Dos puntos de inflexión o de quiebre para el gobierno de Alberto Fernández
Todo indica que para el gobierno de Alberto Fernándezlo ocurrido esta última semana implicará un punto de inflexión (o de quiebre). Difícilmente algo vaya a seguir igual. Las dinámicas desatadas no auguran estabilidad. Ni siquiera del equilibrio inestable imperante hasta ahora.
La conclusión ya resulta obvia: la última semana de octubre no está suficientemente valorada en las efemérides oficiales argentinas. El naturalizado escalón mayor del cronograma electoral en los años impares, ha relegado la evidencia de que es una de las semanas en las que más cambios se han generado en la política y la economía nacional desde la recuperación de la democracia. Aunque sea par, 2020 no es la excepción.
La tan reveladora como críptica carta de Cristina Kirchner unida a los dos desalojos de tierras ocupadas (tan disímiles en origen como en desenlace) son las causas de ruptura del statu quo imperante y disparadores de un nuevo escenario que empieza a abrirse. A pesar de que el resultado resulta aún imprevisible, algunas pistas de un decurso acelerado empiezan a vislumbrarse.
La multiplicidad de interpretaciones a que dio lugar la misilística misiva de la vicepresidenta tuvo, no obstante, una exégesis unánime en un punto: Alberto Fernández es el único responsable de la performance del Gobierno, de lo que hacen (o no hacen) los funcionarios y de los resultados que logra. Y debe hacerse cargo. Nadie, dentro del amplio espectro del oficialismo, de la oposición, de los factores de poder o de los analistas políticos y económicos, tiene dudas de que ese es el significado de lo que escribió y quiso decir Cristina Kirchner. Tan claro de enunciar como complejo de resolver.
Nadie (ni siquiera Lilita Carrió) quiere que la institución vicepresidencial vuelva a ser motivo de desestabilización en la Argentina. Ya pasó en otro octubre, hace dos décadas
Frente a esa conclusión, unos consideran que la publicación debe ser vista como una oportunidad dada al Presidente. Para otros, es una advertencia. Para algunos (pocos), un empoderamiento. Para muchos, un debilitamiento. Y para varios, una trampa mortal. Pero, de nuevo, lo que casi todos entienden y casi nadie niega es que se trató de un emplazamiento.
El tiempo para encontrar soluciones (incluidas las hasta ahora indeseadas y aún en acuerdo con los enemigos) corre peligrosamente. Basta de dilaciones, postergaciones y procrastinaciones. Si hay crisis, que se note y no se oculte (como, a veces, parece hacer el Gobierno), que se resuelva y que no la culpen a ella. Eso dejó por escrito (y en letras de molde) la vicepresidenta.
A pesar de la urgencia y la gravedad que denota el mensaje, el Gobierno prefirió evitar el envío de señales de que esté en proceso de tomar alguna acción tendiente a cambiar el curso de los acontecimientos. Al menos, en el sentido de lo que demandó la vicepresidenta.
En las primeras 72 horas primó la idea de enfriar el clima, negar connotaciones negativas de la carta, abrazarse a presuntos elogios, disimular el golpe y resaltar las dos gotas de oxígeno concretas que recibió en esta prolífica semana: el retroceso del dólar blue y la aprobación en Diputados del presupuesto, sin mayores conflictos. Apenas un mojón, pero al que se aferran como si fuera un punto de llegada. O un punto de partida de una etapa mejor. No es lo que se respira fuera de la Casa Rosada.
Hasta ayer por la noche, ninguno de los que deberían ser parte del acuerdo propuesto por Cristina Kirchner recibió llamado o mensaje alguno de la presidencia. Apenas algunos guiños de los interlocutores habituales de la línea ministerial. Nada nuevo.
En cambio, del seno de la coalición gobernante surgen señales de que el otro planteo de la vicepresidenta está (o ya estaba) en proceso de evaluación: la actual composición del gabinete no tiene garantía de supervivencia a largo plazo. No se trata de una cuestión de nombres. O no solo de eso. La arquitectura del equipo ministerial también está en discusión. Todo es más complicado.
Las dudas que rodean a Alberto Fernández sobre su poder real, aptitudes, atribuciones y voluntad para reencauzar la compleja situación económica, social y política que atraviesa el país, traducidas en una crisis de confianza, empezaron a permear el círculo más cercano que rodea al Presidente. Se trata de una incógnita estructural (anatómico-fisiológica): no todos tienen claro cuáles son las funciones que está en condiciones de ejercer ese cuerpo. En síntesis, si puede hacer algo de otra manera de la que lo ha venido haciendo hasta ahora.
"Mientras los principales socios del Frente de Todos hacen la suya porque se consideran con derecho y capital suficiente para eso, Alberto está todo el tiempo dedicado a mantener unida la coalición". La explicación (o descripción) proviene de un estrecho colaborador presidencial.
No es solo una mirada externa: también se autopercibiría de esa manera el Presidente. Lejos estaría, así, de ser visualizado o de visualizarse como el jefe que Cristina Kirchner dice que es o que debe ser. Urge una reprogramación del sistema operativo. Nadie (ni siquiera Lilita Carrió) quiere que la institución vicepresidencial vuelva a ser motivo de desestabilización en la Argentina. Ya pasó en otro octubre, hace dos décadas.
Por eso, algunos colaboradores presidenciales prefieren ver el pronunciamiento cristinista como una oportunidad: los ilusiona la posibilidad de que opere como un despertador. Detrás de toda esperanza anida una desesperación. En charlas privadas admiten la crítica situación que atraviesan tanto el país como la gestión de Fernández. Los últimos acontecimientos solo tienden a profundizarla.
Es así que la inesperada aparición epistolar de Cristina comparte relevancia (por impacto y consecuencias posibles) con los dos desalojos de tierras realizados ayer.
Una nueva grieta
La señal emitida de reafirmación del Estado de Derecho y del reconocimiento de la propiedad privada, con la ejecución por parte de la fuerza pública de sendas decisiones judiciales, abre, sin embargo, nuevos escenarios complejos para el Gobierno. El desafío aparece ahora en un terreno donde el peronismo no está acostumbrado a ser desafiado y que desde 2001 se jacta de controlar: la calle.
Si los banderazos opositores, cada vez más frecuentes y más extendidos, han corrido por derecha al oficialismo, ahora los desalojos y la crítica situación social amenazan con correrlo por izquierda, sumando más fragilidad y crispación a la situación.
Hay ahora un dato nuevo a considerar: las protestas que empezaron ayer no son ni serán protagonizadas exclusivamente por grupos de inspiración o adscripción trotskista, que nunca han sido parte del oficialismo, como los que se apresuraron a cortar avenidas y accesos a la ciudad de Buenos Aires. También desde ayer entre los críticos aparecen votantes, adherentes y militantes de la fórmula Fernández-Kirchner, como los que lidera Juan Grabois. Pero no son los únicos.
En su primera manifestación tras la desocupación del establecimiento de la familia Etchevehere, Grabois no solo despotricó contra "los poderosos de siempre". También le dedicó muy duras líneas a Alberto Fernández, sin nombrarlo. Lo hizo al referirse "al cuadro patético de la miseria en la Argentina que parece no tocar fondo ni conocer las alternativas que ofrece nuestro gobierno para resolverlo". Otro que reclama soluciones.
En esa sola oración el dirigente social unió, además, los puntos que llevan de Guernica a Entre Ríos y aludió a los desalojos efectuados por la fuerzas policiales como acciones "fascistas". Al mismo tiempo, volvió a ampararse en la prédica del papa Bergoglio para criticar al Gobierno. No pareció reparar en que el Episcopado se hubiera pronunciado justo ayer en contra de las tomas de tierras. O tal vez reparó en que el pronunciamiento solo llegó cuando el oficialismo decidió actuar. Divinos misterios.
Es evidente que la contención que el Gobierno ha dado a muchos movimientos sociales afines, con la asignación de millonarios recursos y las muchas designaciones en cargos de las administraciones nacionales y provinciales, no ha sido un reaseguro para la paz. Ni siquiera con las organizaciones más cercanas. Las desconfianzas y las quejas de La Cámpora respecto del Movimiento Evita solo se han profundizado durante la reciente ola de ocupaciones de tierras.
Los vientos que sacuden a Fernández ya no soplan exclusivamente de frente. Un nuevo escenario acaba de abrirse otra vez en la última semana. Un punto de inflexión (o de quiebre) para el Gobierno.
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