Cuadernos: a un año del inicio de la causa que tiene a todos enojados
Los empresarios, la Justicia, los políticos y hasta el propio Gobierno se muestran incómodos con la investigación más importante sobre corrupción; la elevación a juicio es el paso pendiente
La causa de los cuadernos de las coimas provoca un enojo como pocas cosas en la Argentina. Nadie se siente cómodo con miles de fojas que interpelan la vida pública, las campañas, los autos de lujo de los políticos, las casas que no se pueden explicar, la vida licenciosa de los hijos del poder, las obras que no se hicieron y los ceros que sumaron algunos empresarios en sus cuentas bancarias. Irritados, molestos; unos, con la cobardía a flor de piel, y otros, con el abrazo impensado del extorsionado a su extorsionador.
Los primeros enojados con la causa están en el kirchnerismo. La defensa de su jefa los colocó en la misma orilla en la que se pararon los empresarios que confesaron haber pagado retornos. A ellos, básicamente. Durante años, sus voceros vapulearon a gran parte de los hombres de negocios. En la identidad del movimiento, y de La Cámpora en particular, se estampó el desprecio a la empresa privada.
La defensa implica un enorme sacrificio para las espadas del movimiento. Sus argumentos necesitan, además, arrojarles una soga a Julio De Vido, Roberto Baratta, José María Olazagasti y hasta al propio Juan Manuel Abal Medina, entre muchos, todos tachados de la lista de pertenencia por los puristas del espacio. Pero el combo no admite elección.
Enojados, van por la falsedad de todo. Por las fotocopias, por las operaciones, por las mentiras bajo juramento. Conocen la verdad mejor que nadie, pero deben negarla, y eso irrita. "Muchas de las defensas cuestionaron el valor de estos cuadernos como evidencia en el proceso, fundamentalmente porque no pudieron ser secuestrados. De ahí que se los invoque como las fotocopias o las imágenes en un curioso intento de desprestigio, cuando tal apelativo no deja de reconocer correspondencia con un original del cual es derivación", dijo la Cámara de Apelaciones en uno de los primeros fallos de la causa. Ya no hay estrategia de defensa jurídica, avanza el plan salvación. Es tan simple como despiadado: ganar las elecciones y desarticular las acusaciones.
Pero hay más enojados. El resto del peronismo también está molesto, sea federal, alternativo, racional o el apellido que se coloque para el operativo piel de cordero 2019. No es para menos, no pueden hablar con demasiada soltura de esos sistemas; la mayoría de ellos son hijos de aquellas prácticas.
Varios empresarios ya fueron contactados por emisarios de estos peronismos. Les ofrecen la tierra prometida judicial y hasta sugieren un indulto. Música para los oídos de contratistas. En público lo niegan, pero quienes hablan en nombre de varios candidatos recitan ese credo. Los gobernadores no pueden alzar su voz. En las provincias, ninguna de esas prácticas fue erradicada. Los contratistas, sean de obra pública, bienes, servicios o concesiones, mantienen a la política y a sus protagonistas. Muchos miraban espantados cuando la causa amenazó con cruzar la General Paz con indagatorias a empresarios locales. Tranquilos, esas olas no llegarán.
Pero claro, más allá de sentirse inexpugnables, no pueden levantar demasiado la voz y poner el tema sobre la mesa. Como quien dice "le entran de refilón" y con la capa roja de torero a mano, cosa de esquivar definiciones.
El Gobierno también está enojado, por varias razones. Una de ellas es económica. El presidente Mauricio Macri habló de la causa en el mensaje de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. Junto a la salida de capitales de mercados emergentes y la sequía, la causa de los cuadernos se convirtió, en palabras del mandatario, en una de las razones del shock que atravesó la economía.
Se esfumaron miles de millones de dólares que estaban a punto de llegar para obras viales en el marco de las PPP y el proceso de obra pública encontró otro escollo en el financiamiento privado, una tangente por la que se optó ante la falta de presupuesto público.
Pero no es el único enojo. Institucionalmente, Cambiemos no logró conducir un proceso que puso sobre la mesa la podredumbre de la relación entre el Estado y sus proveedores. No pudo hacer que alguien pague el costo político de frenar leyes como la de extinción de dominio -aún se mantiene vigente con un decreto- o una nueva normativa sobre financiamiento de las campañas electorales, que buscó revivir esta semana. Es verdad que no jugó fuerte a las presiones y extorsiones en Comodoro Py, pero este tipo de procesos necesitan dirección para que los efectos no sean solo penales.
Macri se cansa de decir a quienes lo escuchan que debe aparecer la plata. El dinero está en miles de propiedades, sociedades y en la riqueza de los protagonistas. Si se hiciese una simplificación, en la estafa de la corrupción el estafado es el Estado, representante último de los ciudadanos. El Gobierno actual es gestor de aquellos intereses. Jamás se avanzó en la posibilidad de resarcir al fisco con las correrías de funcionarios y empresarios. Imposible pensar en un debate sobre qué es preferible, si la cárcel o la indemnización por los daños. O las dos cosas. La Argentina tiene problemas con la verdad.
Como si este combo para el Gobierno fuera poco, el Presidente habló por primera vez de Franco después de fallecido y dijo que "era parte de un sistema en el que se vio extorsionado por el kirchnerismo". Con primo (Ángelo Calcaterra) y padre tocados, el mandatario no encontró un lugar cómodo frente a la causa más importante de corrupción de la historia. Más aún cuando le valió el enojo de muchos empresarios que, golpeados por la crisis, le reprochaban que hace pocos años se hacían millonarios con el solo hecho de pertenecer al club. "Hoy no ganamos un mango, estamos procesados o sospechados y, encima, no podemos aparecer en público", se sinceró uno de los arrepentidos mientras añoraba las épocas de manos rojas de aplaudir en la Casa Rosada.
Los empresarios son, quizá, los más enojados. Los encuadernados, como llaman sus colegas a los que están dentro de la causa, y los que la miran de afuera. Los que hicieron negocios con el Estado, que confesaron por miedo a la Justicia, ya no le tienen tanto temor. Finalmente, no se mueven por la verdad, sino más bien por conveniencia.
Alguna vez le tuvieron miedo a Cristina Kirchner y callaron, con una sumisión tan profunda que hasta aceptaron suprimir de su vocabulario la palabra "inflación". Pero el kirchnerismo perdió las elecciones y ese miedo se trasladó a los funcionarios judiciales que encarnaron la causa de los cuadernos. Entonces confesaron, mansos y asesorados por los abogados más caros del país.
El miedo mutó y ahora los tribunales ya no lo detentan. Los seduce y envalentona la promesa del regreso del kirchnerismo o de algunos peronistas. Ahora se enojan con ellos mismos, y con sus abogados defensores. Se arrepienten de haberse inculpado. Ahora negarían todo. Irían por la receta que siempre aplicó el poder: mantener el silencio sobre sus fechorías y así, dejar que los negocios fluyan.
Están los otros empresarios, los verdaderos, los que hacen negocios a pesar del Estado y no con el Estado. Sienten que no tienen punto de contacto con aquellos, pero no se atreven a tener una voz única, que los represente. Condenan en privado pero ahí quedan, paralizados por la falta de gimnasia en eso de la voz alta. Durante años calcularon el costo de hablar y permanecieron callados; ahora pagan el costo del silencio.
Hay algún enojo más, el de la opinión pública. En las crónicas judiciales conviven los 23 años de falta de condena firme a Carlos Menem, los fueros, los espías, las operaciones, la puerta giratoria y los bailes del exjuez Norberto Oyarbide. Demasiado como para entender que la causa de los cuadernos lleva poco más de un año, que puso sobre la mesa la estructura corrupta que inundó el país, que ya tiene al menos 205 pagos de sobornos probados y que a poco está la elevación a juicio para saber si habrá culpables e inocentes.
La Justicia también está enojada. Presume que posiblemente jamás tenga semejante cantidad de pruebas sobre la mesa para condenar la corrupción. Sabe que ya no podrá mirar a los ojos a la sociedad si no hay un fallo ejemplar en esta causa. Pero, en algún punto, también es víctima de sus pecados.
Hace un año resonaron las palabras del fiscal Carlos Stornelli. El 10 de abril de 2018, cuando este cronista se sentaba a hacer la denuncia, dijo: "Si vas contra el poder tenés que saber una cosa. Al principio te van a palmear la espalda. En seis meses estás solo, se fueron todos y quedamos pocos". Habló de soledades; bien podría haberlo hecho de enojos.
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