Un cambio que esconde el deseo de no tener que cambiar nada más
La salida de Martín Ocampo le resuelve en lo inmediato un problema al jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta: atemperar las críticas a la actuación de su policía en el desastroso operativo de traslado del plantel de Boca al estadio Monumental sin tener que, por eso, resignar el control de la gestión de la seguridad pública, a la que en estos tres años le ha dado una impronta que no es, precisamente, del agrado de Mauricio Macri, que siente que tiene ante su electorado una deuda por no ser más incisivo, más inflexible, ante las incesantes disrupciones del espacio público provocadas por manifestaciones, piquetes o por mercenarios, como lo son los barrabravas.
Ocampo fue el fusible -junto a un funcionario policial encargado de la seguridad en espectáculos deportivos- que protegió el paradigma de seguridad pública larretista. Tanto es así que el vicejefe de gobierno porteño, Diego Santilli, se hará cargo formalmente del puesto decisor en el ministerio, pero conservará, al menos por ahora, el resto de la estructura. Principalmente, al secretario de Seguridad, Marcelo D'Alesandro, que desde hace poco más de tres meses es el virtual jefe de la Policía de la Ciudad, desde la jubilación de quien era el jefe, Carlos Kevorkian.
El sello de la gestión de Ocampo -ministro de Rodríguez Larreta desde el primer minuto, con licencia como fiscal general de la ciudad- fue esencialmente visual y enfocado en la prevención.
La sumatoria de los efectivos de la ex-Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal (hasta hace tres años, "dueña de la calle" en la Capital) con los oficiales de la Policía Metropolitana -creada por Macri hace diez años, cuando el traspaso de la fuerza de la Nación a la Ciudad era una utopía- le permitió contar con un número importante de uniformados con los cuales llevar adelante el paradigma de "policía de cercanía". Aunque no pudo evitar los cortocircuitos que produjo la mezcla de efectivos.
Tanto en zonas comerciales como en los barrios se ven más policías en posición de prevención. Esa presencia busca dar "sensación de seguridad" a los porteños. Pero eso no se tradujo necesariamente en hechos. La cifra de robos y hurtos no pudo salir de una meseta alta. Los motochorros y la sustracción de celulares sobresalen en el debe.
La policía debía moverse al compás del mapa del delito informatizado y actualizado prácticamente en vivo. Esa tecnología fue incorporada y mejoró tanto los tiempos de respuesta ante delitos como el control de la efectividad de los recorridos programados. El aumento en la dotación de cámaras de seguridad y de portales de lectura de patentes (el "anillo digital") hizo su parte.
Pero toda esa tecnología y esa mayor presencia policial no hicieron la diferencia a la hora de sucesos más complejos que la simple prevención. Ocampo se negó a ir detrás de la "doctrina Bullrich" para disuadir y eventualmente reprimir manifestaciones. La seguridad del superclásico fue un ensayo fallido de cara al G-20; aun así, ayer, Rodríguez Larreta eligió no cambiar.
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