Cristina Kirchner proyecta su “jugada inteligente” para 2023
Lanzó la ofensiva a cara descubierta contra Fernández y en su entorno se entusiasman con que sea candidata presidencial; en la Casa Rosada insisten en que no van a ceder
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Hay una frase que le han oído decir a Cristina Kirchner en charlas terapéuticas en las que procesa el destino errático de su experimento con Alberto Fernández: “Se puede ganar o perder elecciones, pero lo que nunca podés perder es la identidad política. Si perdemos las dos, desaparecemos”.
La idea tiñe de un carácter épico la rebelión institucional que le plantea al Presidente. Ella se percibe en una cruzada por la supervivencia en la que el obstáculo es un dirigente sin poder propio que decidió apartarse del rumbo que le habían trazado y que, encima, no consigue los resultados que prometía. Ideología y pragmatismo operan como sinónimos desde el inicio de la dinastía Kirchner.
La disertación en el Chaco con la excusa de recibir una distinción académica que se hizo otorgar transparentó unos objetivos inmediatos de la vicepresidenta. Quiere torcer el rumbo económico desde adentro, sacar a los infieles -con Martín Guzmán y Matías Kulfas a la cabeza- y reponer una línea identitaria, asociada a la distribución como mandamiento principal. El acuerdo con el FMI, disparador final de la crisis interna, exige una revisión desde cero.
Pero el tono y la argumentación empleada para vapulear a Fernández reforzó también la sospecha creciente entre dirigentes del peronismo de que la dinámica de este “debate de ideas” en el oficialismo llevará a Cristina a presentarse como candidata a presidenta en 2023. La repetición de esa hipótesis en boca de algunos dirigentes muy afines a ella, como Leopoldo Moreau, Hebe de Bonafini y el sindicalista Walter Correa, no parece una coincidencia.
Aunque no pase aún de un operativo clamor de baja intensidad, la sola mención potencial de una candidatura actúa como una amenaza para el Presidente. En la lógica que trazó Cristina, solo un regreso a la orientación originaria permitiría devolver la legitimidad al gobierno del Frente de Todos. Si Fernández se niega, le espera un asedio político de alta intensidad, que incluirá con seguridad el armado de una alternativa electoral. En cualquier caso la urgencia consiste en despegarse del fracaso que ya precipitó la derrota de 2021.
Cristina no pidió cabezas. Esa tarea la tiene delegada Andrés Larroque, a quien apenas se permitió corregir en un detalle cuando dijo que ella no había sido “generosa” sino “inteligente” cuando puso a Fernández al frente del ticket electoral de 2019. La generosidad, aclaró, vino después cuando le dejó armar al presidente electo el gabinete económico.
Tres años atrás, ella juzgó que la opción Alberto abría la puerta a un triunfo. Ahora, traducen en su entorno, “lo inteligente” sería pegar un volantazo en la política económica. Si se lo impiden, la batalla será por la identidad. Que es diversa, a juzgar por el discurso del viernes, en el que repartió elogios al partido único en China y ponderó a párrafo seguido la Constitución de Alberdi.
Aunque no pueda ganar, no sería un consuelo menor ocupar el lugar dominante de una oposición peronista. ¿Quién mejor que ella, entonces, para ofrecer pureza K? El argumento de quienes descartan que ella se postule es que una derrota la dejaría sin fueros, a diferencia de la garantía que implicaría una candidatura a senadora. El misterio es una herramienta recurrente en su carrera.
El drama del Presidente
“Además de un apriete, el mensaje pareció un lanzamiento”, dice un funcionario que acompañó a Fernández a Ushuaia, el lugar más lejano que encontró para pasar la tarde en que Cristina acaparaba la atención desde Chaco como en los viejos tiempos de las cadenas nacionales. En el albertismo rescataban incluso una alusión desdeñosa de la vicepresidenta hacia el ministro Wado de Pedro, el camporista con perfil moderado que coquetea con una candidatura nacional. Recordó que cuando ella se opuso a que fuera jefe de Gabinete en 2019 dijo: “Me parece que le falta”.
Fernández no la escuchó en vivo, dicen quienes viajaron con él. Decidió dar un discurso justo antes para señalar a “los que nos quieren desunir”. La puesta en escena de ese acto no le hizo un gran favor. El ministro Jorge Ferraresi (un cristinista que pasa temporadas en el albertismo) lo expuso aún más cuando pidió un aplauso más fuerte para el Presidente porque habían vitoreado más al intendente camporista, Walter Vuoto.
Es un hombre jaqueado. A estas alturas no puede entregar a Guzmán o a Kulfas, como le piden abiertamente sus rivales internos, sin dejar sus últimos jirones de autoridad presidencial. “A Martín le dan una vida cada vez que piden su cabeza”, resume un ministro leal al Presidente. Acaso por eso el viernes la doctora honoris causa de la Universidad del Chaco Austral no lo mencionó por su nombre ni una vez en su extensa refutación pública del rumbo económico. Pero, en cambio, sí ensalzó a Augusto Costa, el funcionario bonaerense que desde hace semanas el kirchnerismo agita como candidato al ministerio.
Guzmán recibió otro apoyo presidencial después de la avanzada cristinista. Quienes lo trataron esta semana lo vieron tenso hasta un punto inhabitual para su estilo zen. “La política nos pone un techo bajo”, se excusó ante empresarios en el almuerzo del Cycip en el que recibió un apoyo público que avivó el fuego kirchnerista. La tesis del ministro es que el desafío que le plantea la vicepresidenta condiciona dramáticamente las expectativas económicas y demora la baja de la inflación.
Así estaríamos ante un círculo sin salida: el miércoles, cuando se conozca el índice de abril, se espera otra andanada de voces para empujar su renuncia. ¿Y entonces cuando empezará la baja que vive pronosticando? Gobernadores, intendentes y hasta ministros le reclaman a Fernández un gesto de autoridad con Guzmán, que lo fuerce a mostrar resultados rápido. La inflación devalúa las opciones electorales de cualquier dirigente que se identifique con el oficialismo.
Por eso Cristina ordenó hacer política económica desde los márgenes. En el Palacio de Hacienda causó estupor enterarse por un comunicado de prensa, el jueves, que el bloque de senadores oficialista iba a presentar un “proyecto previsional” que Guzmán desconocía por completo. Los camporistas Mariano Recalde y Anabel Fernández Sagasti lo trabajaron en contacto con su compañera de agrupación Fernanda Raverta, jefa de la Anses. La virtual moratoria que se conoció el día siguiente hace juego con el proyecto que anunció Máximo Kirchner para adelantar seis meses el aumento del salario mínimo y con el aliento de la vicepresidenta a los gremios que pactan paritarias arriba del 60%.
“¿Hasta cuándo podemos seguir así? ¡Falta un año y medio!”, se lamenta un importante dirigente del peronismo que ocupa un cargo nacional.
Esta semana serán las audiencias públicas previas a la definición de los aumentos de tarifas, otra prueba de carácter para Guzmán y Fernández. Acaso por eso asesores cercanos al Presidente le sugerían suspender el viaje a Europa previsto para el lunes, cuya agenda requirió una alta dosis de creatividad diplomática.
El cristinismo insistirá con la conformación de una “mesa política” para “institucionalizar” el Frente de Todos. Eufemismos para exigirle a Fernández que socialice las decisiones económicas. El Presidente se resiste. Insiste ante quienes tienen confianza para preguntarle que no va a renunciar, no va a echar a los funcionarios kirchneristas y no va a quedarse como un “presidente florero”. “Si quieren romper, que rompan ellos”, es una expresión que repite casi a diario. Cristina ya le respondió con eso de “el gobierno es nuestro”.
Miedos cruzados
La distancia en la cima es enorme. El “debate de ideas” no incluye diálogo entre Cristina y Alberto. Ella se irrita cuando le llevan el cuento de que el Presidente se ha referido a ella con términos despectivos. Le contaron expresiones como “hay que ignorarla, como a los locos”. A eso aludía ella cuando aclaró en el Chaco que no decide por impulso de sus hormonas. Él no puede soportar el destrato institucional que implica mandar a funcionarios públicos a acusarlo poco menos que de usurpador del cargo.
Por debajo se abren líneas de contacto. Los ministros con peso territorial en Buenos Aires –como Juan Zabaleta o Gabriel Katopodis- han retomado el contacto con dirigentes La Cámpora. Aníbal Fernández moderó su discurso después de una reunión reservada con Axel Kicillof, un soldado de Cristina que vive aterrorizado por las posibles consecuencias de este descalabro político. Fernández y Guzmán tienen a mano el botón nuclear para recortar las transferencias discrecionales a la provincia de Buenos Aires, que siguen subiendo mes a mes por encima de la inflación.
El desafío para el Presidente es exhibir resultados de su política económica en medio de semejante inestabilidad política. Lo que para él es crecimiento, para Cristina es mero rebote pospandemia. El orden macro que él busca, para ella es una trampa del “poder real” para hacerle el ajuste a un próximo gobierno macrista. Promueve la fórmula de emisión + distribución (un plan platita XL), sumada a la revisión del acuerdo con el FMI para evitar el default. A eso le llama “dar la pelea contra los grandes intereses”.
En la definición que con regodeo leyó Cristina Kirchner en el Chaco, “el poder es eso que cuando una persona toma una decisión, esa decisión es acatada por el conjunto”. Quiso echar luz sobre una carencia de Fernández. Pero, mientras desgranaba su enmienda total al programa del gobierno que considera propio, se retrató también a sí misma en su frustrante impotencia.
La Cámpora celebró su reaparición rutilante. Los dirigentes que se percibían como la generación de recambio sueñan con que ella retome el mando. Curiosa parábola: en 10 años de existencia financiada desde el Estado la agrupación de Máximo no pudo formar un candidato atractivo, no tiene un solo gobernador, maneja apenas un puñado de intendencias y le costaría exhibir una ley que lleve su sello, más allá de algún impuesto de vida corta. El tiempo, hasta ahora, solo les dejó canas.
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