De no creer: qué gran discurso, querido profesor
Qué gran discurso el del Presidente ante el Congreso; digo, qué discurso grande, como que no terminaba nunca. ¡Dos horas! Sé que habla pensando en la historia y no en el rating, pero imagino masas y masas de argentinos refugiándose en Netflix o apagando la televisión, desconectándose del wifi, tirándose abajo de la cama o jurando sobre los Santos Evangelios no cometer nunca más el error de ponerse a tiro de la palabra de Alberto.
Escuchar un mensaje suyo de dos horas está explícitamente desaconsejado por todas las ciencias de la salud; tampoco creo que le haga bien a él, y más teniendo a su lado a una oradora sublime como Cristina (miente como cosaca, pero qué bien lo hace). Déjenme pasar un chivo: los únicos que habrán soportado hasta el final, hasta ese cierre tan emotivo en el que dijo "gracias a todas y a todos", son los que siguieron este mamotreto tribunero y antimacrista desde el chat de periodistas y columnistas de LA NACION, con datos y comentarios sabrosísimos; sabrosísimos y necesarios: escuchar al profesor requiere precisamente de eso, de una suerte de traducción simultánea. Vaya un ejemplo: cuando dice, suelto de cuerpo, "para nosotros la educación es una prioridad", alguien tiene que recordar inmediatamente que en la Argentina de los Fernández primero abrieron los casinos y mucho después los colegios.
Otro ejemplo: "Nuestro compromiso es irrenunciable: empezar por los últimos para después llegar a todos"; claro, como con la vacuna. Uno más: "Debemos hacer que los salarios crezcan y los precios se estabilicen"; ahí está el programa económico que tanto se le reclamaba. El último: "Nuestro gobierno no tiene apuro"; bueno, nosotros un poquito sí.
Alberto podrá aducir, y no le faltará razón, que la autora intelectual del crimen perpetrado hoy a lo largo de esas dos horas fue Cristina; Cristina dirá que le divirtió escuchar párrafos y párrafos que parecían escritos por ella o que fueron escritos para ser aprobadas por ella. No se sumaba al coro de los que aplaudían –tampoco le pidan tanto–, pero se lo pasó asintiendo con la cabeza, e incluso se le escapó alguna sonrisa picarona; creo que hasta sintió ternura al ver a un Alberto tan desalbertado que le terminaba de entregarle su alma y su destino.
Acaso nada refleje mejor el sentido último del discurso, y el tiempo que estamos viviendo, que el tutorial en vivo de la vice al Presi para enseñarle a encender el micrófono. Lo mira y le indica: "Audio, botoncito, tiqui, tiqui, eso". Toda Cristina está contenida en esas palabras. Dijo poco y dijo muchísimo. ¿Leyeron sus labios? "Yo te voy a explicar, Alberto, porque tenés dificultades hasta para prender un micrófono. Mirá, fijate donde dice audio, vas a ver un botoncito, apretalo, sí, dale, hacele tiqui, tiqui al botón, eso, ¡muy bien, muy bien! La próxima vez capaz que lo podés hacer solito". Es una escena en la que estallan la cristinidad y la albertidad; él, que titubea, duda, se deja avanzar, aun para lo más sencillo; ella, maestra y tutora, casi que le agarra el dedo y se lo va llevando; pero no veo docencia ahí, sino cierto aire de supremacía, un claro tono zumbón: "Audio, botoncito, tiqui, tiqui, eso". Todo frente a las cámaras. En cualquier momento relanzo la AAA, la Asociación de Amigos de Alberto, que, contra los fines inconfesables de la tristemente célebre Triple A, fue creada con el fin recontra confesable de ponerlo a salvo de Cristina. Después veremos quién nos pone a salvo de él.
Cristina, amante del lenguaje de los gestos, también nos quiso decir algo al negarse a usar el barbijo a lo largo y a lo ancho de la asamblea legislativa; una pena, con la preciosura de barbijos de Victoria's Secret que debe tener. Creo que fue la única rebelde del recinto (Alberto solo se lo sacó para hablar). No es olvido ni desdén, obviamente. No lo usó porque es Cristina. Soy Cristina, luego hago lo que quiero; soy Cristina, soy la ley; no soy una más, soy Cristina. Ese tutorial fue para todos nosotros.
La ceremonia tuvo, pese a todo (y en ese pesar incluyo, por supuesto, las chicanas a grito pelado de legisladores de la oposición), el lustre de un gran acontecimiento; no era para menos: Alberto estaba inaugurando formalmente la campaña electoral del Gobierno, mucho más divertido que inaugurar el período de sesiones ordinarias del Congreso.
Me dicen que ha empezado un cacerolazo para rechazar el discurso. Please, caceroleen despacio que reuní a mi familia para volver a escucharlo.
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