¿De qué milagro argentino habla Joseph Stiglitz?
El premio Nobel de Economía y mentor de Martín Guzmán justificó la política de Alberto Fernández y la dura negociación con el FMI
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No fue magia, pero tampoco es “milagro”, tal como acaba de definir Joseph Stiglitz, el premio Nobel de Economía y mentor del ministro Martín Guzmán, a los resultados de la política económica de Alberto Fernández. Lo hizo en un artículo titulado “Argentina’s Covid miracle”, el “milagro Covid de la Argentina”. En el artículo publicado ayer en Project Syndicate, una organización global que divulga columnas de opinión de todo el mundo, Stiglitz realiza una serie de justificaciones de la política económica oficialista alineada con lo más granado del kirchnerismo.
El optimismo de la evaluación del premio Nobel cae en medio de un verano hecho de puras incertidumbres, con el acuerdo con el FMI que nunca llega marcando el paso del tiempo como el tictac de una bomba antes de explotar; los cortes de luz que destruyen la tranquilidad mental de una Argentina que no para de sumar inquietudes: los argentinos desarrollan nuevas habilidades de una supervivencia de cabotaje y se dedican a planificar compras del supermercado según los cortes de luz que hace temer la ola de calor ominosa para evitar así desperdiciar en heladeras sin frío. La incertidumbre recalienta el verano con la multiplicación de contagios de la cepa ómicron y la avanzada de la impericia de los responsables políticos que siguen pensando la pandemia como en 2020 y empiezan a evaluar cierres que no se justifican; precios que suben; vacaciones pagadas con plata que pocos tienen casi como el último vaso de agua en medio de un desierto que la ciudadanía avizora peor todavía para 2022.
En medio de esta sensación térmica recalentada, el premio Nobel asume convencido el guion oficialista en el que coinciden varias alas del Frente de Todos. La gestión anterior de Mauricio Macri como responsable de la recesión que heredó Fernández. Macri como heredero de una deuda externa “relativamente pequeña” gracias a las reestructuraciones de la presidencia de Cristina Fernández. El gobierno de Cambiemos como gobierno para los ricos, promercados y de derecha versus el gobierno los Fernández como gobierno para los pobres. La evaluación ex post del FMI como un mea culpa y una atribución de culpa a Macri y la fuga de capitales. Y la evaluación final del premio Nobel, en beneficio del Gobierno: “Dado el lío que heredó el presidente Alberto Fernández a fines de 2019, parece haber logrado un milagro económico”, sostiene Stiglitz.
Si en 2015, el concepto clave que eligió el kirchnerismo para sintetizar la gestión de Cristina Kirchner fue “no fue magia”, repetido en varios spots a lo largo de ese año electoral e incluido en discursos de campaña de la entonces presidenta, ahora la palabra que llega es “milagro”, justificada en las adversidades heredadas por el gobierno de Fernández. “Yo les digo a los próximos gobiernos que vengan que van a tener que hacer las cosas mucho mejor porque les vamos a dejar un país mucho mejor que el que nos tocó recibir. No fue magia”, decía Cristina Kirchner por cadena nacional en octubre de 2015, en la inauguración del edificio del Hospital Doctor René Favaloro, en La Matanza. La negación de “magia” hablaba de una pretendida decisión política con franca orientación popular, mientras que “milagro” subraya un logro contra viento y marea y a pesar de una herencia impopular.
Lo cierto es que el hospital que protagonizó el discurso aquel día nunca se puso en marcha y fue finalmente inaugurado recién en agosto de 2021 por el presidente Alberto Fernández. No hubo magia, pero tampoco política pública con resultados reales, como un hospital funcionando, por caso. Hubo, apenas, una narrativa insistente y falaz centrada en una idea: “Estamos universalizando derechos”, decía la presidenta por entonces. “Es maravillosa la vida”, agregaba.
El dato del Hospital Favaloro no es menor: detrás de logros aparentes se encuentran deudas estructurales que crecen y costos ocultos, que se ocultan, y que condicionan. Tanto en la versión “no fue magia” como en la versión “milagro”. Los milagros que Stiglitz le atribuye a la administración de Alberto Fernández son: un crecimiento del PBI del 10%, crecimiento de las exportaciones en valor y volumen, y recuperación del empleo y de la inversión por sobre los niveles de diciembre de 2019, entre otros.
Indicadores de empleo
Los costos ocultos que desdibujan el milagro se apilan. El del crecimiento del empleo es muy interesante por lo paradójico. Entre 2013 y 2021, el empleo aumentó más del 11% a pesar de que el PBI de 2021 fue 5% menor que el de 2013. “La razón es que se crearon (y se crean diariamente) empleos de muy baja calidad que suman al empleo total, pero agregan poco al producto total (eso es lo mismo que decir que son menos productivos en promedio). El nuevo empleo hoy incluye mucho trabajo con bajo capital asociado (cuentapropistas e informales) o de escasa contribución al producto (asalariados públicos)”, explica con mucha precisión el director y economista jefe de FIEL, el economista Juan Luis Bour, en “El persistente deterioro del mercado de trabajo”, un artículo aparecido en la edición de enero de la revista Indicadores de Coyuntura.
Es decir, la complejidad del panorama argentino es tal que generar más empleo no resulta necesariamente un indicador o una consecuencia o una causa de mayor crecimiento. La creación de empleo se ha desacoplado del crecimiento, lo que representa un desafío presente y futuro para la creación de más riqueza y su distribución en políticas de equidad.
El optimismo de Stiglitz, sin embargo, sigue la línea editorial de Alberto Fernández, Martín Guzmán, y Matías Kulfas, el ministro de Desarrollo Productivo, que se esfuerza en señalar los logros productivos del Gobierno a pesar de inflación, dólar y riesgo país en alza, y de las paradojas y complejidades del nivel de empleo. De hecho, para rescatar esos logros, Stiglitz desdobla la realidad argentina en dos: “la economía real” y la economía que valoran “los medios económicos”, riesgo país y la brecha en el tipo de cambio. “Estos problemas son difícilmente sorprendentes”, asegura el premio Nobel, dado el marco de negociación con el FMI. “El próximo gran desafío es alcanzar un acuerdo con el FMI en torno a la deuda de la era Macri”, señala Stiglitz.
En el capitalismo sin plan de los Fernández, la única promesa posible que se enuncia como política económica, tiene que ver con la deuda y sus acuerdos. Fue así durante todo el primer año de la gestión presidencial de Alberto Fernández y buena parte de 2020. En ese año y medio, los fetiches oficialistas que sostuvieron la gobernabilidad fueron dos. Uno, el consenso pandémico, hasta que se terminó. El otro, la expectativa creada en torno al objetivo siempre diferido de acuerdo con los bonistas con deuda en dólares. Pero sabemos: más de un año y medio le llevó a Guzmán alcanzar un acuerdo con los bonistas, postergar plazos, crear certidumbre y construir futuro. Ese día, la economía de los medios financieros que cuestiona Stiglitz lo premió con baja del dólar y del riesgo país y suba de acciones. Pasó solo un día, y el clima empezó a cambiar. Resolver el acuerdo de la deuda, con los privados en 2020 o con el FMI en 2021, corona en un punto estático de certidumbre que en la Argentina dura apenas horas. Al día siguiente, como un auto nuevo que abandona la concesionaria, empieza a perder valor.
La política de los Fernández es efectiva sobre todo destruyendo tiempo, después de invertir meses para crearlo, y construyendo incertidumbre. La Argentina del cuarto kirchnerismo se mueve entre los acuerdos por la deuda como el gran ordenador del futuro que al día después empieza a devaluarse y el espejismo Stiglitz de un milagro argentino.
A este escenario se le suma una nueva indefinición política en el seno de la coalición gobernante que no deja de generar polarizaciones. Acordar o no con el FMI, que ahora vuelve a un punto cero con la negación de un ajuste, que también sostiene Stiglitz, aunque el ajuste se haga de hecho con inflación, y con la idea de atar el acuerdo al crecimiento del PBI, que estuvo al principio de todo, en 2019: “Argentina, para poder estabilizar la deuda, tiene que generar superávits. Un país que no genera recursos no puede hacer frente a sus compromisos. Como dijo Néstor Kirchner: los muertos no pagan las deudas”, decía Martín Guzmán en octubre de 2019, antes de que su nombre sonara como ministeriable.
Crecer y juntar dólares por donde sea versus el kirchnerismo más radical, alineado también con un ambientalismo extremo que asumió la idea de universalizar derechos en sus máximas consecuencias, es decir, llegar también a la soberanía medioambiental y refundar el capitalismo. El kirchnerismo como idea enfrenta problemas. La universalización de derechos se quedó sin financiamiento posible. A partir de ahí, ni siquiera alcanza para el relato.
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