Dolores de parto para la economía argentina
Termina una semana difícil para la sociedad y el Gobierno: comenzamos a descorrer el velo sobre una situación económica que es bastante más precaria de lo que parecía vista desde lejos. El malestar de la población por el sinceramiento tarifario, por la caída del poder adquisitivo en el cuatrimestre anterior a la suba de los salarios y por nivel de pobreza responde a una reacción humana que es tan habitual como falaz. En efecto, uno suele comparar la situación actual con la experiencia pasada, y no con lo que sería una experiencia contemporánea a la actual, bajo otras políticas.
El ejemplo más claro es la depresión de un adulto cuando cumple años: se acongoja por la juventud perdida olvidando que, tras el inexorable paso del tiempo, la verdadera alternativa a envejecer es estar muerto. En nuestro caso, el bajón se duplica por el mito del país opulento, que es el equivalente sociopolítico a sentirse con derecho inalienable a la juventud perpetua.
En comparación con los mejores años del kirchnerismo, hoy hay menos bienestar económico. Pero las condiciones de aquellos mejores años no estarían hoy disponibles, más allá del presidente: no tenemos los precios de exportación de aquella época, Brasil no está en auge como antes sino con una severa recesión, y no disponemos del stock de capital que el kirchnerismo heredó y que utilizó para financiar su alto nivel de consumo (cabezas de ganado, reservas de petróleo, infraestructura, etc.).
Las verdaderas alternativas a la situación actual son dos. Una sería un equipo comandado por Miguel Bein, Mario Blejer o Gustavo Marangoni. En una muestra de gran patriotismo y coraje cívico, los tres han manifestado acuerdo con las principales políticas económicas que implementó Cambiemos. La otra sería una continuación de las políticas del eje más combativo del Frente para la Victoria. En este segundo caso, la situación alternativa para compararse es un camino que termina en el desa-bastecimiento y la violencia de la Venezuela de hoy. El bienestar de aquellos mejores años carecía del gen que permitía su reproducción en el tiempo -y por eso la bonanza menguó fuertemente aun durante su propio período de gobierno-. Por eso el populismo es cobarde: porque otorga un bienestar transitorio que requiere destrucción de activos o vulnerar el derecho de propiedad para mantenerse en el tiempo.
El Gobierno enfrenta hoy un dilema. Si comunica las dificultades reales con la crueldad del espejo, deprime a la población y su voluntad de gastar e invertir, lo cual agrava la recesión. Si, por el contrario, disimula las dificultades, pierde la oportunidad de crear consenso alrededor de las reformas -fundamentalmente fiscales-, que son necesarias para hacer que un programa de crecimiento y baja inflación sea sostenible sin tomar mucha deuda nueva. Vale recordar que la dificultad de hacer un ajuste fiscal no es exclusiva de Cambiemos. Como escribió esta semana el historiador Pablo Gerchunoff: "En democracia plena, nunca se pudo hacer con éxito un ajuste programado, siempre se ajustó por caos".
El Gobierno está tratando de que el enfermo se recupere con sus anticuerpos naturales y con poca medicación. El problema de esta terapia es que hasta ahora no ha logrado excitar a los espíritus animales, ese componente mayormente irracional de la mente empresaria que según Keynes es el ingrediente fundamental que dispara sus decisiones de inversión. Sin embargo, creo que la viabilidad política todavía debe ser el criterio prioritario. Ojalá resulte.
Director del Centro de Investigación en Finanzas, UTDT
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