De la guerrilla al mundo empresarial
Su vida, llena de contradicciones, fue un símbolo del país de las últimas tres décadas
Rodolfo Gabriel Galimberti murió ayer a causa de una insuficiencia cardíaca, tras diez horas de operación en la clínica San Lucas de San Isidro, donde había ingresado anteayer tras la ruptura de su aorta abdominal.
Galimberti, más conocido como Galimba o El Loco, personificó muchos de los males que aquejaron a la Argentina de las últimas tres décadas: el fin de las utopías, la celebración de la violencia, la apología de la tortura, la incoherencia, el arribismo, los pactos espurios, la cultura light, la sed de poder, el egocentrismo, la ausencia total de autocrítica.
A fuerza de gestos polémicos, como invitar a su boda al torturador de sus ex compañeros, el marino Jorge Rádice, o sádicos, como asociarse con su ex prisionero, el empresario Jorge Born, Galimberti escribió su propia leyenda negra.
Sus mutaciones fueron muchas y muy notables: de guerrillero antiimperialista a lamebotas de los Estados Unidos; de representante de la juventud peronista a estafador de un hogar para niños pobres; de delegado de Perón a jefe de seguridad del Grupo Exxel; de montonero rebelde a motoquero cheto de Palermo Chico.
Galimberti nació en un hogar de clase media venida a menos y se crió en la localidad de San Antonio de Padua, en el conurbano bonaerense. Cuando era chico, su padre, Ernesto, le enseñó a disparar armas de fuego.
Arrancó su actividad política a los 16 años en el grupo nacionalista Tacuara, donde aprendió a tirar sus primeras bombas molotov en los albores de la década del 60.
En 1967 formó su propia agrupación, Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional (JAEN). En esos tiempos admiraba a Rosas, Perón y el Che Guevara.
Después del secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, en 1969, Galimberti se acercó a la agrupación Montoneros.
Con una carta de esa formación guerrillera partió a Madrid para encontrarse con Juan Domingo Perón en el exilio de Puerta de Hierro. En 1971 Perón lo nombró delegado de la juventud peronista.
Perón le restó su apoyo en 1973, cuando Galimberti propuso la creación de "formaciones especiales" para defender al gobierno constitucional de Héctor Cámpora. Así, el viejo general empezó a despegarse de la "juventud maravillosa" que tanto había alentado desde el exilio.
El que ponía la cara
Después de la ruptura entre Perón y Montoneros, Galimberti se convirtió en el "jetón" de la organización. Cuando hacía falta ponía la cara y daba encendidos discursos en la cancha de Atlanta con el pelo engominado y la camperita de cuero negro.
Los jefes montoneros desconfiaban de él, pero la tropa lo adoraba: era muy inteligente, había seducido nada menos que a Perón, era rebelde y desfachatado y le encantaba la acción.
Cuando Montoneros pasó a la clandestinidad, en 1974, los comandantes lo destinaron a la columna Norte, donde se hizo fama de valiente y de lúcido crítico de la cúpula guerrillera. Tuvo un papel marginal en el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, por el cual el grupo guerrillero recaudó 60 millones de dólares
Partió al exilio en 1976. Primero a la ciudad de México y después a París. Compartió ese exilio con su segunda esposa, Julieta Bullrich, que se mató en un accidente automovilístico en 1983, y con su cuñada, Patricia, que más tarde fue ministra de Trabajo de Fernando de la Rúa.
Se fue de Montoneros en 1979 junto al poeta Juan Gelman y un grupito de seguidores, cuando se dio cuenta del fracaso inminente de la contraofensiva que él había apoyado.
Galimberti le contó a sus biógrafos, los periodistas Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, que antes de volver a la Argentina tuvo grandes aventuras en Argelia, El Líbano y Nicaragua, que fue herido en combate y que conoció a Yasser Arafat. Pero cuando el periodista Germán Sopeña dio con él en París, le dijo que trabajaba de taxista.
Tras recibir el indulto de Carlos Menem regresó a la Argentina en 1989. Intentó reflotar "la gloriosa jotapé" para apoyar el proyecto neoliberal de Menem.
Prisionero de sus propias contradicciones, terminó abandonado hasta por sus más fieles seguidores. Entonces se entregó de lleno al mundo de los negocios, en el que mostró la misma falta de escrúpulos que lo había alejado de la militancia.
Primero se asoció con Jorge Born en calidad de "consultor" para intentar recuperar el rescate de su secuestro. Después formó una sociedad con su ex prisionero y un tal Jorge Rodríguez, que sedujo a la diva televisiva de los teléfonos, Susana Giménez.
Born, Galimberti y Rodríguez terminaron procesados por estafar al hogar Felices los Niños, del padre Julio Grassi. El juicio está pendiente.
Hombre de negocios
Los negocios de Galimberti no se limitaron a la empresa capitalizada por su ex prisionero. También incluía la comercialización de servicios de espionaje, seguridad e inteligencia.
Llegó a la Argentina como representante de varias empresas francesas del rubro. Presumiblemente consiguió esos contactos actuando como doble agente de sus viejos amigos en Argelia y el Líbano.
Después fueron los franceses quienes se sintieron traicionados cuando Galimberti se alineó con la CIA norteamericana, rival de aquellos.
Así llegó al puesto de jefe de seguridad del Exxel Group, un fondo de inversión especulativo acusado de subversión económica por la Oficina Anticorrupción.
De su vida social vale la pena rescatar el espectáculo que ofreció en su tercer casamiento con la aristócrata Dolores Leal Lobo, en Punta del Este, el 11 de enero de 1991.
En una residencia muy "chic" de Los Acantilados, hizo una fiesta a la que asistieron el torturador de Marina Jorge Rádice, el fiscal perseguidor de Montoneros, Juan Martín Romero Victorica; peronistas históricos como Jorge Antonio, personajes de la farándula, periodistas y agentes de la SIDE.
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