Cristina, frente a la indisciplina discursiva
Al cabo de las multitudinarias manifestaciones del jueves pasado, el oficialismo quedó convertido en una torre de Babel. Esta vez la Casa Rosada no consiguió imponer a sus seguidores una interpretación uniforme de los hechos. Cristina Kirchner debe tolerar la indisciplina discursiva. Este agrietamiento va más allá de lo verbal. Insinúa divergentes estrategias de poder. Los cacerolazos están descongelando la política.
La lectura más ortodoxa de la movilización corresponde a la estrella de la hora: Martín Sabbatella, titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca). Nuevo Encuentro, el partido de Sabbatella, difundió el mismo jueves un video ( bit.ly/SKRnDA ) que ilustra con fotos y filmaciones la canción de Ignacio Copani "Cacerola de teflón", de la que toma el título.
Nuevo Encuentro propone el drástico enfrentamiento de dos mundos: el de la burguesía cacerolera y el del sufrido proletariado. La contradicción es, antes que nada, visual. Los que protestan contra el Gobierno aparecen en una penumbra editada en blanco y negro. Son señoras con cierto aire de abundancia, protegidas con guantes, sombreros y bufandas Burberry, y caballeros con look tribunalicio que protestan junto a sus Golden Retriever.
Del otro lado, en colores, las Madres de Plaza de Mayo, niños desnutridos, conmovedores ancianos que devoran un mendrugo, piqueteros, estudiantes rebeldes, vecinos inundados y muchachos sin trabajo.
Las "cacerolas de teflón", opuestas a las "ollas militantes", están asociadas a la Junta Militar de la última dictadura, a la represión de los docentes de Neuquén, a todos los golpes de Estado –aparecen enumerados: 1930, 1943, 1955, 1966 y 1976–, a la compra de dólares y a las torres de lujo de Palermo o Puerto Madero, desde cuyas alturas no se percibe el drama humano. El significado está muy claro: la izquierda, que se superpone con el oficialismo, goza de una superioridad moral que no necesita ser demostrada. Sería una superficialidad apuntar las contradicciones entre aquella clasificación y la práctica kirchnerista. Por ejemplo, ¿a cuál de los dos universos pertenece Amado Boudou?, ¿al de las villas de emergencia o al de los condominios de lujo? Si es por la indumentaria, ¿en qué equipo jugará la Presidenta? Chicanas.
El video es interesante porque reduce a quienes se quejan a un estereotipo imputable de lo peor del pasado. Quien haya ido al Obelisco el 8-N quedó inoculado del golpe del 30, la desaparición de personas, la desocupación menemista, las inundaciones del conurbano, el asesinado de Fuentealba, la asfixia de Cromagnon y la masacre de Kosteki y Santillán. El montaje momifica al adversario, negándole el derecho a la historicidad. Sabbatella conoce el procedimiento porque lo ha padecido: Elisa Carrió lo definió como estalinista porque de chico militó en La Fede.
El partido de Sabbatella reproduce un clásico kirchnerista: reclama para sí el monopolio de la democracia y arroja al contradictor a las tinieblas exteriores del sistema. Cacerolazo es golpe. ¿Qué sería para la misma cabeza el fallo inapelable de una Corte que lleva tras las rejas a la cúpula del partido oficial? Pasó acá al lado.
La forma en que el titular de la Afsca entiende la movilización cumple para el Gobierno una función más valiosa que la mera anulación simbólica del adversario. Lo releva de pensar. Sabbatella ubica las cacerolas en un anaquel reconocible del propio imaginario, de tal manera que no perturben al poder. Aquello que tenía una apariencia disruptiva vuelve al orden de lo que siempre ha sucedido. No hace falta indagar ni escuchar. Menos mal.
Si se lo integra en una escena más amplia el video de Sabbatella y Nuevo Encuentro es un síntoma estratégico. El que propone ese contraste maniqueo es a la vez el encargado de garantizar desde la Afsca la pluralidad de voces. La Presidenta puso al frente del sistema mediático al Defensor Fidei. Ya se sabe: sólo quien se radicaliza merece confianza. Ese proceso puede terminar con Sabbatella al frente de la lista de diputados de 2013. Es lo que sospecha Daniel Scioli.
La lucha entre el Bien y el Mal que propone Nuevo Encuentro en su video, al mismo tiempo que tranquiliza al Gobierno, le ata las manos. Como explicó el sociólogo Alejandro Bonvecchi en Perfil, las encuestas demuestran que entre quienes ocuparon las plazas hay muchos que apoyan la política de derechos humanos, la estatizaciones y el tratamiento de la deuda. Al mismo tiempo, las demandas de esas concentraciones son compartidas por la mayoría de los que votaron a la señora de Kirchner hace un año. La geometría de Sabbatella niega estas superposiciones. Halaga al kirchnerismo mientras lo deja sin salida.
La interpretación de la Presidenta ha tenido, si se quiere, más plasticidad que la de su destacado talibán. Antes de arrojarlos a la hoguera, ella dio a los que se quejan una última chance: son gente equivocada, una manada cuyo déficit de conciencia política aprovecha la corporación mediática para instrumentar a través de ella sus tenebrosos intereses. El cacerolazo aún merece el Purgatorio porque quienes lo llevan adelante "carecen de formación". Cristina Kirchner cuenta con una prueba incontrastable de esa discapacidad: sus críticos creen que se están oponiendo a un gobierno cuando, en realidad, se oponen a la Patria.
Sólo dos gobernadores acompañaron la versión presidencial: Jorge Capitanich, de Chaco, y Sergio Urribarri, de Entre Ríos. Son los dos que se sueñan delfines de la Presidenta para enfrentar a Scioli o a José Manuel de la Sota si la reelección sigue bloqueada. Qué casualidad.
Scioli, en cambio, se refugió en su coartada milenaria: "La gente interpreta mis silencios". Hizo saber, a través de sus voceros, que no iba a decir una palabra. Híper Scioli.
La magnitud del 8-N introdujo una fractura en el bloque de las interpretaciones oficiales. Gobernadores que, como el tucumano José Alperovich, el 13-S se habían limitado a decir lo obvio –"la gente tiene derecho a manifestarse"– esta vez dieron un paso más audaz: "Los reclamos deben ser escuchados". El sanjuanino José Luis Gioja y el mendocino Francisco Pérez enviaron el mismo mensaje a la Presidenta. La semilla de la herejía comenzó a germinar entre gente como Alperovich y Gioja, que controlan con comodidad al electorado de sus provincias, pero comienzan a enfrentar protestas por episodios en los que no tienen responsabilidad alguna. El cepo, Ciccone, la Fragata. El caso de Pérez es más doloroso: debió retirar su propio proyecto de reelección por el cacerolazo de septiembre.
Esta toma de distancia federal tiene un aire de familia con el movimiento que realizaron los dirigentes del PJ de la pampa húmeda (De la Sota, Reutemann, Busti) cuando los Kirchner declararon la guerra al campo. En el interior del peronismo las estrategias de la Presidenta, que Sabbatella modula en su versión extrema, generan cada vez más desconfianza. ¿Aceptará Cristina Kirchner el consejo de estos cautelosos dirigentes del PJ? ¿Logrará zafar de la polarización que ella misma propone para intentar una reconquista? El camino de la rigidez la puede conducir a la derrota electoral. Es un argumento poderoso. Pero es el único a favor de un cambio.
En el libro Holy Fuck, Huili Raffo dedica un largo texto a la dinámica del dogmatismo. Cita el estudio de Cass Sunstein "Going to extremes". Sunstein experimenta con personas de creencias opuestas e irreductibles. Las pone en contacto. Hace que intercambien argumentos. Y llega a una conclusión desalentadora: cada uno sale de la prueba más convencido de su infalibilidad. Es una lección inquietante para la Presidenta. Y para quienes la detestan.
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