Cristina, Massa y Máximo, un eje de poder que se proyecta sobre el futuro del Gobierno
En el oficialismo se extiende la certeza de que el Gobierno deberá atravesar un recambio de figuras luego del acuerdo con los acreedores por la deuda. Un cambio de piel para enfrentar las consecuencias del deterioro arrasador de la economía, una reacción de supervivencia política frente a la falta de reacción que se descubre en las áreas más débiles de la administración.
El pronóstico de una renovación inevitable aparece en los diagnósticos, más o menos reservados, que comparten referentes de la coalición gobernante con ejecutivos y sindicalistas.
Desde ámbitos empresarios, los tanteos para adivinar el siempre renuente futuro de la Argentina apuntan al eje que se solidificó en el interior de la coalición, entre Cristina Kirchner, Sergio Massa y Máximo Kirchner. Fueron sus exponentes, con la ausencia inevitable de la vicepresidenta y la presencia del ministro Wado de Pedro, quienes compartieron el concilio celebrado en la casona del banquero Jorge Brito en San Isidro. Buena parte de la charla, con Marcos Bulgheroni (Pan American Energy), Marcelo Mindlin (Pampa Energía), Miguel Acevedo (presidente UIA), el constructor Hugo Dragonetti y Jorge Brito hijo entre los comensales, apuntó a la inquietud por las demoras en la negociación con los acreedores. Los empresarios se preguntaban si la negativa del fondo BlackRock esconde en realidad una bolilla negra del propio Donald Trump, si detrás del precio de los bonos se oculta una decisión política por cobrarle caro al kirchnerismo su giro en la región, su tibieza hacia Nicolás Maduro. Los políticos presentes intentaron alejar espectros. "Quieren lo mismo que ustedes, están discutiendo la ganancia marginal de una operación financiera; no me jodan con la política", fue la réplica estentórea de uno de los comensales.
Pero los nexos vigorosos de BlackRock con el Tesoro de los Estados Unidos y la Reserva Federal fundamentan las dudas. Hubo también alguna estocada cáustica, como recordarle a un empresario gestiones en Estados Unidos por los expedientes que enfrentaba en la Securities Exchange Commission (SEC). ). Una referencia poco caballerosa para pedirle confianza en los actuales negociadores.
No hay dudas sobre la debacle que atraviesa la Argentina en términos de actividad económica. Pero el interrogante es sobre la capacidad de respuesta de la actual administración, con ministros temerosos de dar pasos que enojen a Cristina Kirchner o con niveles de ejecución de sus presupuestos que son semáforos de ineficiencia. Mario Ishii, intendente de José C. Paz, pronosticó en Perfil que en agosto el conurbano va a estar "como en el 2001". Más académica, la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca, anticipó que la pobreza, el desempleo y la destrucción de empresas "van a empeorar". Antes había sido Malena Galmarini en LA NACION la autora de una predicción igualmente oscura. No es la oposición, el propio oficialismo prenuncia cataclismos.
De ahí que el acuerdo con los bonistas aparezca como el punto de inflexión para quienes ansían un relanzamiento: Definir los números para medir la profundidad del pozo y calcular el esfuerzo del salto. En el eje de decisión que se tejió entre Cristina Kirchner, La Cámpora y Massa se asienta la convicción de que el tiempo del primer experimento político de la coalición se terminó, de que se abre el plazo de impulsar "la remontada", como definen el futuro en términos deportivos. Para unos es la única garantía para preservar su proyección política. Para Cristina Kirchner, la recuperación tiene otro imperativo: es también su salvaguardia judicial.
Este eje político ambiciona crear un puente entre un sector del establishment y el núcleo duro del kirchnerismo representado por La Cámpora, una suerte de búsqueda de garantías mutuas. El operativo explica, por caso, desde la aparición de Wado de Pedro en un Zoom del Council of Americas hasta diálogos con sindicalistas en el tercer piso de la Cámara de Diputados: es la necesidad de un acuerdo ante la lenta desaparición del velo de la cuarentena, de la evaporación de los niveles de aceptación que logró el Gobierno en los inicios de la pandemia.
Desde el mismo núcleo surgieron las gestiones frenéticas cuando parecía que la negociación por la deuda se derrumbaba, cuando aparecieron los pedidos al magnate mexicano David Martínez, de Fintech, para que intervenga, o las conversaciones con Hans Humes, del fondo Greylock, o Richard Deitz, de Capital Group. No hay nostalgia bolivariana en aquellas charlas. Solo pragmatismo.
La alegoría automovilística
La pregunta, si se concreta la previsión, es qué nivel de coincidencia expresa Alberto Fernández. La respuesta tiene forma de alegoría automovilística. "Estamos en un viaje a Mar del Plata y cuando llegamos a Dolores el conductor le propone al acompañante que maneje, porque está cansando. Cambian de asiento. Pero apenas arrancan la persona que se convirtió ahora en acompañante le dice a nuevo conductor cómo tiene que manejar, cuándo cambiar de velocidades, cómo pasar a un camión, le advierte que no puede tomar mate y hasta le elige qué música escuchar. Se vuelve imposible: frenan, lo insulta y le devuelve el auto. Conclusión: Se puede ayudar, pero el conductor tiene que estar de acuerdo", compara otro invitado al cónclave de San Isidro.
Los tiempos se acortan, más allá del acierto o error de la profecía de Ishii sobre agosto. Pero aquello que aparece como inevitable para un sector de la coalición deberá luego encarnar en un gabinete, en la práctica diaria de la gestión. Y la respuesta del liderazgo, que en la particularidad del presente político aparece compartido entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández, cubre de dudas el futuro de la travesía. Como en la alegoría, un tironeo del volante complica cualquier viaje, incluso un simple paseo a Mar del Plata.
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