Desafíos de un mandato presidencial antisistema
El nuevo presidente asumió con la responsabilidad de un cambio profundo, pero debe evitar las tentaciones del populismo y el exceso de teoría
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Que el ajuste de las cuentas públicas del Estado Nacional es inevitable no es noticia. Que ese ajuste implica recortes en los subsidios al transporte en el AMBA, aumentos de las tarifas de los servicios públicos, combustibles, obras sociales, entre otras duras medidas, tampoco lo era para la gran mayoría de argentinos, incluso antes de los anuncios del ministro Caputo. Este combo de ortodoxia económica estaba, en mayor o menor medida, en los planes de todos los candidatos presidenciales con chances este año. Y Milei en particular lo anunció con bombos y platillos, motosierra en mano y con eufemismos usados a destajo: el ajuste caerá sobre la casta, primero, y ahora sobre el Estado.
Ahora bien, hasta hace no poco tiempo, cualquier idea de ajuste hubiera sido tildada de impopular por la mayoría de los líderes de opinión, sean políticos, periodistas o empresarios. Sin embargo, es evidente que la inflación desbocada, la caída del salario real y el estancamiento económico de años hicieron mella en el bienestar de los argentinos, y especialmente en sus preferencias a la hora de votar.
Milei tiene en sus manos una oportunidad excepcional. Apoyado en un 55,65% de los votos y un aparente cambio de época, tiene frente a sí una ventana de oportunidad para traer racionalidad y madurez al debate público, pero en particular, para hacer reformas que perduren. Como todo gran poder conlleva una gran responsabilidad ―Spider Man dixit―; esa oportunidad es muy fácil de desaprovechar.
Por contradictorio que pueda parecerle, Milei debe comprender que el mandato que recibió de la sociedad no es necesariamente de ajuste, como insistió en su discurso inaugural y repitió el ministro de economía. El pedido detrás del voto a Milei es más terrenal: hacé que las cosas funcionen, Javier.
De allí que la pregunta que el nuevo presidente se debe estar haciendo parece simple, pero lo lleva a una encrucijada: ¿cómo hacer el ajuste? Aunque en campaña prometió recortes a mansalva a la política y la “casta”, la realidad de la toma de decisiones y su impacto en la sociedad no es tan sencilla. La casta como enemigo ya no existe, es parte del gobierno y tiene la lapicera en sus manos. Este dilema se volvió evidente en las medidas anunciadas por Caputo: ¿cuántas de ellas “van contra la casta”?
En este contexto Milei se enfrenta a un problema de liderazgo adaptativo, en las palabras de Ronald Heifetz, profesor de liderazgo de la Universidad de Harvard. Esta visión del liderazgo pone el énfasis en la acción de movilizar a otros para hacer el trabajo necesario que requiere la adaptación de creencias. Lamentablemente para el nuevo presidente y su matriz de pensamiento, el liderazgo que requiere esta situación no es técnico. No hay teorema ni modelo que detalle cómo ajustar, dónde recortar y cómo gestionar a todos los involucrados. En este sentido, hay tres desafíos al mandato antisistema que recibió el presidente.
El primero es comprender que su desafío no es que los números cierren en un Excel. No existe respuesta técnica que indique cómo sanear las cuentas del Estado en 5 puntos porcentuales del PBI. Sería un grave error pensar que en las profundidades de algún paper o planilla presupuestaria encontrará la fórmula mágica a través de la cual sorteará las resistencias y se alzará como gran reformador del Estado. O que, por ejemplo, el fin último de su vínculo con el poder legislativo es presentar cuanto antes decenas de hojas de leyes a derogar.
Por el contrario, la esencia de los problemas adaptativos es que, para resolverlos, hay que entender las creencias, valores y prioridades de cada uno de los actores involucrados. Y a partir de ellas, buscar alternativas que las contemplen y permitan la adaptación de tales creencias. Ser un país que año tras año tiene déficit fiscal es consecuencia de una creencia verosímil y mayoritaria, de una aspiración en términos de bienes y servicios que nuestra economía no puede solventar. Milei tiene la oportunidad de desnudar esa brecha y transformarla.
Lo que nos lleva al segundo desafío, o tentación, que enfrenta el presidente: caer en el chivo expiatorio del populismo. Seguir despotricando que la “casta” tiene la culpa de todos los males que aquejan a los argentinos sólo lo llevaría a lo que el liderazgo adaptativo entiende como work avoidance, una distracción que lo alejará a Milei y su gobierno de enfrentar los problemas esenciales que tienen frente sí.
Como quedó en evidencia en la formación de su gabinete, los acuerdos con políticos experimentados son necesarios si se quiere pasar del grito testimonial a la transformación sostenible. Si la idea de casta era difusa y abstracta en campaña, una vez en el poder se vuelve irrelevante y, aún peor, lo desviará del verdadero trabajo de adaptar creencias.
Por este motivo, para Milei es momento de definir si desea conformarse con ser el frontman de esos cantos populistas y de una nueva grieta en la sociedad o si su verdadero propósito es liderar las transformaciones que cree necesarias para el bienestar de los argentinos. Liderar de manera adaptativa requiere hacer las preguntas correctas a todos los que somos parte de esta crisis. No tratar de dar tantas respuestas que solo funcionan bien en una red social.
Esas transformaciones implican un tercer y último desafío. Las facciones en un conflicto, dice Heifetz, no se resisten al cambio per se, sino a la pérdida que ese cambio conlleva y que consideran injusto, incluso asumiendo buena fe. En mi libro Coordenadas para Antisistemas, que presenté hace pocos días, profundizo los desafíos de liderazgo que plantea la búsqueda de cambios en la política. Un aspecto clave está en el conocimiento de los factores de poder. Entre éstos podemos contar a los actores políticos e instituciones, como los legisladores y el Congreso, gobernadores, sindicatos, movimientos sociales, cámaras de empresarios, medios y la lista de figuras con “poder de veto” sigue. Todos ellos intentarán evitar pérdidas y no involucrarse en el trabajo que implica hacer los cambios. Por eso, la gestión de ambas cuestiones se vuelve crucial.
No se trata, entonces, de un desafío individual sino colectivo. La tarea de Milei como líder tiene que ser brindar un norte, todavía poco claro más allá de aspirar a estar mejor que ahora. A partir de ellas, deberá involucrar a otros actores. ¿Serán todos opositores de cuajo a las reformas? Probablemente no, siempre y cuando se tengan en cuenta sus intereses en la acepción más pura y anticorporativa. Desde ya, intentarán evitar el trabajo o buscarán distraer el foco, pero es por ese motivo que el balance que pueda encontrar el presidente entre sus ideales reformistas ―con su legitimidad popular― y lo objetivamente viable teniendo en cuenta las instituciones y los demás actores ―también legítimos― será la clave de su presidencia. En ello radica también su propósito como líder.
De esta manera, sólo queda seguir atentamente cómo se desarrollan los acontecimientos. La representación hoy en día, como sostengo en Coordenadas, es mucho más instantánea, y el apoyo, fugaz. Los argentinos estarán atentos a cada anuncio, cada medida y cada tuit. El liderazgo presidencial deberá entonces aprender a moverse en el nuevo terreno, no técnico, de las creencias y valores enraizados en un sinnúmero de actores con los que deberá convivir y trabajar. Una gran oportunidad, y varios desafíos individuales y colectivos.
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El autor es legislador de la Ciudad, docente universitario y autor de “Coordenadas para Antisistemas. Renovar la democracia con liderazgos ciudadanos” (Sudamericana)
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