Cristina Kirchner y un golpe blanco, no deliberado
Alguien que no gobierna bien se puede transformar en ilegítimo; fue el argumento recurrente de los militares para justificar el desplazamiento de líderes surgidos de elecciones inobjetables
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Las declaraciones de Cristina Kirchner y del ministro de Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires, Andrés “Cuervo” Larroque, agravaron el enfrentamiento interno que agita al oficialismo. De cuestionar la orientación económica del Gobierno, personificada en Martín Guzmán, pasaron a poner en duda la legitimidad del Presidente.
La vicepresidenta recordó a través de las redes sociales una conversación que mantuvo cuando su esposo llegó al poder. Esa caprichosa evocación le permitió consignar que la legitimidad puede fundarse en el origen del poder, es decir, en los votos, o en el ejercicio adecuado del poder, es decir, en la buena administración. Alguien que no gobierna bien, se puede transformar en ilegítimo. Fue el argumento recurrente de los militares para justificar el desplazamiento de líderes surgidos de elecciones inobjetables. Y es la doctrina en la que se basa la posibilidad del juicio político.
Esas reflexiones, al parecer extemporáneas, de la señora de Kirchner, se divulgaron en un contexto muy preciso. El de las definiciones que había formulado horas antes el ministro bonaerense. En una organización como La Cámpora, en la que el reparto de roles es inflexible, a Larroque le tocó ser el “policía malo”. Contrasta con Eduardo “Wado” de Pedro, que tiene como misión relativizar los conflictos. Como Larroque ya es “cuervo”, evitan la vulgaridad de hablar de halcones y palomas. Muchas gracias.
Larroque desarrolló con bastante rigurosidad una larga descripción del entredicho interno. Reveló que Alberto Fernández había escuchado en muchas ocasiones las críticas que inspiraba su gestión. Y que, como nunca había respondido, fue necesario publicar esas diferencias. Una narración bastante parecida a la que divulgó Cristina Kirchner en aquella carta en la que contó que había tenido, a instancias de ella misma, 19 reuniones con el Presidente, de las que nunca sacó nada. Pero Larroque avanzó un paso más: dijo que esto ya no iba a cambiar. Después formuló una advertencia: Fernández no se puede llevar el gobierno “a la mesa de luz”, porque no le pertenece. “Nos pertenece a nosotros”, señaló, sin definir el alcance de ese “nosotros”. Lo que se desprende de este planteo es bastante obvio. Larroque pidió al Presidente que renuncie.
El ministro de Axel Kicillof y secretario general de La Cámpora no se detuvo allí. Lanzó también una acusación política y moral. Dijo que Alberto Fernández “fuerza la ruptura con operaciones de desgaste sobre Cristina”. Antes el imputado era Juan Pablo Biondi, el vocero exonerado. Ahora es el Presidente. Perdón Biondi. Lo importante: ¿cómo se regresa de esas palabras? La batalla ingresó en otro terreno, que dejó muy atrás las inofensivas peleas por las negociaciones financieras de Guzmán.
La irritación en el entorno de la vicepresidenta y su hijo Máximo se habría originado en varios episodios. Uno fue la presencia de Alberto Fernández en una reunión sobre vivienda, en el Centro Cultural Kirchner, y en la que Luis D’Elía fue uno de los oradores. D’Elía es uno de los defensores más agresivos de Fernández y su gestión. Desata una especial irritación en el kirchnerismo duro porque suele personalizar sus objeciones. A fines de marzo había dicho que “así como Ricardo Alfonsín no tiene la densidad ni la estatura política de Raúl Alfonsín, Máximo tampoco tiene la densidad y estatura de Néstor”. En aquella ocasión afirmó que “el kirchnerismo no es una propiedad inmueble de la familia Kirchner”. Vincular “Kirchner” con “inmueble” es una maldad sofisticada. Sobre todo cuando va acompañada de un veredicto capcioso: “A Alberto nunca lo acusaron de corrupto”. El lunes pasado, D’Elía agregó que “el discurso desesperanzador de Máximo Kirchner tiene que ver con sus aspiraciones electorales para 2023, pero es funcional a la derecha macrista”. Ayer volvió a tomar la palabra para acusar a los Kirchner de “golpistas”, y para plantear que “el kirchnerismo somos nosotros”. De nuevo un “nosotros” impreciso. Problemas de escrituración, rutinarios para alguien que lidera una Federación de Tierra y Vivienda.
Hay otros motivos de discordia. Por ejemplo, las correrías de Alberto Fernández por el conurbano bonaerense, sin dar participación a las autoridades del PJ, cuyo presidente es el diputado Kirchner. Una de ellas, de la mano del ministro Gabriel Katopodis, congregó hace veinte días a varios intendentes de la primera sección electoral. Llegó a oídos de la vicepresidenta que, en ese encuentro, Fernández se había referido a ella de manera casi irrespetuosa. Un agravio más: la divulgación, desde las entrañas del gabinete, de los sueldos que cobrarían varios directivos de la Anses auspiciados por La Cámpora.
La esgrima de estos dos sectores ha establecido algunos roles fijos. Además de D’Elía, los encargados de decir lo que el Presidente calla, sus “cuervos”, son Agustín Rossi y Aníbal Fernández. Hay un detalle ostensible: para la audiencia oficialista, los tres tienen títulos inobjetables de identificación con Néstor Kirchner. Aníbal Fernández intervino anteayer para denunciar las críticas como una desestabilización. Habló de que el otro bando podría tener objetivos “inconfesables”. El ministro de Seguridad debe experimentar un extraño déjà vu: Néstor también lo utilizaba para hostigar a sus patrones anteriores, los Duhalde. Una forma de poner la identidad al servicio de la traición. En cualquier momento el logorreico Aníbal descubrirá que su homónimo Alberto “es el mejor cuadro político de los últimos 50 años”.
Los militantes de La Cámpora también están distanciados de Aníbal Fernández. Se advirtió apenas él regresó, a instancias de Cristina Kirchner, al Ministerio de Seguridad. Valentina Novick, una santafesina con gran sentido del humor, integrante de esa agrupación, que se desempeñaba como subsecretaria de Investigación Criminal, dejó el cargo de inmediato. Las diferencias con el nuevo ministro quedaron claras en la entrevista que le hizo a Novick la revista Crisis a comienzos de abril.
La señora de Kirchner y Larroque desarrollaron las justificaciones para un reemplazo de Fernández. Es decir: dieron a entender que el proyecto “Cristina 2023″, que anunció Carlos Bianco, el sacrificado amigo de Axel Kicillof, se podría adelantar un año. Sin embargo, ese golpe blanco, no sería deliberado. Se trataría de un golpe preterintencional. Es el adjetivo con que el derecho penal se refiere a acciones que tienen consecuencias mucho más graves que las que previó quien las emprendía. Por ejemplo, el homicidio de un transeúnte por parte de alguien que corre por una avenida a 200 kilómetros por hora, cruzando los semáforos en rojo, pero que alega, abriendo las manos: “Pero yo no lo quería matar...”
Cuando se refieren a lo que esperan de Fernández, al lado de la vicepresidenta explican lo siguiente: “Nosotros no lo queremos voltear. Sería una locura. Queremos que su sistema de decisiones sea más abierto. Le dimos una pista cuando reorganizamos el Frente de Todos bonaerense. Él podría hacer lo mismo en el nivel nacional, ya que es el titular del PJ. Se lo pidieron los intendentes. Pero no reacciona”. En la Casa Rosada traducen esa expectativa en el sueño de establecer un intolerable gobierno colegiado.
Cristina y Máximo Kirchner cuentan para sus exigencias con la resignada complicidad de Sergio Massa. No porque Massa esté de acuerdo con el conflicto. Pero, al ser una figura del conurbano bonaerense, castigado por un gran deterioro electoral, está atado a la suerte de la vicepresidenta y de su hijo. Massa se va convirtiendo, de a poco, en una especie de garante de los vicios del opaco aparato bonaerense. Ayer debió aceptar, contra su voluntad, que se trate la reforma que promueve la boleta única, un método que termina con deformaciones ancestrales de la vida electoral. Por ejemplo: el pago a legiones de fiscales; el “acarreo” de los votantes que reciben las papeletas en sus casas; la presentación de listas de candidatos que no aspiran a competir sino sólo a cobrar, arreglados con algún imprentero sabandija, un cheque destinado a la confección de las boletas; o la existencia de microempresas especializadas en robar papeletas en el cuarto oscuro.
Pecata minuta. Mucho peor es la asociación de Massa con presuntas tramas delictivas más complejas. Se verificó ayer en La Plata. Allí, un jury de enjuiciamiento desplazó al fiscal Claudio Scapolan, que habría prestado servicios invalorables a la familia del presidente de la Cámara de Diputados. Scapolán está acusado, por infinidad de pruebas, de liderar una banda de narcotraficantes y policías en la zona norte. El jurado decidió su suspensión preventiva por nueve votos contra dos. Los dos protectores de Scapolan fueron Sofía Vannelli, senadora bonaerense del Frente Renovador (sic), y el diputado radical Walter Carusso, militante de San Martín y mano derecha del intendente de San Isidro, Gustavo Posse. Carusso, protector de Scapolan, es, por impulso de sus correligionarios radicales, miembro del Consejo de la Magistratura bonaerense.
El caso Scapolan es un síntoma de la bajísima calidad institucional de la provincia. Cuando hubo que designar al presidente del Jury se excusaron, uno tras otro, todos los ministros de la Corte y todos los jueces de la Cámara de Casación. En el orden federal, la jueza que seguía su caso, Sandra Arroyo Salgado, fue desplazada. En su lugar está ahora Emiliano Canicoba Corral. Es hijo del impresentable Rodolfo Canicoba Corral. Pero hay que observar su comportamiento antes de concluir que de tal palo tal astilla. Una curiosidad: entre los dirigentes que hicieron gestiones para indultar a Scapolan estuvo el binguero Daniel Angelici, íntimo interlocutor de Canicoba padre. A Angelici, personaje decisivo en el triunfo de la nueva conducción del Colegio Público de Abogados porteño, se le atribuyen influencias sobre los camaristas federales encargados de juzgar a Scapolan: Marcelo Fernández, Marcos Morán y Juan Pablo Salas. En el centro de este sistema está instalado Massa. Se entiende que no pueda librar grandes batallas.
La cada vez más corrosiva avanzada de Cristina Kirchner contra Alberto Fernández plantea algunos enigmas. Uno de ellos: ¿qué grado de consenso tiene en el resto del peronismo? Dicho de otro modo: ¿el “nosotros” de Larroque, incluye a gobernadores, intendentes, sindicalistas, líderes sociales? Es una duda razonable porque cuando hubo que discutir el rumbo económico del oficialismo, a propósito del acuerdo con el Fondo, la mayoría de esos dirigentes se alineó con el Presidente.
Otro misterio: ¿cuál sería la hoja de ruta alternativa para la administración de la economía en caso de que Fernández se incline ante la vicepresidenta? Por suerte Larroque cometió una gaffe, en el sentido que asignaba a esa palabra el célebre Michael Kinsley: eso que ocurre cuando un político, por accidente, de modo inadvertido, dice la verdad. Larroque reconoció que la orientación económica del Presidente es accesoria. Lo esencial, lo que de veras interesa, es que pierde las elecciones. Si las ganara, reconoció el “Cuervo”, sería otra cosa.
Esta preocupación de Larroque abarca a todo el peronismo, con distintas modulaciones. Gobernadores, intendentes, sindicalistas y piqueteros también esperan una respuesta de Fernández. Algunos, cansados de aguardar, adelantan las elecciones de sus provincias para salvar su propia ropa. El mar de fondo de este malestar es la marcha de la vida material. El Presidente repite que ya está recuperada porque el nivel de actividad se reanimó. Sólo falta derrotar a la inflación que, por ahora, va ganando todas las batallas. Por lo visto, nadie le explica que la reactivación tiene como motor principal la angustia de la gente para desprenderse de los pesos.
La semana que viene volverá a ser traumática. El jueves 12 el Indec informará el nuevo índice de precios. ¿Se parecerá más a 5 o a 6%? En el kirchnerismo duro hay desasosiego. Sobre todo porque el día anterior, miércoles 11, deberá celebrarse la audiencia pública para fijar el nuevo precio de la electricidad, que es crucial para la inflación. Guzmán pretende un aumento promedio de 80%. Segmentado, correspondería a 200% para el 10% más rico, 40% para la clase media y 20% para los más vulnerables. Equivale a una reducción del subsidio a la distribución de energía compatible con una inflación del 43%. Esa inflación es hoy una quimera. Desde el kirchnerismo ortodoxo se niegan a aceptar ese ajuste. Por impopular y, agregan ahora, por inconducente.
Los objetivos pactados con el Fondo se vuelven inalcanzables. Es probable que ese organismo pierda jirones de credibilidad, otra vez, en la Argentina. Por no suponer algo peor: que Kristalina Georgieva quede asociada a una gran crisis de reservas, provocada por la menor oferta de dólares del sector agropecuario y la mayor demanda del sector energético. Ese nubarrón ya está en el horizonte. Llevaría a creer que es cierto que Cristina Kirchner no quiere hacerse cargo del poder en reemplazo de Fernández.
El conflicto oficialista anima a otros actores. Ya se sabe que el Presidente no es el candidato de la vicepresidenta para 2023. Hasta que ella no blanquee sus aspiraciones, comienzan a florecer otras ambiciones. Por ejemplo: el santiagueño Gerardo Zamora se imagina candidato en una fórmula con “Wado” De Pedro.
Varios líderes de la oposición se tonifican por la crisis del peronismo. El proyecto de Mauricio Macri de volver a la Casa Rosada ya está en las paredes del conurbano.
AHORA: en Tres de Febrero, San Martin, La Matanza y Morón, entre otros, aparecieron las primeras pintadas con @mauriciomacri presidente y @cristianritondo gobernador bonaerense 2023. Son de @EquipoBanquemos. Ampliaremos. pic.twitter.com/CrALh7iGps
— Ezequiel Spillman (@ezequielmauro) May 4, 2022
Van acompañadas de la postulación de Cristian Ritondo como gobernador. Una dupla que enfrentaría a Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli. Contra lo que muchos esperaban, sobre todo Larreta, levanta también el perfil María Eugenia Vidal. “Si me tengo que poner la del 10 de Messi, lo voy a hacer” declaró anteayer. La asociación de Ritondo con el expresidente es un indicador de hacia donde navegaría Vidal: ¿regresaría a la órbita de Macri?
En Juntos por el Cambio venden la piel del oso antes de cazarlo. Y se distraen del drama que ganó la escena: el “Cuervo” Larroque le reclama a Alberto Fernández que devuelva el Gobierno a sus legítimos propietarios. Como comentó un chistoso: “Larroque le pidió las llaves del departamento donde está alojado, como si fuera Pepe Albistur”. Una imagen cruel, que pinta a alguien que, en todos los sentidos, vive de prestado.
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