De no creer: el increíble alegato de Cristina contra el pobre Néstor
A la hora de defenderse, la vicepresidenta tuvo un tremendo lapsus y se convirtió en fiscal de su fallecido esposo; la mala suerte de Alberto, Massa y Rubinstein
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Un primor Cristina en su alegato de esta mañana contra Macri y el macrismo, contra Josecito López, contra los fiscales Luciani y Mola, contra la Justicia universal y, verdadera sorpresa, contra Néstor. ¡Sí, contra Néstor! Estaba tan sacada –más que decir palabras, las atropellaba a grito pelado–, que pagó el bueno de Néstor: le recriminó haber recibido durante años en la quinta de Olivos a Héctor Magnetto, “el dueño de Clarín y de Telefónica”, y le imputó haber arreglado con él, a escondidas, la fusión de Cablevisión y Multicanal, “un negocio más grande que todas las licitaciones de obras públicas”. ¡Mi Dios tutelar!, decía mi abuela cuando algo la escandalizaba. No entiendo cómo Cris le pega así a un pobre señor que ya no puede defenderse; cómo le pega a alguien que, se supone, ella debería defender. Empezó a hablar con el blue a 292 y se despidió de todos y todas, una hora y media después, cuando ya había trepado a 296. El lawfare de los mercados.
A ver, tampoco nos rasguemos las vestiduras: un poco la entiendo a Cristina Fernández, ex de Kirchner. Desde hace meses, lo que venía argumentando en voz baja mucha gente, no precisamente de Juntos por el Cambio, es que ella se estaba comiendo el garrón de Lázaro Báez, un invento de Néstor. Lo decían más o menos así: “El verdadero jefe de eso que llaman asociación ilícita era Néstor, cosa que ella, obviamente, no puede decir”. Claro que no lo podía decir. Bueno, no lo dijo, pero se distrajo y le hirvió el agua de la pava.
Además, ya no quedan dudas: si Cris tuviera que colgarse un ropaje judicial, elegiría el de fiscal, jamás de defensora. Es una cuestión vocacional. La sangre le pide atacar, acusar, andar revolviendo en la podredumbre. Fíjense lo de hoy: es tan fuerte la impronta de la vocación que se acordó de todo menos de defenderse; tremendo lapsus: hizo de fiscal de los dos fiscales, de fiscal de Néstor, cuando lo que le tocaba era, qué sé yo, desmentir al menos unos kilos de las tres toneladas de pruebas.
Entiendo también su odio a Luciani: ella impulsó su designación como fiscal, en 2013, y Gils Carbó, papisa de Justicia Legítima, lo llevó a los tribunales federales de Comodoro Py. ¿Así les paga? Si estás en el banquillo de los acusados, seamos sinceros, Luciani es un tipo detestable: atildado, expone con seriedad, con autoridad, con rigor técnico; fundamenta cada cosa que dice, va siempre con los datos por delante, estudió concienzudamente el expediente, laburó a destajo, tiene un buen equipo… Un demonio, realmente. Al verse víctima de los infiernos, Cris apuesta a prender más fuego. “Perdida por perdida, no me voy a quemar yo sola”. A los que todavía dudan de la suerte de esta causa les recomiendo que escuchen o lean con detenimiento el crudo alegato fiscal; el alegato de hoy de Cristina: se entregó.
“¡Corrupción o justicia!”, clamó Luciani. Cris se tachó la doble.
Que de defenderla se ocupe Beraldi. Es un gran litigante, le pagan bien –no olvidemos que su clienta cobra una buena jubilación– y tiene las agallas que se necesitan para explicar cómo hizo Báez, aquel bancario que vivía en un sencillo chalecito, para comprarse, mientras fue el constructor fetiche de los Kirchner, 1400 inmuebles: departamentos, casas, quintas, chacras, estancias y todo lo que tuviera un cartel de venta. ¿Testaferro? No, testarudo: creía que nadie se iba a dar cuenta. Eso fue cierto cuando acumulaba la superficie equivalente a 15 ciudades de Buenos Aires. ¿Quién que tenga un buen pasar no puede regalarse esas extensiones? Cuando llegó a 20 saltaron las alarmas. De los autos y los dólares no es responsable porque nunca tuvo tiempo de contarlos.
Hay gente con fortuna, como los Kirchner, y gente afortunada, como Báez, que se asoció con ellos. Y hay gente con la suerte cambiada. Menciono tres: Alberto, Massita y Tuitero Rubinstein, el nuevo viceministro de Economía. Han dicho las peores cosas de la integridad de Cristina, las más ácidas, las más graves, esas cosas de las que no se puede volver, y el destino, que a veces resulta ser muy cruel, los pone ahora, justo ahora, justo cuando está cerca de ser condenada en el peor caso de corrupción de la historia argentina, en la vereda de los que tienen que absolverla; absolverla públicamente, poniendo su palabra y su firma para la causa de su redención. Tuitero incluso tuvo que disculparse. No es un caso de indignidad: es mucha mala suerte.
Un primor el encendido alegato de Cris, y un amorcete su dancing y sus saltitos en el balcón del Senado. Si estaba tan feliz, no me explico los gritos de cinco minutos antes.
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