Desencanto democrático. Las demandas pendientes que reavivan las crisis
Una par de trabajos exhiben la frustración de la sociedad con la dirigencia política; inflación, pobreza e institucionalidad
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“Con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”, afirmó el expresidente Raúl Alfonsín al convertirse en el primer mandatario democrático, el 10 de diciembre de 1983. Tiempo después, esa ilusión de la primavera posdictadura se empezó a evaporar. Crisis económicas cíclicas y recurrentes; pobreza en aumento; inflación alta y persistente; corrupción en las máximas estructuras del Estado y una frustración con el funcionamiento de las instituciones y la calidad de los dirigentes políticos. Todos estos factores generaron un profundo desencanto hacia la política democrática en la clase media.
A casi 40 años del retorno de la democracia, esas deudas acumuladas derivaron en un descontento social, en particular en los sectores medios, que consideran que el sistema tal como funciona en la Argentina aún tiene enormes deudas pendientes con la sociedad y reconocen su desilusión. Analistas y encuestas de opinión advierten que, sin embargo, esta profunda insatisfacción no se dirige hacia la democracia en sí misma como sistema, sino que apunta especialmente en la clase política encargada de guiar su funcionamiento. La alta participación electoral y la movilización de los sectores medios en las calles reflejan que la confianza en la democracia sigue vigente a pesar de todo. Un nuevo tipo de liderazgo que trascienda la grieta y acuerdos para generar un plan de largo plazo son las soluciones que estos sectores demandan.
Una encuesta del Grupo de Opinión Pública (GOP) y Trespuntozero, realizada entre sectores medios, da señales muy claras en ese sentido. En la misma línea, un trabajo del exministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, también refleja las frustraciones ocasionadas por el mal desempeño económico y social del país.
Según este último trabajo, desde el regreso de la democracia, la economía argentina creció en promedio solo 1,6% anual. Lo hizo en forma muy volátil: 21 años fueron de crecimiento, y los 16 restantes mostraron una caída. Los únicos dos períodos de expansión continua ocurrieron entre 1991 a 1997 y 2002 a 2008. Acumulada en estos 37 años, la inflación alcanza la impactante cifra de 20.000.000.000%. Excluyendo a Venezuela, el resto del continente latinoamericano exhibe un mayor crecimiento y un alza de precios mucho menor. Esto tuvo su correlato en la pobreza, que aumentó de un 16% en 1983 hasta el actual 42%.
La clase media, preocupada por la economía
No es casual que el crecimiento y la inestabilidad económica sean una de las principales preocupaciones de las clases medias. Para el 80,8% de este sector, el balance sobre el crecimiento y la estabilidad económica desde 1983 hasta la actualidad es malo o muy malo, según se desprende de la encuesta de GOP y Trespuntozero.
“Para este segmento social, el saldo de la democracia es negativo por las deudas de distinto orden que tiene. La más importante es una deuda de carácter económico: tiene que ver con la falta de crecimiento, la inflación constante y el aumento de la pobreza. Esta crítica tiene un correlato en la demanda de que la clase política recurra a un armado de un plan de largo plazo que sobreviva a los cambios en las gestiones”, afirmó Shila Vilker, directora de Trespuntozero.
El cortoplacismo, los cambios bruscos de rumbo, y la creencia en la excepcionalidad argentina explican en parte por qué se torna imposible postular una política económica creíble, que solucione las cuestiones de fondo que frenan el crecimiento, como los desequilibrios macroeconómicos, el déficit fiscal, o la falta de productividad.
“La política económica no solo tiene que ser coherente en sí misma, sino que también debe ser creíble para que funcione. Dos políticas económicas pueden ser exactamente iguales, pero una funcionar mejor que la otra por tener credibilidad. Si la dirigencia pierde representatividad, prestigio o credibilidad, sus políticas económicas van a ser poco creíbles”, afirmó el economista Remes Lenicov, exministro durante la presidencia de Eduardo Duhalde.
“Además, por este asunto de querer ser excepcionales, no crecemos, no terminamos con la inflación y aumentamos nuestra pobreza. Tenemos que mirar a los países que crecen y tratar de actuar igual que ellos”, continuó Remes Lenicov.
Cada crisis arrastra a miles o millones de personas a la pobreza. Porque la inflación y la falta de crecimiento se traducen en falta de empleo. Por eso, el 89,1% de los sectores medios hace un balance negativo sobre la lucha contra la pobreza desde el restablecimiento de la democracia, según la encuesta de GOP y Trespuntozero.
“Más que resolver estas cuestiones graves, la situación se ha ido deteriorando hasta poder decir con amargura que la única fábrica que funciona es la de hacer pobres. Cada crisis ha agregado 10 puntos de pobreza. Y es una situación crónica. Ya sumamos varias generaciones de pobres”, observó el politólogo Luis Tonelli.
María Matilde Ollier, directora del doctorado en Ciencia Política de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), consideró que “la pobreza perjudica a la democracia desde el punto de vista ético y moral. Una sociedad no puede tener un alto nivel de pobreza, que hace años atrás no tenía. Es un deterioro terrible. A la democracia en sí como procedimiento, con los altos niveles de votación que hay en la Argentina, no parecería perjudicarla”.
La demanda ética
Otro aspecto que las clases medias perciben con descontento es el funcionamiento de las instituciones, la transparencia y la lucha contra la corrupción. El 85,8% juzga negativamente este factor desde 1983 en adelante.
“Hay un descreimiento total en todas las instituciones. En la Justicia, el Poder Legislativo, los sindicatos. Respecto a la Justicia, ha entrado en un descrédito que antes no tenía en la Argentina”, afirmó el consultor político Raúl Timerman, del GOP.
Las frustraciones yuxtapuestas en múltiples niveles hacen que no sea posible vislumbrar un futuro. Mientras tanto, los dirigentes políticos discuten el pasado o el presente. Pero no elaboran planes que miren hacia adelante.
“No hay promesa de futuro. La clase política suele hablar del presente o del pasado. De la herencia que recibieron, o de lo que harían ahora si estuvieran en el poder. Se vive un clima de escepticismo, de tratar de sobrevivir. Tenemos una sociedad desesperanzada en este momento”, continuó Timerman.
El 85,8% de la clase media juzga al funcionamiento de las instituciones y advierte falta de transparencia
Esto se refleja con claridad en el comportamiento electoral de estos sectores. “Tienen hace tiempo una trayectoria electoral que consiste en optar por el menos malo, el menos peor. Votan por la negativa y no por la positiva. Es un voto instrumental, un voto cálculo. No se abrazan a nadie, sino que simplemente eligen para rechazar. La democracia no termina de generar una oferta que enamore o encante a la ciudadanía”, opinó Vilker.
Sin embargo, a pesar del desencanto, la democracia sigue vigente, fuerte y robusta. Las frustraciones se vuelcan sobre la clase política, y no sobre el régimen democrático como un todo. “Hay un desencanto generalizado con casi toda la dirigencia. Lo extraño sería que no lo hubiera. Por el otro lado, las grandes crisis económicas que hemos sufrido fueron procesadas desde 1983 dentro de las instituciones políticas de la democracia, incluso la grave situación del 2001. El sistema procesó al ‘que se vayan todos’ en su interior. La democracia no tiene rivales ideológicos en la Argentina. Es un desencanto con la política”, reflexionó Tonelli.
En una línea similar, Ollier sostuvo que “la clase media puede tener disconformidad con el funcionamiento de los partidos o con las políticas públicas, como la política económica, de educación, o de salud. La pandemia puso en evidencia el fracaso de todas estas políticas en la Argentina. Es lógico que haya una decepción en los sectores medios. Si se han bajado las expectativas en relación a la democracia, no llega a impugnar a la democracia como sistema en sí mismo”.
La participación electoral
Parte de la confianza que aún persiste en la democracia se ve en la participación electoral, siempre superior a un 70%, y en las sucesivas marchas y manifestaciones que los sectores medios protagonizaron en los últimos años.
“La clase media es una clase movilizada y activa, capaz de ganar la calle. Reclama justicia y república, y se mueve dentro de los parámetros de la democracia. Tiene capacidad de dañar y capacidad de respuesta política. Son sectores que impugnan con fuerza el autoritarismo de izquierda y derecha, tienen un deseo de participación muy fuerte y retoman la tradición de movilización de los ’60 y ’70”, continuó Ollier.
Si el descontento es con la política y no con la democracia, ¿cómo se puede reconciliar este desencanto con el fuerte deseo de movilización y participación democrática? Entre las posibilidades, destacan los acuerdos sociales y políticos o el surgimiento de liderazgos fuertes que superen la grieta que hoy atraviesa a la política argentina. Pero, ¿es posible lograr un acuerdo en las condiciones actuales?
“Los acuerdos tienen que ser impulsados por la dirigencia argentina, pero ella no cumple el rol que tiene en otros países, sino que es prácticamente una espectadora con enorme capacidad de lobby y nada más. Ese es el gran vacío que ha existido en la Argentina”, observó Tonelli.
“Para alcanzar un acuerdo, tienen que darse dos condiciones. La primera es dejar de lado el ideologismo y dedicarse a la política, que es el arte de hacer acuerdos, conversar y discutir. El ideologismo pretende que todos piensen de una misma manera, entonces tiende a los extremos. La segunda es la buena voluntad de las partes para lograr un entendimiento”, puntualizó Remes Lenicov.
“El desafío es que surja un liderazgo fuerte con convicciones democráticas y republicanas importantes, que sea institucionalista. Un liderazgo decente, no corrupto. Que no sea sospechado de negociados ni postule a sus familiares como sucesores. Que respete los derechos civiles, no busque perpetuarse en el poder y que tenga un plan económico que ponga a la Argentina en otro lugar dentro del mundo capitalista. Debería ser un liderazgo de mayorías, con una política económica acertada y un rumbo claro”, concluyó Ollier.