Dos individualidades ¿y un equipo?
Javier Milei y Sergio Massa son candidatos con impronta personalista; Patricia Bullrich cambió hacia la idea de la coralidad, con apoyo de dirigentes como Macri y Rodríguez Larreta
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La foto final de la campaña electoral tiene una nitidez singular. Los tres candidatos que más votos sacaron en las PASO consolidaron el dominio de la agenda así como reforzaron dos tipos de ofertas bien diferenciadas y una propuesta de cambio y ninguna continuidad. Aun del candidato oficialista. Por necesidad, por conveniencia o por imposibilidad de hacer algo diferente.
Javier Milei, Sergio Massa y Patricia Bullrich llegan, en ese orden, al final con infinitas presunciones, pero sin ninguna certeza sobre la eficacia de esa campaña y la suerte que correrán dentro de apenas 48 horas. Como todos los argentinos.
En busca de retener votantes y en lo posible de sumar adhesiones, Milei y Massa consolidaron el carácter personalista de sus ofertas. Las propuestas son ellos mismos. Aunque por distintas razones y objetivos.
El libertario no tiene nada más para mostrar que le pueda sumar. El peronista necesita ocultar lo que lo acompaña y lo consagró para que no le reste. Las narrativas de propaganda fueron elocuentes en esa orientación. El león rugiente, por un lado. “Tenemos con quién”, por el otro.
Del otro lado, a medida que avanzó la campaña, Patricia Bullrich se vio compelida a moderar su condición de disfónica solista, a la que le costaba retener y sumar audiencias, para construir una idea de coralidad.
En esos juegos de roles, Milei no es solo un individualista por definición y convicción. La heterogénea y estrafalaria suma de personajes y candidatos que lo acompaña le suele dar más complicaciones que soluciones, para solaparse con las propuestas, afirmaciones y proyectos con destino de escándalo y dudosa viabilidad que el propio candidato ha expresado en la campaña. Por no contabilizar dislates anteriores.
Parecía que casi nada podría faltar para ponerles techo a las adhesiones después de que él mismo se manifestó en los debates como un negacionista en materia de violaciones de los derechos humanos durante la última dictadura militar, sobre el cambio climático o sobre los derechos de las mujeres y de otras orientaciones sexuales. O que se anunciara su sociedad con el eternizado líder gastronómico Luis Barrionuevo para agrietar su prédica anticastas.
Sin embargo, en la última semana de campaña, su candidata a diputada y vestuarista personal Lilia Lemoine salió a anunciar un proyecto de ley para que los varones pudieran desconocer a un hijo no deseado, que se vino a sumar a una anterior propuesta de Milei para crear un mercado de adopciones. Y no fue todo.
Como si eso no bastara, apareció en el escenario del cierre de campaña el prócer personal de Milei, el economista Alberto Benegas Lynch (h.), para impulsar el cese de relaciones con el Vaticano “mientras en la cabeza [de ese Estado] prime el espíritu totalitario”. Música para los oídos de los fanáticos enfervorizados, que le respondieron al grito de “libertad, libertad”. Jamás Massa imaginó que el papa Bergoglio, con el que tiene una enorme cuenta pendiente, podría terminar cerca suyo o de su candidatura. Milei lo hizo.
Por eso, el libertario y su entorno más político volvieron a reforzar el carácter personalísimo de su oferta para distanciarse hasta de su prócer. Individualismo e individualidades libertarias. Benegas Lynch, Lemoine, Ramiro Marra no son Milei. Y a veces tampoco Milei es Milei, cuando se ve obligado a retroceder y aclarar.
Con su larga experiencia política, el anunciado como eventual ministro del Interior del libertario, Guillermo Francos, expresó con rapidez que fue “un exceso personal [de Benegas Lynch]. Esa no es la postura de Javier”. Como buen arquero, Milei sabe lo que duelen los goles en contra. Su equipo político, mucho más.
El temor al impacto electoral de esta sucesión de dislates era indisimulable en el equipo de campaña mileísta, aunque también les sirvió a sus integrantes para poder justificar en la noche del domingo una eventual frustración del optimismo que expresaban. “Hasta hace un par de días estaba convencido de que Javier se encontraba al filo de ganar en primera vuelta. Ahora habrá que ver cómo impactan todas estas cosas”, afirmó una de las personas en las que Milei ha delegado buena parte del armado político-electoral.
El proyecto es el candidato
En el caso de Massa, toda su narrativa apunta a reforzar la disociación entre el candidato y el gobierno del que es ministro de Economía. Como el vizconde demediado, de Italo Calvino. Solo se apropia de las “buenas” de su gestión, sin contabilizar sus costos. Y no se detiene ni se hace cargo de las muchas malas. Como la inflación que durante su administración bate récords de 30 años, el estremecedor índice de pobreza que supera el 40% o el barrilete del dólar que cada semana sube más y solo la cuerda represiva y algunas manos amigas sostienen por un rato para que no llegue a la estratósfera.
Lo curioso del éxito (hasta acá) de esa representación disociativa es que se trata de un candidato que tenía roto el vínculo de confianza con el electorado y que, según le aconsejó su gurú Antoni Gutiérrez-Rubí, solo podía reconstruirlo con la gestión. Sin embargo, cuando peores son los resultados de su gestión mejor está (según las encuestas) su situación política. En el entorno massista hablan de “los milagros de Sergio”. El profeta Milei y el resto de sus rivales ofician de muy buenos ayudantes para hacer verosímil lo increíble.
Su oda a la lealtad en el acto de cierre con Axel Kicillof, el 17 de octubre, contrastó, sin conflictos, con un elogio mayúsculo de la traición. El último spot no puede ser más cruel con el aún presidente Alberto Fernández. Ni la oposición lo hizo.
“Desde el 10 de diciembre el presidente soy yo. Entonces, voy a decidir la política exterior, la política económica y la de seguridad”, dice Massa en la pieza publicitaria, y remata: “Los cambios los voy a hacer yo”. Todo después de haber dicho: “Me hice cargo de un país que hablaba de un gobierno de salida”. No hace falta decir de quién se distancia. A Fernández lo invisibiliza. Cristina Kirchner lo ayuda con su ausencia en la campaña. Y el hijo Máximo se conforma con integrar el elenco de reparto (en todo sentido).
Esta vez el candidato no es el proyecto, como le tocó interpretar a Daniel Scioli en 2015, por imperio de “la jefa”. En 2023 “el proyecto es el candidato”. Desde ahí sueña con llegar al ballottage y empezar a seducir con un gobierno de “consenso” y procura evitar que alguien piense en un quinto kirchnerismo. Licencias que permiten los ocasos. La última tabla en medio del naufragio.
La ambición, la creatividad, la energía y, sobre todo, la osadía de Massa encuentran en ese sistema de creencias impermeable a las evidencias que es el peronismo (como lo definió Juan Carlos Torre) el soporte decisivo para darle un piso de adhesiones y una competitividad que a muchos les cuesta comprender y explicar. Una diferencia estructural con sus adversarios.
En contraste, Bullrich se vio obligada a la construcción de una oferta colectiva. El golpe de las PASO, en las que se ilusionaba con un triunfo de JxC, la puso en el incómodo lugar intermedio del que ella siempre renegó. Milei, con su triunfo, se apropió del vector del cambio radical que la exministra pretendía encarnar y le corrió el eje. Tropiezos posteriores propios y un deslucido desempeño en el primer debate profundizaron la modificación de la propuesta
La temprana designación de Carlos Melconian como eventual ministro de Economía y, sobre todo, como vocero en la materia en la que ella más déficit mostraba fue la primera señal.
El anuncio de que Horacio Rodríguez Larreta sería su jefe de Gabinete si ella llegara a la presidencia fue el cierre. En el medio, hubo notables esfuerzos por transformar en críticas los elogios de Macri a Milei y sumarlo a la campaña. Al mismo tiempo, un redoble de esfuerzos por contener a los radicales que preferían a Larreta. Más allá de su soporte natural, que es la UCR bonaerense, liderada por Maximiliano Abad.
El cierre del acto en Lomas de Zamora, territorio del millonario navegante Martín Insaurralde, no solo fue una escenificación para subrayar la corrupción del kirchnerismo, cuyo fin es el leitmotiv de su campaña. También fue la ocasión para imprimir la foto del coro de dirigentes, gobernantes y exfuncionarios que la acompaña, la contiene y apuesta a que la potencie para llegar al ballottage. Si no es un equipo que, al menos, lo parezca. Más cuando no hay una individualidad que pueda ganar sola el partido de su vida.
Pese a los esfuerzos y los intentos de mejorar lo que proyectan, los tres candidatos llegan a las vísperas de la elección sumidos en la ausencia de certezas.
Dos grandes incógnitas
La participación, que se espera que crezca desde el piso récord del 69% registrado en las PASO, y el voto oculto que los encuestadores y equipos de campaña no logran detectar representan las grandes incógnitas que solo se develarán avanzada la noche del domingo.
Un reconocido sociólogo hizo durante el fin de semana pasado un sondeo en estaciones de tren del AMBA con fines académicos y constató que el voto que no se quiere revelar ronda el 15%. Después de mucho indagar, su equipo logró llegar al fondo de algunas preferencias y comprobó que una buena parte de inicialmente herméticos o que sugerían la posibilidad de votar a otro candidato finalmente reconocían que lo harían por el libertario. El relativo valor estadístico del trabajo no impide darle el carácter de indicio.
Una recorrida por los comandos de campaña solo arroja pequeñas diferencias en las previsiones. Milei sigue al frente, pero ni en su equipo (salvo los extremadamente optimistas) lo ven consagrado presidente en primera vuelta. Los pronósticos del massismo y del equipo de Bullrich solo tienen entre ellos leves matices diferentes. Los allegados al perokirchnerista afirman que está segundo cómodo, aunque no lejos de Milei, lo que le aseguraría el pase a la segunda vuelta.
Los cambiemitas asumen parcialmente ese ordenamiento, aunque sostienen que la distancia que separa a Bullrich de Massa está dentro del margen de error y que se acortó fuertemente en los últimos días, en los que advirtieron una recuperación después del impacto de las PASO. Motivo suficiente para esperanzarse con entrar en el ballottage.
Si el domingo no hay una sorpresa mayúscula y todo se definiera esa noche, solo habrá empezado una nueva y definitiva etapa. Mucho más compleja y, todo hace prever, mucho más áspera en muchas dimensiones. Ya hay indicios (y amenazas). Se aconseja permanecer con los cinturones abrochados. Hasta el 19 de noviembre y más allá.
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