“¿Después de Messi qué?” La olla presión del peronismo unido
Recrudece la furia del kirchnerismo contra el Presidente, cada vez más aislado; la interna por pegarse al éxito de la selección y las protestas que vuelven cuando pasen los festejos
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Cristina Kirchner tomó como un desafío personal de Alberto Fernández la extravagante ceremonia al rayo del sol que encabezó el Presidente el miércoles por sus tres años de gobierno. El hombre que ella encumbró desde la nada hasta la máxima investidura organizaba un festejo en medio de los días de duelo político que ella vive desde la condena en el caso Vialidad. La indignación sacó al kirchnerismo del estupor.
Fernández se celebró a sí mismo ante un auditorio abarrotado de ausencias. Se propuso como el conductor de un plan para que el Frente de Todos retenga el poder en 2023, con un discurso que cerca de la vicepresidenta interpretaron como “irrespetuoso”: creen que quiso mostrarle al peronismo que él sigue adelante mientras Cristina decidió, anticipadamente, bajarse de la carrera. Es más, sospechan que esperó al miércoles -cuatro días después del verdadero aniversario- para posicionarse en medio de la euforia nacional desatada por los triunfos de Lionel Messi y compañía en Qatar.
El virtual lanzamiento de Fernández tuvo el rasgo triste de la significativa carencia de apoyos. Ni gobernadores ni un número destacable de intendentes, legisladores o dirigentes de algún peso lo acompañaron. Sergio Massa llegó todo lo tarde que pudo para que no pudiera anotarse como un desplante ni como un respaldo. Los ministros kirchneristas, como Wado de Pedro, por poco contratan a un escribano para certificar su inasistencia.
“No tuvo el más mínimo respeto por la situación de Cristina, como si quisiera cumplir con eso de ‘a rey muerto, rey puesto’. Lo que no entendió es que ella no está muerta y no va a abandonar el liderazgo”, dice un dirigente de la cercanía de la vicepresidenta. Paula Penacca, la diputada de mayor confianza de Máximo Kirchner registró en público el malestar de La Cámpora: “Cristina no va a ser candidata por la persecución, el hostigamiento y la proscripción a la que la sometió la mafia judicial y mediática. En la Casa Rosada parece que lo festejan porque aumenta las chances electorales de Alberto”.
El Frente de Todos es una olla a presión. La expectativa social por el Mundial le permitió al Gobierno transitar con aparente calma un diciembre de penurias, pero los conflictos lo esperan al término de la final contra Francia en el estadio Lusail y de las movilizaciones populares que desate la selección a su regreso. El kirchnerismo ya empezó a mover fichas en distintas direcciones.
Una primera fue preventiva. Máximo Kirchner, de fluida relación con la actual conducción de la AFA, operó para evitar que el Presidente pueda sacar provecho político de una eventual celebración nacional de la selección. Hasta el sábado por la tarde no había confirmación desde Doha que el presidente de la asociación, Claudio “Chiqui” Tapia, aceptara llevar a Messi, Lionel Scaloni y el resto del plantel a la Casa Rosada, como ocurrió después del triunfo de 1986 y del subcampeonato de 1990.
Tapia no necesita mucho estímulo para escapar de Fernández. El Presidente hizo fuerza durante buena parte de 2020 y 2021 para quitarlo del mando de la AFA. Lo criticó en público, hizo ostentación de evitarlo para la foto oficial en la inauguración de un estadio en Santiago del Estero y promovió a un grupo de dirigentes rebeldes que querían suplantarlo. “Es impresentable el manejo de la AFA”, llegó a decir, cuando todavía las encuestas le sonreían, en una reunión en la que estaban Massa y Máximo.
El albertismo del fútbol, como los demás albertismos, se quedó en amagues. Tapia se apalancó en La Cámpora, tejió bien sus alianzas en los clubes del ascenso y se reforzó con el triunfo de la Copa América en Brasil (sede a la que tuvo que mudarse el torneo después de que el gobierno de Fernández impidió jugarla en la Argentina en medio de la segunda ola del coronavirus).
El miedo a una recepción fría fue uno de los motivos por los que Fernández descartó viajar a Medio Oriente a ver la final, donde sí estará el presidente de Francia, Emmanuel Macron. Por supuesto que pesó más la superchería: el temor a que lo acusen de mufa si la Argentina no ganara la Copa. La Casa Militar organiza un operativo para que el plantel vaya a la Rosada el lunes a la noche o el martes, pero aún no tiene línea desde Qatar. La información que surge desde la concentración en la Universidad de Doha es que los jugadores pidieron especialmente que no se haga uso político alguno de sus triunfos. En 2014 Messi, tras el subcampeonato en Brasil, y compañía habían aceptado un acto con la presidenta de entonces (Cristina) pero en el predio de la AFA. Impusieron la localía.
En el estadio verá el partido Mauricio Macri, como presidente de la Fundación FIFA. Tapia les garantizó a sus interlocutores del kirchnerismo que no se mezclará en la entrega de premios ni en los festejos –el propio Macri dijo a los suyos que no pensaba ni debía hacerlo-. Pero es sintomático de cómo está el Frente de Todos que no se haya podido enviar a un representante del Gobierno con algo de peso a semejante evento internacional.
“Fútbol y política no se mezclan”, dijo la portavoz Gabriela Cerruti, como una forma de mostrar calculada distancia con el suceso que tiene en vilo a la Argentina. Coincidió justo con dos discursos del Presidente en los que llenaba de elogios al plantel de Scaloni y con un video en el que se atrevía a desafiar a los supersticiosos con su vaticinio sobre la final.
Conflictos en puerta
Durante todo el año el oficialismo gastó una expresión: “Hay que llegar al Mundial”. La idea implicaba que si se evitaba una crisis explosiva hasta el momento en que Messi empezara a correr en el desierto el Gobierno entonces podría respirar con tranquilidad. Mucho más si la selección tenía éxito. El torneo se pega a fin de año, luego vienen las vacaciones y en marzo ya todo giraría hacia la campaña electoral. No todo fue tan simple.
La condena por corrupción a Cristina el 6 de diciembre y su decisión posterior de no ser “candidata a nada” en 2023 agitó al Frente de Todos y reavivó los rencores internos. El peronismo es -para hacer juego con la obsesión de estas horas- un seleccionado sin técnico, en el que los jugadores no saben ni hacia qué arco patear. Alberto vocea órdenes pero nadie lo escucha. “Podrán tildarme de timorato, cobarde, débil, que no grito. Pero yo dialogo”, dijo en el acto del miércoles. Todavía no pudo explicar con quién: Cristina no le atiende el teléfono, los gobernadores lo evitan, perdió contacto con su ministro del Interior y el Congreso es para él territorio comanche.
Los movimientos sociales, que eran su vía de sustento territorial, lo abandonan irremediablemente. Cristina Kirchner hizo su parte semanas atrás cuando descongeló su relación con Emilio Pérsico, del Movimiento Evita. Pero el conflicto se potenció a partir del desembarco de Victoria Tolosa Paz en el Ministerio de Desarrollo Social. La acusan de carecer la cintura política de la que hacía gala su antecesor, Juan Zabaleta, y de no prestarse al diálogo.
El bono de 13.500 pesos que dispuso el Gobierno para los beneficiarios de planes sociales -considerado exiguo por los dirigentes piqueteros- sentó las bases para una batalla en las peores fechas posibles. El miércoles, cuando pase la embriaguez qatarí, se esperan movilizaciones masivas en el centro de la ciudad. Y habrá protestas frente a supermercados por el aumento de los precios de los alimentos. Es la fisonomía inquietante de un fin de diciembre caliente. “Se está rompiendo la paz con los movimientos”, dice una fuente del universo piquetero que alguna vez se declaraba abiertamente albertista.
¿Cristina al gobierno?
De esas vecindades surgió en estas horas uno de los ataques más directos a la figura presidencial. Juan Grabois, admirador e interlocutor habitual de Cristina Kirchner, atacó a Tolosa Paz (”mira la realidad de su mansión en un country) y pidió “un golpe de timón”. ¿A qué se refería? Dijo que la vicepresidenta debe desplazar a Fernández en la gestión de gobierno. Se cuidó de decir que podría hacerlo desde la Jefatura de Gabinete. No sea cosa que lo tildaran de golpista.
La Cámpora se sumó a las presiones con el caso Milagro Sala. Andrés Larroque respaldó el pedido de los seguidores de la dirigente jujeña para que Fernández la indulte después del fallo de la Corte Suprema que dejó firme su condena por corrupción.
La presión irá en aumento. ¿Se trata de un ensayo para después extender el reclamo a las causas contra Cristina? La descalificación del sistema de Justicia, desde la Corte hacia abajo, como un aparato de persecución ideológica, se ha convertido en una acción política central del kirchnerismo. Radica allí una de las mayores acusaciones que la vicepresidenta le hace a su criatura fallida: no haber conseguido (o no haber querido) domar políticamente al Poder Judicial.
Los kirchneristas duros pierden la paciencia con Fernández mientras siguen en shock por la decisión de Cristina de no ser candidata y la falta de reacción popular ante el fallo. Viven con una sensación de orfandad, mezclados en la telaraña de un peronismo sin candidatos naturales y que quiere despegarse de la crisis económica que debe administrar.
Esa incomodidad se vio en la reunión de gobernadores y sindicalistas del lunes pasado en el Consejo Federal de Inversiones (CFI). Los caciques del peronismo ya se habían alejado de Fernández a medida que caía en la impopularidad y liquidaba su autoridad. Se acostumbraron a la comodidad de depender de Cristina, incluso cuando durante años muchos de ellos soñaron con jubilarla. Ahora discuten qué hacer. La ausencia en masa a la celebración de los tres años de gobierno fue una señal de que no están, a priori, en el proyecto de reelección. Axel Kicillof, el más cristinista de todos, espera volver a competir en Buenos Aires, pero ya no puede garantizar que el dedo de la jefa se pose sobre él. Otros de los que tienen aspiraciones, como Jorge Capitanich y Sergio Uñac, esperan a que pase el verano para que el panorama se aclare. Prefieren una fórmula de consenso -bendecida por la vicepresidenta- a ofrecer unas PASO inciertas. Coinciden que Alberto no está en condiciones de liderarlos.
El nombre de Massa aparece en todas las especulaciones. Aliado al kirchnerismo, mantiene las formas con el Presidente y amplía sus vínculos con el empresariado. Él no deja pasar reunión sin decir que no está en carrera. En el peronismo no le creen: ven política electoral en cada uno de sus movimientos. La baja del índice de inflación en noviembre entusiasmó a los que sueñan con verlo como un candidato competitivo. Pero, curiosamente, también envalentona a Fernández, siempre en busca de datos que prueben algún día su relato exitoso de la economía pospandemia.
Es inevitable. Ni un milagro futbolístico ni la posibilidad de un vuelco económico -que todavía es un sueño lejano- parecen suficiente para devolver la concordia al peronismo unido.
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