"Debemos convocar al más amplio diálogo a todos los sectores. Ya no hay posibilidades de discusiones parciales: es necesario tener la amplitud de convocar y escuchar a todos y ver la viabilidad de las propuestas que los distintos sectores acompañen al Gobierno. Debemos iniciar una nueva etapa todos los argentinos".
Estas palabras no pertenecen a Mauricio Macri tampoco al ministro del Interior, Rogelio Frigerio, embanderado detrás del acuerdo de diez puntos que pretende acordar con la plana mayor del peronismo. Aunque parezca difícil de creer, estas palabras fueron pronunciadas el 9 de julio de 2009 por la entonces presidenta Cristina Kirchner: habían pasado once días del primer fracaso electoral del kirchnerismo y, vulnerable, la mandataria decidió lanzar una convocatoria al diálogo político a toda la oposición.
Aquellos eran días de desconsuelo en el kirchnerismo. "Perdimos por dos puntitos", rumiaba el expresidente Néstor Kirchner, factótum de la derrota en Buenos Aires. El esposo de la entonces presidenta había hecho todo para esquivar ese desenlace; adelantó la fecha de las elecciones legislativas al 28 de junio de ese año para desbaratar una eventual unidad opositora y volcó millones de pesos en su campaña a diputado nacional. No fue suficiente. El enfrentamiento del gobierno kirchnerista con el campo, el año anterior, y la caída sistemática de imagen del kirchnerismo en las encuestas le abrieron el camino al trío que conformaban Macri, Felipe Solá y Francisco De Narváez quienes, unidos en la alianza Unión Pro, triunfaron en los dos distritos más importantes del país, Buenos Aires y la Capital.
Derrotado, el kirchnerismo afrontaba su primera catástrofe electoral y política; la oposición, aunque dispersa, asumiría la mayoría en la Cámara de Diputados en diciembre. En este contexto de debilidad, el Gobierno necesitaba ganar tiempo y recuperar fuerzas: así surgió la idea de convocar a los gobernadores y a los dirigentes de partidos opositores a un diálogo político. "Estamos dispuestos a mirar para adelante y a aprender de errores que hemos cometido", enfatizó el por entonces ministro del Interior Florencio Randazzo, ideólogo de la estrategia.
La invitación del Gobierno actuó como una cuña letal en la oposición, sobre todo entre los socios que integraban el Acuerdo Cívico y Social: el radicalismo, el Partido Socialista, GEN y la Coalición Cívica. La única que no aceptó el convite fue Elisa Carrió; advertía que se trataba de una trampa del Gobierno para dividir a la oposición. "El diálogo es una farsa", fustigó, pero sus aliados decidieron concurrir en tropel a la Casa Rosada; sostenían que no podían desoír el llamado de la Presidenta cuando ellos se habían cansado de reclamarle apertura y diálogo.
El kirchnerismo había logrado meter la cola: a los pocos meses, el Acuerdo Cívico y Social se diluía y Carrió y Margarita Stolbizer, aliadas desde 2007, sellaban su divorcio definitivo. Entre los primeros en sentarse con la presidenta en la Casa Rosada estuvo Macri, entonces jefe de gobierno porteño.
La ronda de diálogo que con tanta pompa había convocado el Gobierno no tardaría en mostrar su verdadera faceta. A los reclamos de mayor apertura por parte de la oposición, el kirchnerismo les respondió con su mayoría avasallante en el Congreso y sancionó, antes del recambio legislativo, una nueva reforma política que instauraba las elecciones primarias y eliminaba el aporte privado en las campañas electorales; una suerte de represalia a De Narváez y a los millones de pesos con que el empresario había desbancado a Néstor Kirchner. No fue todo: en su obsesión contra el Grupo Clarín, al que consideraba la causa de la derrota electoral, impuso una nueva ley de medios -conocida como ley de Servicios de Comunicación Audiovisual- cuyo objetivo era desmembrar el conglomerado de medios del emporio de la familia Noble que dirigía Héctor Magnetto, devenido en el archienemigo público de los Kirchner.
Indignada, la oposición clausuró las rondas de diálogo. "El diálogo es una actitud; si querés llegar a un acuerdo, con tu actitud debés generar confianza. Pero aquí se genera un abuso de poder desembozado de parte del kirchnerismo. Así, es cínico prestarse al diálogo", enfatizó el por entonces diputado y jefe de Pro, Federico Pinedo. El kirchnerismo se había salido con la suya.
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