El dólar y el avance del virus agitan la estructura del poder
Ni la salud ni la economía. Alberto Fernández enfrenta sin sosiego un bombardeo de estadísticas descorazonadoras que retratan los resultados de ocho meses de gestión de un evento disruptivo sin precedente como es la pandemia de coronavirus.
La Casa Rosada se agita entre la ansiedad, el vértigo y los pases de factura por la acumulación de fracasos que apenas se pueden disimular en el discurso público. Las sospechas de conspiraciones internas se tornan verosímiles para los propios protagonistas del poder. El gabinete se llenó de sillones inestables.
El Presidente dedicó hasta ahora buena parte de su energía en administrar la unidad del Frente de Todos. Eso lo obligó a asumir como propia la agenda institucional de Cristina Kirchner, alejada de las urgencias de un país sacudido por un shock fenomenal. Pero a medida que avanza la crisis se cristaliza la evidencia de que en política el único aglutinante seguro es el éxito.
Como nunca antes en el año, en la cercanía de Fernández se escuchan críticas abiertas a la cristinización del Gobierno. Son voces que reclaman poner foco exclusivo en la triple crisis sanitaria, social y económica con una caja de herramientas acorde a las posibilidades actuales del país. Pero también, con un desparpajo que antes se ocultaba, estallan desafíos desde el kirchnerismo duro a la línea que traza Fernández, como quedó en evidencia esta semana en la disputa con la Corte Suprema y en la discusión sobre los crímenes en Venezuela.
"No nos enganchemos en peleas internas", fue el mensaje que bajó desde el despacho presidencial a sus funcionarios más cercanos esta semana. Fernández lo dijo después con palabras apenas distintas en un discurso del viernes. En paralelo, buscó desinflar rumores de un cambio de gabinete en medio de la tormenta.
Venía de pasar uno de los días más sombríos en lo que va de su mandato. La brecha entre el dólar oficial y los paralelos alcanzó el jueves el ciento por ciento. Y desde las provincias le llegaron reportes agobiantes sobre el avance del virus y de la ocupación de camas de terapia intensiva. Mientras tanto, los enviados del Fondo Monetario Internacional (FMI) recorrían despachos en su primera aproximación para negociar una restructuración del préstamo que pidió el gobierno de Mauricio Macri.
A diferencia de otras encarnaciones del kirchnerismo, Fernández busca mantener un oído en los sectores sociales, políticos y productivos que no integran su círculo de pertenencia. Ese ejercicio del diálogo se intensificó en las últimas semanas, en reuniones con empresarios, dirigentes políticos, economistas, sindicalistas. La palabra "confianza" emergió, como una carencia, en casi todas esas charlas: el Gobierno necesita trazar un rumbo fiable, reconocible y pragmático. Una nota distintiva fue el abrumador pesimismo que unificó a los interlocutores presidenciales.
El termómetro, como tantas veces, es la depreciación acelerada del peso. Fernández repite ante quienes convoca que se propone evitar la devaluación brusca con la que especulan no pocos actores económicos. Pero al mismo tiempo, su negativa a explicitar un plan, impide descartar que la tragedia no deseada vaya a imponerse por acción de la fuerza de gravedad.
El ministro Martín Guzmán, el académico que había prometido expresarse por escrito y con las cuentas bien hechas, sufre la espiral de descrédito general. Las medidas que anunció hace 10 días para atraer dólares siguen sin producir el efecto deseado. Él pide paciencia. Cree que poco a poco van a decantar y se harán más intensas las liquidaciones de exportaciones, alentadas por la baja temporal de las retenciones (una ventana que se cierra en enero).
Sin embargo, los productores no ven incentivo suficiente para desprenderse de una reserva de valor como es la soja mientras el Banco Central anuncia que dará mayor volatilidad al tipo de cambio oficial. "Cómo convences a un productor que aproveche para liquidar ahora, cuando en lo que va de octubre la devaluación ya superó el porcentaje de rebaja de las retenciones", señala un empresario de buen diálogo con el Gobierno.
Guzmán argumentó ante los enviados del FMI de que la crisis de reservas está en camino de resolverse. Los funcionarios de Washington recomendaron encontrar medidas consistentes de corto plazo que permitan serenar la macroeconomía y generar certidumbre, para lo cual resulta esencial alguna clase de acuerdo con empresarios y gremios.
La primera urgencia en el equipo económico es alcanzar un consenso entre ellos. El ministro sigue en una guerra fría con el presidente del Banco Central, Miguel Pesce. Recibió otro aval explícito este viernes. "Tuve la suerte de encontrar a un ministro que piensa igual que yo", dijo Fernández. Pero eso no implica que le haya soltado la mano a su amigo Pesce.
Negociar de verdad con el Fondo requiere definiciones de un calado tal que obligarán al Gobierno a encarar debates muy incómodos para el Frente de Todos. Acaso también a propiciar una renovación. "Se verá más adelante", señalan en el entorno presidencial.
País de records
La lógica de resolver los problemas sobre la marcha se impuso del mismo modo en la lucha contra el Covid-19. El brote que tenía un foco casi excluyente en el la Capital y el conurbano ahora golpea a medio país, con algunas ciudades que tienen sus sistemas de salud al borde de la saturación. En la Casa Rosada culpan a los gobernadores de haberse distraído. En las provincias apuntan a que nunca hubo una estrategia nacional coordinada para evitar la previsible irradiación del virus desde el Área Metropolitana de Buenos Aires.
Los múltiples focos causan un desafío logístico enorme, que el Gobierno parece lejos de tener encaminado. Fernández ni siquiera pudo comunicar el viernes qué distritos iban a ser sometidos a una cuarentena estricta a partir del lunes por la simple razón de que no estaban aún definidos.
El aparente suceso en el control inicial de la pandemia quedó reducido a un espejismo cruel. Al ritmo que vamos, antes de que termine octubre la Argentina llegará al millón de infectados, una marca que hoy solo superaron gigantes como Estados Unidos, Brasil, la India y Rusia (tal vez lleguen antes Colombia o España). La cantidad de muertes también alcanza cotas que hubieran sonado apocalípticas en marzo o abril. El único ranking en el que el país no sube es en el de cantidad de testeos por habitante (119º según la base de datos Worldometers).
El debate tabú en el oficialismo se resume en una pregunta: "¿Qué hicimos mal?" La autocrítica enfrentó ya al grupo de infectólogos que en los primeros meses de la pandemia se reunían casi a diario con el Presidente y marcaban el ritmo de las medidas restrictivas. Hubo discusiones agrias entre ellos y también con funcionarios.
Hay dos ejes de discusión en los que no se ponen de acuerdo: ¿fue apresurado el confinamiento total de marzo cuando apenas había un puñado de infectados?, ¿se hizo lo suficiente en materia de testeos y rastreos para achatar a toda la velocidad posible la curva de contagios?
El grupo de expertos como tal ya no está funcionando. Fernández decidió las últimas medidas sin reunirlos. Se preparó para anunciar la reapertura de vuelos de cabotaje y el regreso gradual a las aulas. Al final enfrentó a las cámaras con el tono más grave de todos sus discursos por la pandemia. Por momentos sonó impotente, con un ruego a la responsabilidad de una ciudadanía agotada de las restricciones en el momento en que acaso sean más necesarias.
La "derrota" al virus es otro capital simbólico que se le escurre al Presidente. Le queda aún el relato del Estado presente para paliar los estragos económicos de la pandemia. Un mensaje caro al kirchnerismo. Se aglutina con lo que hay.
En la Casa Rosada esperan con ansiedad al próximo sábado. El 17 de Octubre se celebrará con una "movilización virtual" peronista a través de una app de celular. Fernández prevé ir al edificio de la CGT y hablar a la militancia desde allí. Los organizadores descuentan que formalizará su aceptación a la candidatura para presidir el PJ.
La gran incógnita es si lo acompañará Cristina Kirchner, invitada también. Como en todo últimamente, ella juega al silencio y al misterio. Tiene demasiados canales para expresar su incomodidad y aplicar correctivos. Incluso en estos días de crecientes tensiones internas, la realidad aciaga desalienta a quienes todavía sueñan con un volantazo de autonomía albertista.
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