegido Axel Kicillof.
Con esos arrestos póstumos de liberación sueña con poner a su favor el independentismo de los gobernadores, entre quienes sobran los que tienen pesadillas con la prolongación temporal del yugo cristinista.
“Si Cristina sostiene su renunciamiento a postularse y no estará en ninguna boleta, mientras los gobernadores juegan a media máquina, cualquier construcción del kirchnerismo duro es frágil. Alberto sigue siendo el presidente y manejando recursos”, dicen a su alrededor.
A diferencia de la mayoría, Fernández trata de hacer jugar a favor la profundidad de las incógnitas electorales que desvelan a encuestadores y precandidatos. Sin instrumentos fiables de navegación para nadie, cualquier aventura puede parecer posible.
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