Dos noticias alteran el horizonte electoral
Muchas discusiones sobre los efectos de la postergación de los próximos comicios están por volverse abstractas. Como suele suceder con los intentos de manipular el calendario, la realidad se impone. Y no siempre para complacer los propósitos de los autores. Ahora, nuevos cisnes grises sobrevuelan las elecciones.
Dos noticias acaban de irrumpir para alterar previsiones y ánimos, sobre todo en el oficialismo: son la expansión mundial de la nueva variante del Covid-19, con su multiplicada contagiosidad y letalidad, y la anticipación de la tensión cambiaria, que estaba prevista para las vísperas electorales. Elementos que obligan a revisar cálculos y especulaciones.
El avance de la vacunación y el diluvio de vacunas en las que confiaba (y de las que se ufana) el Gobierno para antes de las elecciones no aseguran los efectos sanitarios benéficos y el impacto político que preveía cuando propuso la modificación del calendario electoral. No solo por la demora en la llegada de la segunda dosis de la Sputnik V, tan rodeada de secreto como todo lo que rodea a la Rusia de Vladimir Putin, como todo lo que rodeó y sigue rodeando a la adquisición de esta vacuna.
La llegada de una tercera ola, de la mano de la variante Delta, podría desactualizar los escenarios sanitario, social, económico y político optimistas que el Gobierno había dibujado y que aún tiene sobre la playa de maniobras. Científicos y gobernantes de países desarrollados tienen en observación la capacidad inmunizadora de las vacunas existentes para determinar si será suficiente con las dos dosis que la mayoría demandaba para las otras variantes conocidas. Ni hablar de la Argentina, donde a muchos receptores de la Sputnik V se les venció el plazo de tres meses para la segunda dosis.
“Estamos preocupados, pero está preocupado todo el mundo por las nuevas variantes. En Francia están en alerta máxima. Nos obligaron a reducir al mínimo la comitiva oficial”, admite y, al mismo tiempo, relativiza uno de los colaboradores presidenciales. Alberto Fernández volverá esta semana a París con la excusa formal de participar en un foro sobre igualdad de género al que lo invitó Emmanuel Macron y con la esperanza de lograr esta vez algún rédito, que durante la vista anterior, hace solo 45 días, le fue esquivo.
Mientras tanto, en el Gobierno prefieren publicitar el comienzo de la temporada de lluvia de vacunas aunque sigan rezando al Kremlin para que cumpla su promesa (sine die) de enviar la segunda dosis y, especialmente, el componente para que pueda fabricarla aquí el amigo Marcelo Figueiras. Carreras permanentes contra el tiempo.
Más allá del optimismo pregonado y al que se aferran, altos funcionarios no descartan en privado un panorama próximo menos auspicioso. Como para dudar de algunas declamaciones públicas y preguntar si, muchas veces, los gobernantes nos mienten o se mienten. La primera opción sería menos grave.
“Después de las aperturas de estas semanas, van a trepar los contagios, y no descartamos que tengamos que imponer de nuevo más restricciones”, reveló un colaborador de Fernández para confirmar las preocupaciones que rondan en el Gobierno. Todo es demasiado precario.
La mención a otra limitación de actividades (el escenario menos deseado) se explica por la dilución de responsabilidades propias. Todo sería culpa del aperturismo ideológico (e insensato) de los opositores, al que ahora se sumó el aperturismo (oportunista) de Axel Kicillof, con apoyo cristicamporista, ante el creciente enojo social por las restricciones y, sobre todo, el cierre de las aulas.
Otra vez el difícil equilibrio entre salud y economía, más sus consecuencias político-electorales, vuelve a estar sobre la mesa de definiciones. La sintonía fina, así como la comprensión de los fenómenos sistémicos, suele ser una tarea muy difícil (sino imposible) de abordar para el kirchnerismo.
Las consecuencias no deseadas no siempre son previsibles para ellos. Hay antecedentes.
Es la economía...
La reciente recalificación financiera del país hecha por el banco MSCI no solo alejó casi al infinito la posibilidad de obtener financiamiento a tasas razonables. Tuvo un impacto mucho más palpable para cualquier ciudadano y apresuró una tensión cambiaria que Gobierno y analistas pronosticaban para dentro de tres meses. La correlación entre suba del dólar y voto tiene en la Argentina demasiados antecedentes. La calma por haber evitado un default con el Club de París duró poco.
No obstante, cerca de Fernández relativizan esta alza del dólar. “Fueron operaciones menores y tenemos capacidad para contrarrestar maniobras especulativas”, dicen (en tono autotranquilizador) en el entorno presidencial y en el Palacio de Hacienda. El aumento en las reservas que aportó, otra vez, la supersoja es la munición en la que confían. Este año el Banco Central logró acumular 4080 millones de dólares.
Los analistas privados coinciden en que el BCRA cuenta con recursos para hacer frente a la presión cambiaria; sin embargo, ya empezaron a revisar previsiones a la baja.
“No les sobra nada, pero tienen recursos para gobernar la situación. De todas maneras, veíamos un poco mejor el panorama hace un mes”, señaló el economista Martín Rapetti, director ejecutivo del centro de análisis económico Equilibra. En su último informe la consultora destaca que para hacer frente a la presión dolarizadora el BCRA aún debería comprar US$1667 millones.
En tanto Marina Dal Poggetto, directora de Eco Go, destaca la merma en la liquidación de divisas del complejo agroexportador, con la consecuente caída en la compra de dólares por parte del BCRA. Y advierte: “Los US$12.000 millones generados por los DEG (del FMI) y el salto en el precio de la soja se irían casi en su totalidad a financiar la elección. Otra vez, el costo de seguir procrastinando, en un contexto donde la política opera como si el tiempo no tuviera un costo asociado”.
La inflación es el otro ítem que sigue alterando el ánimo social y que siempre impacta en el comportamiento electoral. La noticia, celebrada por el Presidente, de que las paritarias cerrarán con subas salariales en torno del 45% es tan buena como inquietante. El aumento del consumo de bienes y dólares que eso podría generar obligaría a revisar más previsiones, además del ya irrisorio cálculo inflacionario del 29% del presupuesto para este año.
La buena noticia sin atenuante es el crecimiento del PBI, que sería casi 3 puntos más que el allí previsto. Aunque puede decirse que este es un rubro que todos los gobiernos suelen calcular hacia abajo. Los recursos excedentes no solo pueden ser elemento de propaganda, sino que permiten hacer un uso discrecional de ellos. Todo ganancia, pero cobrable después de las elecciones.
Así, el correlato entre humor social, dólar, inflación y expectativas económicas y voto arroja más que interrogantes para la coalición gobernante. Un agudo observador advirtió que el Índice de Confianza en el Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella se encuentra en niveles equivalentes a los de derrotas electorales de los oficialismos en 2009, 2013, 2015 y 2019. El Barómetro de Opinión Pública de Poliarquía Consultores muestra similares equivalencias. Es la foto de hoy.
La película que transcurrirá hasta las elecciones tiene aún mucho por filmarse. Las alarmas pandémicas y económicas que se encienden en estos días tendrán una contraparte en la expansión del gasto y la asistencia económica que en este lapso dispondrá el Gobierno, además de la recuperación de la actividad (si no hay nuevos cierres). Las encuestas de hoy, sin siquiera precandidatos definidos, pueden ser un guion borroso, antes que un predictor.
La política todavía no ha resuelto su oferta y podría aportar sorpresas. Una de las mayores incógnitas radica en la oposición. La dura interna que hoy la agita y que celebra el oficialismo puede tener consecuencias menos negativas que las que ahora proyecta esa disputa si logran encontrar un punto de equilibrio entre las partes. Por ahora, difícil de pronosticar.
El escenario optimista que ilusiona a varios dirigentes de Juntos por el Cambio es que si logran ordenarse para competir en la provincia de Buenos Aires entre una lista de Pro (probablemente encabezada por Diego Santilli) y una de la UCR ampliada (liderada por Facundo Manes), eso tendría un efecto convocante similar al de las presidenciales de 2015. Los votantes cambiemitas tienen antecedentes de ser remolones para concurrir a las internas. En caso de concretarse aquellas previsiones, las PASO de este año podrían invertir lo ocurrido en las de 2019, cuando el proyecto reeleccionista de Mauricio Macri recibió un irremontable certificado de defunción anticipado. Ningún dirigente juicioso se ilusiona hoy seriamente con una victoria, sino con una mejora en el crucial territorio bonaerense respecto de aquellos comicios, en los que JxC perdió por 14 puntos.
Por eso, algunos asesores cambiemitas aconsejan dejar de pronosticar catástrofes para el oficialismo y empezar a hablar de reducir aquella brecha. Así, cualquier resultado que arroje una diferencia de menos de dos dígitos podrá ser vendido como un éxito. Todo es relativo.
El oficialismo también empezó a moderar las expectativas en público. No solo por realismo ante la magnitud de los desafíos que no dejan de aparecer. También se impone el marketing político. Los cisnes grises siempre pueden tornarse negros.