Dos plebiscitos: uno aplaza al Gobierno y el otro desafía a la oposición
El oficialismo apostaría a repartir más recursos en su intento por revertir el resultado; Juntos por el Cambio deberá adoptar un perfil más intransigente
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El país celebró ayer, en las primarias para elegir candidatos a las legislativas de noviembre, dos plebiscitos. Uno sobre la gestión del Gobierno y otro sobre la oferta de la oposición para enfrentar al Gobierno. El oficialismo sufrió una derrota mucho más dramática que la que podía esperar en sus peores pesadillas. Perdió en distritos donde parecía imposible fracasar: La Pampa, Chaco, Tierra del Fuego, San Luis y Santa Cruz, tierra santa. Y perdió en el centro de gravedad del kirchnerismo: la provincia de Buenos Aires, allí donde se asienta el poder de la vicepresidenta. El Frente de Todos entró 4,4 puntos por debajo de la suma de opciones de Juntos. Es decir: al revés de lo que prometían quienes auguraban un resultado digno para la suma de votos de Diego Santilli y Facundo Manes.
También hubo un pronunciamiento sobre la oposición. Hay que saber leerlo. Porque, en el cuadro general, se impuso Juntos por el Cambio. Si se acepta una ficción, y se toma la de ayer como una competencia nacional, esa alianza opositora superó al Frente de Todos por 9 puntos, 5 más que los que pronosticaban los sondeos más favorables. Ganó donde había dudas de que pudiera hacerlo, como Santa Fe y Entre Ríos. Y conquistó aquellos territorios que se suponían inaccesibles. Sin embargo, uno de los mensajes de la elección va dirigido a la estructura tradicional de esa coalición. Ayer aparecieron muchas expresiones disidentes del estilo que predominó durante los cuatro años de gestión de Mauricio Macri. La sabiduría de la dirigencia que condujo este proceso, con Horacio Rodríguez Larreta a la cabeza, consistió en habilitar un método que contuviera a los disconformes con el tradicional Cambiemos y, más todavía, con Pro, dentro de una misma formación.
La provincia de Buenos Aires y la Capital Federal son dos ejemplos de esa dinámica. El liderazgo convencional de la oposición fue desafiado por Facundo Manes, que tuvo, en términos relativos, un brillante desempeño frente a Diego Santilli: con 80% de las mesas escrutadas el médico alcanzaba el 40% de los votos de la interna. En la Capital este fenómeno es más llamativo. Ricardo López Murphy obtuvo más del 11% de la elección general. Pero Javier Milei, que interpela a muchos votantes que en otras oportunidades siguieron a Pro, arañó el 15%. Quiere decir que ayer ganó la oposición. Y también quiere decir que el concepto que debe regir a esa oposición está en debate. Las dos cosas.
En principio, el hundimiento del oficialismo no debería llamar demasiado la atención. Si se evalúa su gestión con los criterios que sus propios líderes habían adoptado a comienzos de año, el desenlace era previsible. Sergio Massa sintetizó esos criterios en tres íes: inseguridad, inflación, inmunidad. Es obvio que en relación con los tres temas Alberto Fernández fracasó. Si se agrega una cuarta “i”, aunque resulte ajena a la sensibilidad oficialista, ese fracaso se agiganta: es la “i” de impunidad. Solo un grupo político que perdió por completo el norte moral puede esperar un éxito electoral cuatro días después de desistir reclamar, a través de la AFIP, por 8000 millones de pesos defraudados al Estado. Es el regalo preelectoral que recibió Cristóbal López, en su momento cliente del estudio jurídico del Presidente y, en la actualidad, cliente del abogado de la vicepresidenta. Un regalo de los que inventaron el impuesto a la riqueza. Algún día Fernández y la señora de Kirchner deberían calibrar los aportes de sus amigos empresarios a la popularidad de su proyecto: desde Hugo Sigman y las vacunas de AstraZeneca que jamás llegaron hasta Cristóbal López y su escandaloso negocio con impuestos.
Si se examina la política frente a la pandemia, empezando por el vacunatorio vip, avanzando con la falta de vacunas y terminando con la fiesta de cumpleaños organizada en Olivos por los que iban a perseguir a los infractores de la cuarentena con el Código Penal; si se calcula el deterioro del salario real por culpa de la inflación; si se computa la cantidad de ciudadanos a los que esa misma inflación arroja a la pobreza; si se miden todas estas variables con los índices de confianza en el Gobierno que confeccionan los sociólogos; si se observa el grado de pesimismo que consignan los sondeos de opinión, el verdadero cisne negro, como ya se dijo, hubiera sido un triunfo electoral del peronismo. Lo que apareció ayer fue un cisne blanco.
Aun así, la derrota tiene magnitudes sorprendentes. El Gobierno no solo no alcanzó el quorum propio en Diputados. Se puso más lejos de reunirlo. Y, lo que es más relevante, en noviembre podría perder el control absoluto del Senado. A esta aritmética hay que agregarle la política: el naufragio ha tenido una dimensión federal que hace temer por un cambio de conducta de los, hasta ahora, dóciles gobernadores. Una mutación que impacta de inmediato en el Congreso.
El otro aspecto relevante de la metamorfosis que el electorado determinó ayer es el rebalanceo de poder del conurbano bonaerense. Para cuantificarlo: en la tercera sección electoral, que es la cuna del PJ, las primarias de 2019 habían resultado 60% a 24% en favor del Frente de Todos; ayer esa distribución quedó en 42% a 32%.
Se hicieron garabatos imaginando al diputado Kirchner dentro del equipo, tal vez como ministro de Trabajo. ¿Wado de Pedro jefe de Gabinete? Son jugadas todavía ociosas en una mesa de arena
Es una alarma estridente para Cristina Kirchner, porque ese cambio no se produce sin una corriente de enojo entre los pobres. Victoria Tolosa Paz perdió, entre otros bastiones tradicionales del peronismo, en Ituzaingó; en San Martín, el feudo del ministro Gabriel Katopodis; en Hurlingham, tierra del ministro Juan Zabaleta, y en Quilmes, única plaza de La Cámpora, con Mayra Mendoza. Tampoco le fue bien a La Cámpora en Mercedes, la casa de Eduardo “Wado” de Pedro, donde Santilli y Manes sumaron 47% de los votos contra 28% de Tolosa Paz. Algo parecido sucedió en Carmen de Areco, donde la agrupación está representada por Iván Villagrán. Allí Tolosa sacó 25% de los votos, contra 44% de Juntos.
El éxito opositor puede tener, en noviembre, consecuencias sobre la Legislatura. En las secciones donde se eligen senadores se impuso Juntos, que aleja a Axel Kicillof del sueño del quorum propio en la Cámara alta de la provincia.
El debate en Juntos por el Cambio
Cuando se apacigüen los festejos, la dirigencia de Juntos por el Cambio, sobre todo la de Pro, deberá releer lo que dijeron las urnas. Las buenas elecciones de Manes y López Murphy, más la novedad de Milei, hablan de un estado de pasable insatisfacción con la oferta tradicional de la oposición. Nada que asombre, tratándose de una fuerza que se alejó del poder en medio de una crisis hace apenas dos años. Las primarias sirvieron para cercar una posible dispersión. Ahora el desafío de los dirigentes será retener a los que votaron por candidatos que perdieron. Ese problema ya comenzó a insinuarse al final de este tramo de la campaña. Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y el propio Santilli endurecieron de a poco su discurso frente al kirchnerismo. Larreta debió flexibilizar su juramento, oficializado cuando abrió las sesiones de la Legislatura porteña de este año: “Yo siempre voy a estar para terminar con la grieta”. Ahora el hashtag fue #basta. Grieta pura.
El otro matiz que deberán explorar los candidatos, y sobre todo Larreta, que es el actor central de la elección, tiene que ver con la economía. En los grandes centros urbanos emerge una corriente reacia al gasto público, recelosa con la emisión de moneda, como sucede cada vez que la inflación va adquiriendo rasgos crónicos. En definitiva: Juntos deberá adoptar un perfil más intransigente frente al Gobierno y adoptar un discurso programático menos temeroso de la ortodoxia. Vidal ya comenzó a hacerlo, al cerrar su proselitismo con el anuncio de un proyecto para bajar impuestos a los sectores medios. En síntesis: se convalidó el método de Larreta, pero comienza a reivindicarse el concepto de Macri.
Los resultados de anoche permitieron evaluar dos movimientos que se fueron desplegando, en segundo plano, durante la campaña. Uno de ellos es la incursión de Larreta y sus candidatos por los barrios más sumergidos del conurbano, en municipios gobernados por el PJ. Sobre todo villas de emergencia de Quilmes y Lomas de Zamora. Esas recorridas estuvieron inspiradas en consejos de Diego Kravetz, un peronista que colabora con Néstor Grindetti y que fue crucial en la mejora de Juntos en la tercera sección electoral. El futuro de la campaña de Santilli estará ligado a esta aventura. Y tiene un reto importantísimo: perfeccionar el desempeño en La Matanza, donde todavía la oposición no logró organizarse con eficacia.
Qué hará el Gobierno
Anoche quedó inaugurada una gran incógnita de carácter general. ¿Cuál será el rumbo que tome el Gobierno para intentar revertir el infortunio? Como sucede siempre que aparece el peligro, los seres humanos recurren a la caja de herramientas más arcaica. Aunque no sea la más eficiente, es la que parece más segura. Anoche Alberto Fernández dio una pista en ese sentido. Ofreció un discurso razonable en la superficie de la retórica. Pero con un núcleo de obstinación: aquí hay dos modelos de país. Traducido: se enfrentan dos dogmáticas. No hay nada para escuchar del que votó en contra. Por eso, a partir de hoy, habría que esperar que el oficialismo, bajo el mando de Cristina Kirchner, apueste a repartir más recursos.
Aumentos de jubilaciones. Incremento de salarios en el sector público. Mejora en la AUH y las pensiones. En definitiva: más emisión, más déficit. Es difícil saber si esa batería de decisiones pondrá al peronismo gobernante más cerca de la victoria. Seguro lo pondrá más lejos de un acuerdo con el Fondo. Es obvio que al oficialismo, y en especial a la señora de Kirchner, lo único que le interesa en estas horas es ganar las elecciones. Por razones de diversa índole, pero, sobre todo, de “seguridad jurídica”. Es ella la que más defiende la idea de que las causas penales se pierden o se ganan según el grado de poder político que se tiene o se deja de tener.
La otra reacción previsible es que recrudezca la avanzada que desde la vicepresidencia y desde la alianza de Máximo Kirchner y Sergio Massa se pretende realizar sobre el gabinete de Fernández. Las cabezas de Santiago Cafiero y Martín Guzmán son las que están en la mira. Massa soñaba, hasta anteayer, incorporarse al esquema de poder, tal vez asumiendo una cartera de Economía y Producción, unificada. Ahora que la derrota parece catastrófica, tal vez esté fantaseando con el paracaídas. Se hicieron garabatos imaginando al diputado Kirchner dentro del equipo, tal vez como ministro de Trabajo. ¿Wado de Pedro jefe de Gabinete? Son jugadas todavía ociosas en una mesa de arena. Pero el plan es una intervención sobre la administración. Una iniciativa aventurera, porque no tiene en cuenta algo esencial. Desde anoche ha comenzado a despertarse el peronismo territorial y corporativo. Los gobernadores. Los intendentes. La CGT. Los “cayetanos”. El sistema de toma de decisiones está destinado a reconfigurarse. O a romperse.
Las terapias que se elaboran en los laboratorios kirchneristas no aciertan a capturar cuál es el problema. Porque lo que fracasó ayer no es una administración invertebrada. Aunque la de Fernández lo sea. Tampoco es la falta de claridad en una orientación. Aunque Fernández la padezca. Lo que se hundió ayer es otra cosa. Ayer quedó derrotado un experimento que desafía reglas básicas del manejo del poder. Un sistema de autoridad donde el presidente es un delegado. Donde la que tiene los votos objeta desde afuera la gestión. Un dispositivo en el cual la segunda le da órdenes al primero. Y en el que el primero quiere hacer creer que piensa distinto de su jefa. No se sabe a ciencia cierta si este experimento endiablado fue el que le hizo ganar a Cristina Kirchner las elecciones hace dos años. Seguro es el que se las hizo perder ayer.
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