Discurso de Alberto Fernández: 79 minutos lejos de su vice y cerca de otros presidentes
"Lo que ha sido creído por todos siempre y en todas partes tiene todas las posibilidades de ser falso", aseguró el escritor y filósofo francés Paul Valéry. Esto es lo que ocurre, efectivamente, cuando analizamos los discursos presidenciales en las aperturas de sesiones ordinarias en el Congreso. Estamos convencidos de que se dijeron algunas cosas, que otras sucedieron por primera vez y que las de más allá nunca fueron mencionadas. Y, por lo general, esas certezas están teñidas por nuestras creencias, prejuicios y múltiples sesgos que nos llevan a tergiversar la realidad.
El domingo pasado el presidente Alberto Fernández inauguró las sesiones ordinarias del Congreso. Fueron 79 minutos. Y se siguió hablando de esa casi hora y media en las siguientes 48. ¿Fue un discurso moderado? ¿Se asemejó más a los de su vice, Cristina Kirchner, o a los de Mauricio Macri, Néstor Kirchner, Eduardo Duhalde, Fernando De la Rúa, Carlos Menem o Raúl Alfonsín? ¿Lo que nos pareció novedoso lo fue? ¿Podemos confiar en nuestras percepciones? ¿Todo lo que brilla es oro?
Para despejar algunos de estos interrogantes, analizamos 36 discursos de 8 presidentes que, en conjunto, suman más de 2 millones de palabras. De esta manera, de forma automatizada, a través de técnicas de inteligencia artificial para el procesamiento del lenguaje natural, encontramos patrones y relaciones entre los discursos los presidentes desde la vuelta de la democracia hasta acá.
Nos encontramos, por ejemplo, que el discurso de Fernández, en su contenido, está más cerca de los de otros presidentes peronistas –como Kirchner, Menem o Duhalde– y aún de los de De la Rúa o Alfonsín, que de los de su vicepresidenta. En consonancia con esto, Fernández hizo el domingo guiños hacia todos sectores, intentando quizás tender lazos para que su dependencia con el kirchnerismo sea menor. Abrazó al Papa y anunció que el Poder Ejecutivo promoverá el plan de los 1000 días para proteger a las mujeres y sus hijos recién nacidos. Pero, al mismo tiempo, tendió lazos con el progresismo al comunicar que enviará al Congreso un proyecto de ley para la legalización del aborto. Habló del aumento de las retenciones, pero lo hizo con mucha cautela y sin mencionar a la soja. Sentado codo a codo con Cristina, no dejó de tender puentes con el radicalismo al mencionar en reiteradas oportunidades a Alfonsín. Y quedó, de esta manera, más cerca de Néstor Kirchner -y la transversalidad con la que el expresidente alguna vez soñó- que de su compañera de fórmula.
Al mismo tiempo, las palabras de Fernández el domingo en el Congreso tuvieron una buena cuota de pragmatismo y menos euforia que las que se le escucharon cuando asumió la Presidencia en diciembre. Seguramente, tenga que ver con que ahora es un presidente que vio, en estos 80 días de mandato, los límites de lo que puede hacer. De hecho, una parte importante de su discurso lo dedicó a definir esas limitaciones que tiene -y tendrá- su presidencia. En ese sentido, y a diferencia de Duhalde y Kirchner, que tenían las palabras "trabajo", "crecimiento" y "millones" entre el top ten de las más utilizadas en sus discursos, Fernández habló de "desarrollo", pero repartió responsabilidades: se lo escuchó hablar de "ley" y de "federalismo". Es decir: dejó en claro que los resultados no dependerán sólo de él, sino que tanto los legisladores como los gobernadores deberán acompañarlo. Y, al mismo tiempo, apeló con sus palabras a la responsabilidad que tenemos todos los argentinos: "No hay un Presidente salvador que pueda aplicar recetas personalistas o fórmulas caprichosas (...) La solución de nuestras frustraciones sociales no dependen sólo de un presidente. Dependen de nuestra vocación social de superarnos y de ser mejores".
"Nada nos engaña más que nuestro propio juicio", señalaba Leonardo da Vinci. Y como creemos que esta afirmación es muy cierta, decidimos -a la hora de analizar y pensar las implicancias de lo dicho por el Presidente en el Congreso el domingo- no confiar en nuestro juicio, intentar que los sesgos no nos invadan, no mirar el mundo a la luz de la noticia del día, de lo que sabemos y pensamos. Nos olvidamos de nosotros y dejamos que los algoritmos hagan el trabajo.
*Politóloga y directora de Dynamis Consulting
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