Dos monjas confirmaron que esperaban a López la noche que llegó con los bolsos
Las hermanas de clausura María y Marcela dijeron que la madre Alba había acordado la visita y que sólo supieron del dinero y el arma por la policía
El juez federal Daniel Rafecas bloqueó todos los accesos a su juzgado para recibirlas. De hábito y velo, las religiosas María Antonia Casas y Marcela Albin, ambas hermanas de clausura, declararon ayer en la causa contra José López por presunto enriquecimiento ilícito.
Las dos estaban en el monasterio de General Rodríguez la madrugada en que López, ex secretario de Obras Públicas, les tocó el timbre con bolsos que tenían casi nueve millones de dólares y con un arma. Ambas confirmaron ayer que la visita no fue sorpresa. Que la madre superiora les había avisado que iba a ir, pero que lo esperaban más temprano.
También coincidieron en que sólo se enteraron de que López tenía un arma y millones de dólares después de la llegada de la policía bonaerense. Discreparon, en cambio, sobre si estaba presente un agente cuando la hermana Marcela le señaló el arma a la hermana María. Eso motivó un insólito careo entre las religiosas ante el juez. "Puede ser que yo no haya visto al policía", dijo Marcela, y se dio por cerrado el asunto.
Ella fue quien contó la historia completa de esa noche. "[Alba] Me dijo que llamó José y que iba a venir", le relató a Rafecas. "José" o "Señor José" era la forma en que llamaban a López. Según la hermana Marcela, de 38 años, el aviso se lo dio Alba Díaz de España (la madre Alba) cerca de las 20, cuando Marcela fue a su habitación "a colocarle el oxígeno". La madre Alba tiene 95 años y no se puede levantar de la cama. Según las testigos de ayer, ellas no sabían nada más. "Nosotras no pedimos explicación a la madre superiora." El fiscal del caso, Federico Delgado, cree que la madre Alba encubrió a López, pero Rafecas piensa que por su salud no está en condiciones de enfrentar un proceso. El juez pidió que peritos del Cuerpo Médico Forense fueran al monasterio a revisarla.
Las religiosas que estaban en el convento la madrugada que llegó López eran cuatro. Por un lado, las dos hermanas que declararon ayer como testigos, que tienen sus habitaciones en el monasterio, junto a la capilla y mínimo contacto con el mundo exterior. Por el otro, la madre Alba y Celia Inés Aparicio (la hermana Inés). Ellas dos están en la casa que era del obispo Rubén Di Monte, no son de clausura, y fueron acusadas de "encubrimiento" por el fiscal. La hermana Inés está citada a indagatoria para el 1° de agosto.
El 13 de junio, después de horas esperando a López, las hermanas pensaron que ya no iba a ir. Según declararon ayer, la madre superiora les dio la orden de que se fueran a descansar. La hermana María era la encargada de atender el timbre, que no se escucha desde las "celdas". Por eso, había estado apostada en "el torno", la pequeña habitación donde suena el timbre.
Según la hermana Marcela, cerca de las 4 la despertó la hermana Inés, le pidió que fuera a lo de la madre superiora y "con la voz temerosa" le contó que habían tocado el timbre de la casa. Las dos se asomaron y vieron por la ventana "al señor José". Inés le abrió la puerta y lo ayudó a entrar los bolsos que cargaba. "Esto traigo para el monasterio. Quiero ver a la madre Alba", declaró la hermana Marcela que les dijo López. "Como creímos que eran comestibles, Inés le pidió a José que los llevara a la cocina", contó la testigo. Dijo que después, López estuvo reunido con la madre superiora cerca de una hora.
Ayer, las dos testigos -que declararon por separado- coincidieron en que las visitas nocturnas no eran comunes y en que López visitaba el convento dos o tres veces al año con su mujer. La hermana María, además, detalló que nunca supo a qué se dedicaba y negó haber visto en el monasterio a otras personas conocidas, como los ex ministros Julio De Vido o Alicia Kirchner (le preguntaron puntualmente por ellos).
Fue la hermana Marcela quien escuchó que la policía tocaba el portero eléctrico. Como no tenía autorización para atender fue a despertar a la hermana María, que oficia de portera. Ella atendió, pidió que la esperaran "un momentito" y le avisó a la madre superiora, que les dijo que abrieran y que López ya se iba.
"Ella pensaba que José era un hombre bueno y no cayó en lo que realmente sucedió", dijo Marcela en defensa de Alba. Ayer quedó claro que, como "superiora", era responsable de lo que pasaba en el convento y que a pesar de su enfermedad, controlaba la situación. Su futuro depende ahora del examen médico.
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