Cuando la autoridad ningunea el acuerdo social, nadie cree en nada
Toda muerte violenta conmociona porque nos amenaza con su repetición como venganza o como entusiasmo criminal. Algunas comunidades han aceptado una forma de detener esa amenaza. El mecanismo es la aceptación colectiva de que el Estado asuma el monopolio de la fuerza pública para defender los derechos de todos. Esa entrega de poder se hace a través de un mecanismo muy simple: las palabras. Una persona se convierte en "casada" sólo después de que alguien dice "los declaro casados". Esas declaraciones hacen lo que dicen y dicen lo que hacen (no hay otra forma de condenar que diciendo "condeno" ni de prometer que diciendo "prometo") y se llaman "oraciones operativas" o "performativas".
Estos hechos sociales dependen para nacer y subsistir del acuerdo colectivo en que en determinadas circunstancias una persona o grupo de personas puede crearlos y que una vez creados cumplen la función para la que nacieron. Los complejos procesos por los cuales un Estado crea moneda dependen de que todos acepten que un trozo de papel tenga valor para adquirir bienes y de que durante el tiempo mantenga esa capacidad. Si no es aceptado como moneda, el papel es sólo papel.
De la misma forma que para tener policía un Estado necesita que la gente acepte las órdenes de personas que fueron nombradas policía.
La autoridad política depende de performativos exitosos. Depende de un acuerdo de que una persona o un grupo de personas puede ejercer poder para administrar conflictos y de que sus decisiones deben ser obedecidas. Para constituir autoridad legítima, con capacidad para ser obedecida más o menos generalmente y más o menos permanentemente, la democracia constitucional acuñó el concepto de Estado de Derecho: los ciudadanos no prestamos obediencia de cualquier forma, sino sólo en la medida en que nos convenzan. Y sólo nos convencen con argumentos destinados a nosotros, y si se quiere legitimidad para ser obedecido, a la mayor cantidad de nosotros. Por eso no funcionan los argumentos de autoridad, ni el obedézcanme "porque a mí me conviene". El esfuerzo debe estar dirigido a incluir los intereses, deseos y valores de los otros para lograr el mayor acuerdo para que el performativo que me constituyó en autoridad sea y siga siendo exitoso.
La muerte del fiscal Nisman evidenció la falta de acuerdos sociales que complica crear instituciones sociales en nuestro país. Nadie cree nada: ni en la definición del hecho que da nadie, ni en los procesos para determinar lo que fue, ni en las instituciones encargadas de implementar esos procesos.
Las autoridades legítimas ningunean el esfuerzo que conlleva ganarse el acuerdo colectivo que esa creación supone, el esfuerzo de convencer a los otros, de hablarle al que necesariamente va a perder, de incluir al que ocasionalmente resulte excluido. Los procesos son despreciados a favor de los resultados, y el resultado no puede ser sino la desobediencia, o el fracaso de construir performativos exitosos.
Todo juez sabe que el ideal de una sentencia es que pueda convencer al que perdió de que la decisión fue imparcial, de que su voz fue escuchada, sus argumentos comprendidos y de que ciertos argumentos que le son comprensibles inclinaron la balanza en su contra. Solo así quien pierde en un juicio volverá a su casa dejando de lado el recurso a la violencia o el resentimiento.
De ese esfuerzo por convencer a otros depende la construcción de su autoridad, de la que depende en definitiva la vida de todos. Sin él no hay acuerdos, ni obediencia ni Estado.
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