Diplomacia invertida: los embajadores al servicio del exterior
Los casos de Carlos Raimundi, Oscar Laborde y Sabino Vaca Narvaja reflejan que muchos jefes diplomáticos no tienen en claro la diferencia entre el país al que representan y el país en el que representan.
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En inglés, la expresión “going native” alude al peligro que corren los antropólogos de comprometerse tanto con la comunidad estudiada que pierden distancia analítica y objetividad. La inmersión total en la sociedad de destino suele llevar al fracaso del proyecto de investigación. Los representantes diplomáticos corren el mismo riesgo, y por eso estudian para evitarlo. La formación profesional los ayuda a entender la diferencia entre el país al que representan y el país en el que representan. En varias embajadas argentinas, esa distinción aparece hoy invertida.
En octubre de 2020 Carlos Raimundi, representante ante la Organización de Estados Americanos, minimizó las violaciones venezolanas a los derechos humanos y culpó a los acusadores. La cuestión escaló cuando Estados Unidos presentó una queja diplomática. El entonces canciller Felipe Solá buscó bajar la tensión: “El problema es que Raimundi no dijo la preocupación que tiene la Argentina por los derechos humanos en Venezuela, sino que decidió decir lo que pensaba y un embajador tiene que decir primero lo que le instruyen”. Y agregó, con su reconocida picardía: “Quizás a Raimundi no le quedaron claras las instrucciones”.
Más disonante fue hace pocos días Oscar Laborde, embajador argentino en Venezuela. En declaraciones públicas, afirmó que el avión iraní-venezolano retenido en Ezeiza “está objetivamente secuestrado”, agregando que los tripulantes de la aeronave siguen en el país “sin que aparentemente haya algo para reprocharles”. Interpretando el sentir del país de destino, en vez de las instituciones del país de origen, añadió que “hay una sensación del pueblo venezolano de injusticia. Queda claro que hay una intención de la Justicia, que muchos la padecen y que es una operación del adversario del ‘campo popular’”.
El embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, no se queda atrás. A principios de agosto declaró, en un órgano de prensa oficial chino, que la visita de la diputada norteamericana Nancy Pelosi a Taiwan había sido “una provocación para China y un problema para toda la comunidad internacional”. Y agregó: “Por eso queremos condenar esta visita... La época colonial se terminó”.
Es posible que los derechos humanos sean, a veces, instrumentados políticamente, como sugirió Raimundi. Es concebible que el Poder Judicial argentino no sea todo lo transparente que debería, como insinuó Laborde. Y es verosímil que la visita de Pelosi haya incluido un elemento de provocación, como asumió Vaca Narvaja. Lo que es seguro es que esas declaraciones causaron perjuicios diplomáticos al país y que ninguna fue coordinada con el Gobierno. Estos embajadores actuaron, en el mejor de los casos, como representantes de una facción partidaria o como patrullas perdidas; y, en el peor de los casos, como representantes del país de destino ante el país de origen: they went native. No solo trabajan en el exterior, sino que trabajan para el exterior. ¿La Cancillería? Pintada.
No todos los embajadores son así, y hay que decirlo. Algunos, profesionales de carrera, hacen lo que pueden con lo que tienen: manteniendo bajo perfil, esperan instrucciones y caminan la cuerda floja de la gelatina albertista. Otros, con designación política, maquillan estoicamente los desaguisados de una política exterior disfuncional. Es el caso de Jorge Argüello, equilibrista argentino en Washington al que un dirigente opositor denominó “el mejor funcionario del gobierno”, aclarando que no hacía falta gran esfuerzo para llevarse el título. O de Rodolfo Gil, el embajador en Lisboa, que se la pasa zurciendo la grieta de la diáspora argentina para que no contamine las causas comunes. Estos empeños, sin embargo, no compensan aquellos malos desempeños.
Con el politólogo brasileño Octavio Amorim Neto estudiamos los determinantes de la política exterior en América Latina. En una investigación que abarcó las votaciones en las Naciones Unidas entre 1946 y 2015, descubrimos que Brasil y México tienden a definir sus posiciones en función de su poder internacional relativo. La Argentina, en cambio, define su voto en función de causas exclusivamente domésticas. ¿El mundo? Es eso que pasa allá afuera, mientras nosotros disputamos nuestra interna. La política exterior de Alberto Fernández es, en ese sentido, fiel a lo más deplorable de nuestra tradición diplomática.
El autor es Politólogo e investigador en la Universidad de Lisboa.
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