Cristina Kirchner vs. Alberto Fernández: una tregua y el debate que sigue inconcluso
El desastre del coronavirus radicalizó la discusión nunca sincerada en el Frente de Todos sobre qué Argentina debe emerger al final de la crisis que heredó. El fracaso económico de Mauricio Macri unió a una tribu con objetivos muy diversos bajo un irresistible incentivo táctico: "llegamos y después vemos".
Apenas llegar vino una disrupción dramática que demanda decisiones profundas. Lo que haga o deje de hacer ahora el Gobierno está destinado a marcar un tiempo histórico. Para bien o para mal. En medio de ese desafío se libra una batalla interna que tiene a Alberto Fernández estancado, dando giros de 360 grados y sin sacar rédito del apoyo social que acumuló al inicio de la pandemia.
La coalición peronista entró en cortocircuito esta semana. Demasiado pronto. Las críticas por boca ajena de Cristina Kirchner al dialoguismo de Fernández expusieron un dilema de legitimidad que repercute en todo el oficialismo. ¿Tiene derecho el Presidente a definir un rumbo o debe subordinarse a quien lo eligió sin consultar a nadie y le aportó el mayor caudal de votos?
"El control de daños gastó muchas baterías", ironizó un dirigente del kirchnerismo, en relación a los llamados entre dirigentes para evitar una escalada. La semana termina con una tregua, sostenida en silencios públicos y rencores reprimidos, en la que se involucraron más que nadie los dirigentes de origen cristinista con cargos de responsabilidad, como el gobernador Axel Kicillof y el ministro del Interior, Eduardo de Pedro. Dentro del barco siempre se percibe mejor el peligro de naufragio.
Jugaron a calmar ánimos en privado, en línea con lo que había hecho en público el ministro de Defensa, Agustín Rossi, cuando llamó a "bancar a Alberto". Necesitó una larga argumentación de sus pergaminos kirchneristas para justificar aquel ruego. Lo más sintomático resultó que semejante convocatoria no provocó un clamor sino canto de grillos. Las leyes del peronismo se reescriben.
Fernández se desvivió por maquillar el conflicto, al precio de hacerlo más visible. Primero con el reproche que les lanzó a los legisladores opositores con los que se reunió el lunes por el comunicado que lanzaron cuando apareció asesinado Fabián Gutiérrez, exsecretario de Cristina: "Alguien muere y me encuentro que quieren vincular a mi vicepresidenta con un crimen". Esa misma vicepresidenta lo había sacudido desde Twitter el día anterior con la recomendación de un artículo muy crítico de su convocatoria al diálogo con grandes empresarios.
"La conducción política del poder económico". Zaiat hoy en @pagina12. El mejor análisis que he leído en mucho tiempo. Sin subjetividades, sin anécdotas. En tiempos de pandemia, de lectura imprescindible para entender y no equivocarse. https://t.co/YcMxbUgyUJ&— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) July 12, 2020
Después siguió la reivindicación tardía del pacto con Irán (que años atrás era para él indicio de un delito penal) y el intento por hacer un equilibrio imposible sobre Venezuela, en un episodio un tanto bizarro con el periodista símbolo del ultrakirchnerismo Víctor Hugo Morales.
"Lo que se tienen que decir Alberto y Cristina se lo dicen en privado", sostiene una fuente de confianza del Presidente, en busca de minimizar las tensiones
El viernes Fernández retomó el papel en el que se siente más a gusto, el de gestor de la pandemia. Con una particularidad ingrata. Por primera vez aceptó disponer una flexibilización que va en contra de lo que desearían los epidemiólogos. El humor social y el tamaño de la destrucción económica exigen correr riesgos sanitarios.
Cerca del Presidente destacaban el mensaje que envió en la conferencia de prensa posterior. "Si alguien pretende que yo deje de dialogar, va a ser imposible". ¿Le hablaba a Cristina y sus fanáticos? "No", responde una fuente de fidelidad clara con Fernández. Lo que se tienen que decir se lo dicen en privado y la relación entre ellos está en calma, minimiza.
Quién ganó, quién perdió
En los distintos bandos del Frente de Todos hacen balances interesados sobre las esquirlas de la batalla. El albertismo encuentra consuelo en que nadie más que Bonafini o Julio De Vido -y lateralmente la embajadora Alicia Castro- hayan alzado la voz contra el Presidente. En el kirchnerismo duro celebran los gestos de alineamiento de Fernández (sobre todo en el caso Irán); el massismo hace gala de la identidad diferenciada de su jefe, que calificó de "dictadura" lo que pasa en Venezuela.
Los gobernadores y muchos de los intendentes del conurbano jugaron sus cartas en silencio. "A Alberto lo llamaron un montón para darle apoyo", dicen en la Casa Rosada. Punto a favor. Nadie lo defendió frente a un micrófono. Punto en contra.
En esa dinámica tóxica, a Fernández se le escurre el efecto de popularidad abrumadora que le dio el manejo inicial de la cuarentena. No lo aprovechó para construir capital político duradero, como le recomendaban peronistas expertos en poder que alguna vez soñaron con una jubilación pacífica de Cristina Kirchner.
Sin territorio ni una línea interna, empeñado en sobreactuar sintonía con su mentora, Fernández cavila cómo enfrentar un descalabro económico sin precedente. El plan pospandemia está en elaboración, pero es todavía una promesa en la que sobresalen medidas coyunturales para atender la emergencia social.
Escucha a diario asesores que ven cómo única posibilidad de una reconstrucción exitosa la convocatoria a pacto amplio, con todos los sectores productivos, gremiales y políticos relevantes. Eso implica establecer pautas para el largo plazo, buscar consensos, aprobar leyes no del todo populares. Se le dibuja entonces una pared imaginaria.
Incluso antes del virus a Fernández se le hizo cuesta arriba arrancar con el acuerdo económico y social que prometió en la campaña. El día de su asunción usó la expresión "en los próximos días" para anunciar cuándo pensaba lanzarlo.
Que el simple hecho de sacarse una foto con referentes empresariales del G-6 haya desatado el látigo de Cristina retrata la magnitud del reto. Ella controla el Senado, terreno de su reaseguro institucional. No tiene fuerza asegurada para imponer leyes (Diputados es otro mundo); sí para bloquearlas.
Alberto Fernández quiere sacar de la agenda la noción de una pelea con Cristina, aunque tenga que pagar costos por sostener a diario una cosa y la contraria
Su actitud incomoda hasta los propios. Se nota nada menos que en La Cámpora, donde ya se perciben diferencias entre dirigentes con cargos ejecutivos, como Andrés Larroque, y legisladores, como la senadora Anabel Fernández Sagasti, promotora aún de la expropiación de Vicentin.
Refundación
La tensión que se vislumbró estos días reveló cómo la pandemia trastocó la lógica original del Frente de Todos.
El kirchnerismo extremo votó a Fernández con el consuelo de suponerlo en un rol instrumental. Era quien podía amalgamar una coalición ganadora, llevar adelante un gobierno capaz de arreglar el "problemita de la deuda" y poner al país en condiciones de retomar la senda inacabada de 2015. El sueño del Estado como regulador de toda la actividad económica.
El peronismo que se resignó a pactar con Cristina apostaba a que, una vez en el poder, Fernández construiría una línea propia, sostenido en eficiencia administrativa y en la apuesta a un modelo ligeramente socialdemócrata como el que declaraba admirar.
Esa inercia presuponía alguna clase de definición cerca de las elecciones de 2021. Pero la emergencia empuja a trazar un camino cuanto antes, a riesgo de prolongar un estancamiento de la gestión que exaspera a gobernadores y a sindicalistas (Gerardo Martínez lo dijo en público el viernes). En el fondo es la misma crítica que dejan correr por lo bajo desde el Instituto Patria. Que falta acción de gobierno, que hay muchos ministros invisibles, que se demora más de la cuenta la negociación con los bonistas.
Fernández insiste que "no es tiempo de conflictos", como respondió cuando le preguntaron por los bloqueos de Hugo Moyano a Mercado Libre. Quiere sacar de la agenda la noción de una pelea con Cristina, aunque tenga que pagar costos por sostener a diario una cosa y la contraria.
¿Podrá prolongar la ambigüedad de origen en medio de las urgencias? El desafío se adivina titánico. Consiste en arrancar una economía en depresión sin establecer un rumbo. Entre abrazos a la Sociedad Rural y la conquista imaginaria de la soberanía alimentaria.
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