Cristina y la ficción de un regreso conciliador
No ofrece una restauración, sino un proyecto fundacional. Cristina Kirchner impulsó anoche un "nuevo contrato social" como la idea imprecisa y misteriosa que guía el intento –todavía no reconocido– de competir otra vez por la presidencia.
Al amparo del tono sereno que usa en las temporadas electorales, calló más de lo que dijo. Habló del pasado con un cuidadoso ejercicio de memoria selectiva. Describió el presente como un paréntesis oscuro. Y esbozó un futuro que les quita argumentos a quienes auguran que su eventual regreso al poder estaría teñido de moderación.
Ya en el best seller que presentó a sala llena en la Feria del Libro habla de un nuevo orden, "distinto y mejor que lo que tuvimos". Es algo tan amplio que podría referirse desde un cambio de modelo económico, que se descuenta en caso de que gane las elecciones, a una reforma constitucional drástica, como la que promueven algunos de sus seguidores, con medidas tan extremas como eliminar el poder judicial. Eugenio Zaffaroni, entre los asistentes, se encargó de alentar esa interpretación.
No se esperaba que el acto en Palermo entregara certezas. Cristina Kirchner apenas sobrevoló por el compendio de recuerdos personales y justificaciones políticas que compila en el libro, esquivó cualquier referencia a una candidatura, evitó mencionar a Mauricio Macri por su nombre y dejó apenas pinceladas sobre cuál es hoy el estado de sus prioridades políticas.
Respondió de manera lateral a la invitación al diálogo que le cursó, sin mucha convicción, el gobierno macrista. "Nadie puede estar en desacuerdo con estos enunciados", dijo, en relación a la necesidad de unidad y de grandes acuerdos. Pero insistió en que hará falta "algo más". Dijo, como en el libro, en que ese nuevo contrato social debe incluir obligaciones "verificables y cuantificables", curiosa reivindicación de la exactitud en boca de quien gobernó con un Indec de fantasía.
Los pocos esbozos de ese modelo que imagina son ideas recurrentes en ella. Consideró imposible crecer sin un mercado interno fuerte (lo acompañó con un sorprendente elogio a Trump) y expresó su desconfianza en la buena fe de los empresarios. Usó para graficarlo el recuerdo del fallido pacto social de Perón-Gelbard. Los 70, siempre.
Sin salirse nunca del libreto, pronunció un discurso de media hora, exacta. Llegó puntual y no permitió preguntas. Se regodeó con las reverencias de la presidenta de la Fundación del Libro y dejó correr los coros de sus seguidores que le pedían "volver", todo un déjà vu de los patios militantes.
Lo importante era mostrarla en el centro del tablero político, con su impactante capacidad para generar expectativas, incluso en un día escalofriante por el ataque a tiros a un diputado nacional.
Como potencial candidata, Cristina sube cuando está en silencio. El plan retorno la obliga a una cuidadosa operación que requiere dosis importantes de nostalgia y amnesia: la primera para movilizar a la militancia que nunca la abandonó; la segunda para reconquistar al votante que alguna vez la acompañó, pero la había dejado en el pasado. Unos la mantuvieron en carrera incluso después de su derrota de 2017; a los otros los necesita para levantar el techo electoral que hasta hace no tanto parecía infranqueable.
Acaso por eso evitó hablar de sus 12 procesamientos judiciales. Tampoco tocó temas espinosos para ella y su entorno, como el caos de Venezuela. Se permitió incluso correr a Macri por un costado inesperado, al decir que hay ahora muchos más planes sociales que en su época.
Le queda poco tiempo para jugar al misterio y las palabras amables. En dos semanas tendrá que sentarse en el banquillo del primer juicio oral por corrupción. En un mes habrá que anotar las candidaturas. La campaña se presume dramática. Demasiados desafíos que, inevitablemente, harán emerger a la Cristina que siempre fue.
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