Vamos a hablar de temas de rigurosa actualidad y, para eso, vamos a adoptar las normas del manual de estilo del diario en español del que más nos nutrimos y aprendimos: El País, de Madrid.
El manual dice que una de las obligaciones de un buen periodista es hacer entendible los asuntos más complejos. Así que eso es lo que haremos, sin caer en la simplificación barata y argumentando nuestros dichos.
La primera línea del título del análisis es:
- "Cristina Fernández es Oscar Parrilli", un senador que repite como un loro lo que dice Cristina
- "Cristina es Rodolfo Tailhade", diputado nacional, exagente de inteligencia, amenazador insultador y denunciante serial
- "Y Cristina es Máximo Kirchner", diputado nacional e hijo de la vicepresidenta
La segunda línea del título compuesto es: "Mientras que Alberto Fernández es….Alberto Fernández".
¿Qué queremos decir con esto y qué tiene que ver con la actualidad? Que por más de que el Presidente quiera meter por la ventana a Cristina como su consejera en el tema del acuerdo con los acreedores privados, la vicepresidenta no es ni representa eso. Su verdadero rol no es el de aconsejarlo o asesorarlo con la deuda, sino que representa -con sus acciones y sus silencios- a una persona cuyo único interés no está ni en la deuda, ni en el coronavirus, ni en la economía, ni en la inseguridad. Cristina está focalizada solo en sus causas judiciales y en cómo sacárselas de encima.
Obsérvese que no estamos diciendo que ella está a favor del default, cuestión que no hacemos ahora ni hicimos nunca. Hacemos esta aclaración porque el Presidente -como nos tiene acostumbrados- para "subrayar" el supuesto asesoramiento de Cristina acaba de argumentar que muchos decían que ella estaba a favor de defaultear. No nos consta.
Cristina es Oscar Parrilli
Lo que sí nos consta es que Parrilli, que es Cristina, salió enseguida a dinamitar el buen clima político que se había generado a partir del acuerdo con una nueva embestida que siempre apunta a lo mismo: la búsqueda de impunidad de su jefa.
Al mismo tiempo que se estaba logrando el acuerdo con los acreedores, salió a pedir que metan una cláusula en la reforma judicial, por la cual los jueces no puedan ser apretados o presionados por medios o periodistas.
Para decirlo de otra manera: lo que quiere Parrilli, que es Cristina, es que los periodistas no tengamos contacto con nuestras fuentes judiciales, para que no podamos publicar, por ejemplo, cómo siguen evolucionando las 11 causas en las que la vicepresidenta está procesada, la mayoría de las cuales tiene que ver con graves hechos de corrupción.
Decimos que Parrilli es Cristina, ¿pero cómo lo sabemos? Por el nivel de diálogo político que mantenían. Así que, como diría el pensador contemporáneo Ivo Cutzarida: "Corta la bocha".
Cristina es Rodolfo Tailhade
Ahora vayamos a Tailhade, que es uno de los especímenes políticos más logrados por Cristina y su hijo Máximo Kirchner. Este diputado es violento, machista, bruto y muy agresivo, es usado para hacer las operaciones que nadie quiere hacer porque son las más sucias y extremas. En general, todas tienen el mismo objetivo: demoler, denunciar y poner nerviosos a quienes se atreven a investigar a su jefa.
Es más: usa su cuenta de Twitter para amenazar a personas y presionar de manera indirecta a fiscales y jueces al vaticinar, palabra más, palabra menos: "Estás cerca de la cárcel. Ya te queda poco, delincuente". Después, cuando empiezan las demandas pide conciliación, pero trabaja sin descanso para hacer ese tipo de porquerías.
Cristina no se enorgullece de Tailhade. No le gusta su estilo y le da un poco de vergüencita, pero sencillamente lo usa y después le paga bien. La última vez, le pagó con una banca en diputados: un precio demasiado alto para el sistema democrático.
Cristina es Máximo Kirchner
¿Qué podríamos decir sobre Máximo? Nunca compartí la idea de que era un vago que jugaba a la PlayStation todo el día. En todo caso, hubiera sido una apreciación equivocada: ya es un chico grande de 40 años con dos hijos y una vida política prestada, a partir de la observación en acción de su padre y de su madre.
¿Qué otra cosa se puede decir? Que él y quienes lo rodean no dan puntada sin hilo, porque ahora lo están vendiendo como alguien más frío, cerebral y componedor que su propia madre. Alguien que es capaz de hacer política junto al pragmático Sergio Massa. Alguien que no tiene problemas en sentarse con parte de los dueños de la Argentina, de manera secreta, porque entendería que el capitalismo es la única opción.
Tememos desilusionar a unos y a otros porque Máximo no es el chico de la Play, pero está lejos de diferenciarse de Cristina. Ambos mantienen la misma estrategia: la de la grieta y la de subir a Mauricio Macri al ring para justificar por qué él y su madre siguen haciendo política.
Además, igual que a la vicepresidenta, siempre se le terminan notando los hilos de la marioneta. En este caso, son sus discursos de cierre. Máximo es más vivo que el hambre: como es el jefe de bloque, siempre es el último en hablar y, entonces, aprovecha para decir cualquier cosa e irse de tema porque nadie le puede responder. Esto ocurrió, por ejemplo, el viernes pasado cuando se discutía la moratoria. Podía haber hablado -qué se yo- de Cristóbal López, pero eligió hablar del viaje del expresidente Macri al exterior.
Y por qué decimos, finalmente, que Máximo también es Cristina. Aunque quiere parecer cerebral y frío, se le sale la cadena y saltan a la vista las contradicciones. Pudo comer con los dueños de la Argentina, pero despotricó con la reunión entre los empresarios de Asociación Empresaria Argentina (AEA) y la CGT.
Por supuesto, a través de uno de sus integrantes, el petrolero Carlos Acuña, los muchachos de la CGT lo atendieron en su lenguaje llano y sencillo: "Este muchacho no laburó en su vida y nos viene a decir cómo tenemos que manejarnos".
Alberto Fernández es sencillamente... Alberto
Decimos que Alberto Fernández es sencillamente... Alberto porque, en vez de pasar por encima de la grieta después del acuerdo con los acreedores aprovecha las entrevistas con sus periodistas amigos para meterse en la reforma judicial y atacar al fiscal Carlos Stornelli o al procurador Eduardo Casal. Es decir: dos de los blancos móviles a los que también le apunta la vicepresidenta.
Si este es el pacto que acordó con Cristina, alguien le debería avisar que es un precio demasiado alto, aún para obtener la presidencia de la Nación. Tarde o temprano, lo va a terminar pagando con votos.
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