Cristina Kirchner, Bullrich y Larreta, en la trampa de Milei
La vice polariza con el candidato libertario, pero sufre por la pérdida del voto joven; las razones del clamor, la insistencia de Massa y las presiones para unificar la oferta de JxC
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A la oficina de Cristina Kirchner en el Senado algunos de sus seguidores la llaman irónicamente “el muro de los lamentos”. La vicepresidenta escucha en la reserva de ese espacio al que tiñe de cierto aire sagrado quejas, frustraciones y relatos desesperados de dirigentes que ven cómo se derrite una estructura de poder que dominó la política argentina de los últimos 20 años. Entre ruegos y alabanzas, se cuela el insistente reclamo en público para que ella asuma la candidatura principal de este peronismo en crisis.
Ella dice “no” y sus fieles eligen oír “ni”, en un pacto de conveniencia mutua. Los números que Cristina consume obsesivamente –pocos de sus rivales o aliados son tan adictos a las encuestas– reflejan la dicotomía de que su candidatura es la que más votos garantizaría para el Frente de Todos, pero también que perdería contra cualquier contrincante opositor. Incluso en un escenario de ballottage con Javier Milei.
El trágico estado de una economía sin dólares y al borde de una recesión han convencido a Cristina de que ganar las elecciones este año es utópico. Pero en el púlpito de sus ambiciones se resiste a ser la cara de la derrota. El drama es que no encuentra quién pierda por ella.
La irrupción de Milei le había dado una luz de esperanza debido al potencial que ofrecía como factor de división del voto opositor. Aún hoy la existencia del candidato libertario mantiene en la cancha al Frente de Todos, al plasmar un escenario de tercios que convierte el pronóstico electoral en una moneda en el aire. Pero a medida que se agrava el descalabro económico el kirchnerismo ve que Milei puede no ser el antídoto contra un ocaso cruel sino una doble dosis de veneno. Ruleta rusa.
“Estamos perdiendo a los jóvenes”, se alarmó Cristina ante un diputado que la visitó esta semana. Le mostró números del conurbano sur sobre la influencia de Milei en los menores de 30 años, sin distinción de clases sociales. El tiempo es implacable. La Cámpora –que nació para gestionar la incorporación de jóvenes al peronismo cristinizado– envejece con todos los rasgos de eso que el outsider de los pelos volados llama “la casta”.
El desconcierto inconfesable de los kirchneristas fieles es que la líder habla como una comentarista de la realidad. Insiste en que la preocupa el “crecimiento de las ideas extremistas” –en alusión a Milei, aunque también ubica ahí convenientemente a Patricia Bullrich y a un sector del macrismo– y machaca con lo que dijo en su última aparición pública sobre la necesidad de que el peronismo elabore una propuesta de gobierno. Como si esto que ella co-conduce ahora fuera un agujero espacio-temporal.
Las versiones que resurgieron en las últimas 48 horas respecto de una candidatura presidencial de Cristina se desinflan a medida que uno se acerca al círculo que rodea a la vice.
Axel Kicillof es uno de los que amplifica los rezos paganos. “Puede ser más difícil ganar la provincia sin Cristina en la boleta”, dijo Carlos Bianco, el jefe de asesores del gobernador. Aunque su ego puede hacer que coincida, la expresidenta ve las cosas de otra manera. Lo explica un senador de su confianza: “Ella cree se gana todo o se pierde todo. No hay triunfo en la provincia con derrota nacional”.
El operativo “Cristina presidenta” lleva a sus cultores a hurgar en los archivos. Encontraron por ejemplo un discurso de 2011, en los días del duelo por la muerte de Néstor Kirchner, en el que respondía a un coro que pedía su reelección: “Yo ya di todo”. Meses después anunciaría su postulación. La frase es calcada a la que usó en La Plata hace 10 días.
Sin embargo, el desgastado clamor expresa antes que nada una falta de referencia para tomar decisiones. El kirchnerismo sigue a la espera de Sergio Massa y sus gestiones ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) para conseguir los dólares que eviten un colapso financiero antes de las elecciones.
Massa era candidato puesto para La Cámpora y para no pocos caciques peronistas. La sequía resquebrajó el hielo finito sobre el que desfilaba triunfal. Obstinado en resurgir, forzó la renuncia de Alberto Fernández a la reelección –con la consecuente abdicación del Presidente en el ministro de Economía– y recorre el mundo en busca de una soga que lo devuelva a tierra firme.
El destino es cruel. La visita a Brasil terminó bordeando el papelón, sobre todo después de que Lula Da Silva despachó a la inmensa comitiva presidencial con una frase lapidaria: “Alberto va a volver más tranquilo. Es verdad, sin ningún dinero”.
El FMI da señales de intransigencia. No hay disposición para adelantar los 10.600 millones de dólares que pretende Massa si antes no se corrige el tipo de cambio. “Antes de devaluar me voy”, insiste el ministro.
“Platita” o devaluación
Cristina trazó una línea roja en el mismo sentido: aprobar una devaluación brusca es condenarse a un fogonazo inflacionario en plena campaña. No pasan dos días sin que se entretenga con un mensaje de hostilidad hacia el Fondo en Twitter. Y consiente la presión al ministro para que afloje la billetera en sintonía con los reclamos de candidatos a gobernador e intendente que se juegan la supervivencia desde este mismo domingo. Justo cuando en Washington rezongan por la falta de cumplimiento de la meta fiscal. Es una encerrona: Massa hizo recortes en el gasto, pero la sequía provoca una baja en la recaudación que neutraliza el esfuerzo.
La tregua de los mercados en la semana que pasó es un respiro apenas. El Banco Central sigue entregando reservas a precio de remate para mantener la apariencia de calma. Pero el tiempo y los fondos se agotan. Sin ayuda externa en el corto plazo, la posibilidad de una recesión de entre 3% y 5% y una inflación por encima del 120% se cristaliza. Las preguntas se amontonan en los despachos oficialistas. ¿Qué margen de maniobra retendrá el Gobierno para impedir la devaluación? ¿Cómo hará para mantener la economía en funcionamiento sin divisas?
Así, el peronismo unido se divide entre quienes presionan por un “plan platita” y quienes temen el infierno de “no llegar”.
Wado de Pedro anotó un rosario de quejas cuando encabezó una reunión con los senadores oficialistas, gestionada por la vicepresidenta. Lejos estuvo de desencadenar el despegue de su candidatura presidencial. El ministro corre “por si se abre una ventanita”, admite un sindicalista que lo corteja. Podría ser la alternativa si no quedara más remedio que organizar unas primarias en el Frente de Todos, escenario que la vicepresidenta ansía evitar.
Alberto Fernández gasta las horas tejiendo venganzas imaginarias contra su mentora, a la que culpa de haberlo reducido a lo que es, un político en retirada. Lograr que haya competencia peronista en las PASO sería su módico triunfo de despedida. Para eso tendrá que ordenar primero a su tropa. El albertismo es un club con menos socios que los dedos de una mano y ya tiene al menos cinco líneas internas. El viaje a Brasil fue un show de vanidades que expuso patéticas peleas entre los últimos fieles del Presidente.
“La verdad es que Alberto retiene un poder importante y es el poder de daño”, se le oyó decir a un ministro que reporta al kirchnerismo. Sospecha que desde su rol institucional puede interponerse a la estrategia que pretende trazar Cristina.
Sin prometerle nada, la vicepresidenta le da unos días más al ministro de Economía antes de decidir si pone sus fuerzas detrás de esa candidatura. La inflación de abril no empezó con 3, como alardeaba Massa meses atrás, y es muy probable que sea con 8. ¿Aparecerán a tiempo los dólares que promete?
Kicillof reza para que así sea y que el dedo de la jefa no se pose sobre él. Sabe que ella lo quiere en la provincia, pero en la lógica de “se gana todo o se pierde todo” podría ser necesario un sacrificio para rescatar algo del incendio. La consolidación de Milei hace posible imaginar al Frente de Todos en tercer lugar. La catástrofe tan temida por Cristina, cuya obsesión consiste en retener la primacía en el peronismo.
La oposición desunida
Ante la descomposición del oficialismo, la principal coalición opositora carece de motivos para celebrar. El tono del enfrentamiento y la guerra de egos con epicentro en el Pro continúa, incluso después del analgésico que significó la foto de familia que se sacaron hace 10 días Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y compañía.
La batalla de la Ciudad no se arregla. Larreta insiste con imponer a Fernán Quirós como candidato a jefe de gobierno, en abierto desafío al plan de Macri de sostener a su primo Jorge. María Eugenia Vidal salió de la línea de fuego cuando vio que el expresidente iba en serio: se juega su autoridad.
En la provincia de Buenos Aires tampoco hay acuerdo, a pesar de las gestiones por unificar el candidato a gobernador. Diego Santilli aparece posicionado en las encuestas por encima de los otros aspirantes cambiemitas. Pero ni Larreta quiere compartir un activo que considera propio ni Bullrich termina de convencerse de la ventaja de ir al mayor distrito del país con un postulante ligado a su rival.
El auge de Milei agrava el desorden de Juntos por el Cambio (JxC). En esa llaga mete el dedo Cristina cuando decide polarizar con el libertario. La foto de las encuestas que muestra una pelea electoral de tercios impone la duda de cuál es el instrumento más efectivo para desbancar al kirchnerismo. Larreta y Bullrich diseñaron sus estrategias con una respuesta obvia: el que ganase en agosto las primarias de JxC sería el próximo presidente.
La certeza ya no aparece tan irrefutable. Por eso se acumulan reclamos empresariales y de dirigentes con peso en la coalición para unificar la oferta electoral. Hoy suena impensable y ningún referente quiere admitirlo en público, pero si los números siguen con su tendencia actual la inquietud puede convertirse en clamor.
En un escenario de tercios, las PASO podrían arrojar un resultado desconcertante. Casi todos los sondeos dan a Juntos por el Cambio arriba, con un porcentaje de intención de voto cercano al 30%. El Frente de Todos aparece ligeramente por debajo y Milei, en alza. En algunos casos ya en el segundo lugar. Quienes exigen una única fórmula presidencial de JxC sostienen que si la coalición ganara pero gracias a la suma de dos candidaturas parejas llegaría debilitada a la primera vuelta de octubre. Milei podría ser el postulante individual con más votos. Y el peronismo, si consiguiera acomodar su oferta, quedaría competitivo. ¿Quién atraería en octubre el voto antikirchnerista: el ganador de la PASO cambiemita o Milei? ¿Cómo reaccionarán los mercados si vislumbran la hipótesis de un ballottage entre Milei y el kirchnerismo?
Si JxC fuera con un solo candidato podría beneficiarse con las primarias e incluso capitalizar el voto útil, en detrimento de Milei, argumentan los defensores de esta idea. Nadie tiene respuesta a la pregunta clave: ¿quién se bajaría? “Falta mucho. La impresión es que todavía hay una vuelta más por dar”, sostiene un dirigente opositor que dialoga con todos los sectores en pugna.
Lo que parece indudable es que por momentos todos bailan al ritmo de Milei. Si Massa sigue intentando el milagro es porque cree que puede darse la carambola de una segunda vuelta entre él y el libertario. Un dirigente radical ironiza: “Está perdiendo el partido, se queda sin tiempo y no sabe si ir a cabecear el córner para empatar o colgarse del travesaño para que no lo goleen. Eso explica el caos de la gestión económica”.
A Bullrich la obliga a ajustar su propuesta económica y empezar a hablar de “bimonetarismo”, en competencia con la propuesta taquillera (aunque incierta) de la “dolarización”. Larreta se apuró a presentar un proyecto que endurece los requisitos para entregar planes sociales, mientras abrió la billetera para devolver fondos del impuesto a las tarjetas de crédito.
Milei suma sin más esfuerzo que trajinar estudios de televisión. Se bajó de las campañas provinciales y se regocija de su carencia palmaria de estructura política. Vive de promesas inciertas, como la dolarización, y no tiene pasado que explicar. Es una metáfora caminante: un hombre solo y a los gritos tiene en jaque al sistema de poder que lleva décadas sin encontrar la forma de revertir la decadencia argentina.
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