¿Dolores de aborto o dolores de parto?
El aborto duele.
Pero no solamente a esa mujer desesperada que lo atraviesa sufriente.
El aborto lacera a un país sobradamente desgajado que aun no encuentra su norte a la hora de plantearse -de modo fraterno- aquellos dilemas que necesariamente despiertan reacciones bastante encontradas.
El aborto hiere cuando muchos (y muchas) de quienes lo pretenden libre, seguro y gratuito ven en sus oponentes tan solo a una caterva de impresentables fanáticos oscurantistas que desatienden por convicción toda penuria femenina.
El aborto lastima cuando muchos (y muchas) de quienes afirman defender la vida estigmatizan a aquellos que prefieren su despenalización considerándolos poco menos que sádicos asesinos seriales.
El aborto corroe una nación cuando agrieta más grietas, cuando apesta nuevos y múltiples enemigos, cuando desteta flamantes traidores de no importa cuál causa.
El aborto disecciona una sociedad cuando quebranta vínculos e instituciones y cuando horada voluntades y parlamentos.
El aborto interrumpe racionalidades, supura emociones violentas y contagia pasiones desmedidas.
Me duelen todos esos dolores. Me duelen mucho como argentino.
Más allá de las diferencias que entre todos podamos sostener, nos debemos un poco más de cuidado mutuo
Prefiero, indudablemente, los otros dolores: los dolores de parto. De hecho los extraño demasiado. Son esos que en nuestro país daban a luz -y confío en que lo pueden seguir haciendo- actitudes de solidaridad, visos de hermandad y abrazos de compatriotas, aún desde el mismísimo disenso.
Esos que parían acuerdos de largo plazo, que priorizaban lo estructural por sobre lo coyuntural, y que gestaban gestas...
Mañana voy a participar como rabino de una jornada de oración convocada por la Conferencia Episcopal Argentina, y desde la postura ideológica un tanto equidistante que propuse en el Congreso la semana pasada -en contra del aborto pero a favor de su despenalización- mi plegaria estará enfocada en esos dolores, los de parto.
Porque más allá de las diferencias que entre todos podamos sostener, nos debemos un poco más de cuidado mutuo, un poco más de proyecto de nación, un poco más de lazos sociales.
Ser argentinos a días del Mundial es precioso, pero a la vez es muy fácil.
No abortemos una nueva chance de fortalecer lo que de socios tenemos, también a partir de este debate.
Rezo -y trabajo- por esos dolores de parto.
Para que aquí, en casa, renazca y se multiplique nuestra fraternidad. Amén.
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