Crisis social: dramas y temores en el conurbano, sin precios de referencia y en medio de la incertidumbre
Una recorrida por Laferrere y Villa Fiorito refleja cómo los negocios y los propios vecinos pagan el costo de la grave emergencia; estrategias y rebusques para poder salir a flote
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Es cerca del mediodía y Cristina, una mujer rubia que ronda los 60 años, está apoyada contra la puerta de un negocio de ropa en el centro de Laferrere, en La Matanza. De brazos cruzados y con su cabeza sobre el marco de la puerta su mirada se pierde entre la gente que camina por la calle. “No entra nadie, ¿ves?”, relata y especifica: “Hace dos semanas que está todo parado”. En la vidriera del local, que es de su hijo, resaltan los precios en liquidación por el cambio de temporada. Pese a que por los tiempos de producción ya deberían haber encargado las prendas de verano, hoy les resulta imposible. “Para comprar primero hay que vender. Tampoco vamos a aumentar porque es época de liquidación. No sé qué vamos a hacer, seguiremos con las remeras hasta que podamos”.
Lautaro y su compañera mataban el tiempo doblando buzos. “El puente encantado”, dedicado a vender ropa para niños, ocupa tres locales de una pequeña galería. “Está difícil. La gente no tiene plata. Vienen miran y se van, y buscan siempre lo más barato que hay”, narra. Para intentar aumentar las ventas optaron por sacar algunas mesas y percheros afuera del negocio y colocarlos sobre los pasillos del centro comercial. Sumaron carteles hechos en cartulinas rosas, amarillas y naranjas, que resaltan las oportunidades. “A veces salgo a la calle con algunas prendas para mostrarlas, ¿viste que está medio escondido el local? Antes no quedaba tanta ropa. Sale poco y nos queda mucho. Mirá todo lo que hay en promoción”, cuenta.
“Está dificil”, repite Lautaro. “En lo personal yo tengo dos trabajos más. Y a eso le tengo que sumar el viaje, vivo a 40 minutos. Ahora que aumentan no sé cómo voy a hacer”, cuenta al joven haciendo referencia al aumento de 40 por ciento en transporte público en el AMBA que dispuso el Gobierno y comenzará a regir a partir de agosto.
En medio de la crisis política y social y un dólar que parecería no tener freno, el denominador común es el mismo y se repite: la plata no alcanza. Sin precios de referencia y con muchos proveedores que prefieren no vender, los comerciantes hacen malabares para atraer ventas y temen no poder reponer los productos mientras que la pregunta más escuchada por parte del comprador antes de elegir es: “¿Cuánto sale?”.
“El aumento de la inflación produce un desgaste de los segmentos más pobres en la capacidad de subsistencia. La gente está trabajando, hay plata circulando y una ilusión de vivir al día, pero el saldo final es que no alcanza. La situación tiende a generar la ilusión de subsistencia de que no se está en crisis, pero finalmente, al terminar el mes, se es un poco más pobre y esto parece no tener fin. Lo que no asoma es el horizonte de salida de una dinámica que te hace luchar día a día por la supervivencia y que al final del ciclo estamos igual o peor”, analiza el director de investigación del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, Agustín Salvia, en diálogo con LA NACION.
Caren lo relata en primera persona. De 8 de la mañana a 4 de la tarde, se ubica con dos mesas y un banquito sobre la vereda en la entrada de la estación de Laferrere para vender chipás, garrapiñadas y pan casero y conseguir $2000 diarios. “Tuve que salir. Mi marido es carnicero y lo echaron por reducción de personal después de 25 años en un supermercado. De tener un sueldo en blanco de $80.000, paso a cobrar en negro $40.000″.
A sus ingresos familiares suma la Asignación Universal por Hijo. “Trato de comprar para todo el mes cuando cobro la asignación. Voy a ferias y busco ofertas. Ropa le compro solo a los chicos y usada”, relata y resume: “Hay que rebuscársela, otra no queda. No sé cómo va a seguir esto con el dólar, cómo llegamos ni a fin de mes ni a fin de año”.
Salvía, sociólogo e investigador del Conicet, resume que, para los sectores pobres la compensación se da a través de programas sociales, mientras que las clases medias no tienen esas ayudas y “se sienten más desamparadas”.
Su descripción coincide con el estudio publicado por Poliarquía que señala que el “humor social” de los argentinos está en su punto más bajo de los últimos 20 años. El índice de Optimismo Ciudadano (IOC) desarrollado por la consultora marca 142 puntos en julio, con una caída intermensual del 22% alcanza el valor más bajo en la serie histórica. La inflación volvió a obtener el récord de menciones como el principal problema que afecta la vida de los argentinos, con el 40% de las respuestas. Coincide con otras encuestas, tanto el estudio de Opinaia del mes pasado como el de la consultora Fixer coinciden en que la inflación se consolida como el principal problema del país. En el caso del primero, lidera el ranking con un 64% mientras que en el segundo estudio coincidieron un 60% de los consultados, que creen, además, que será más alta el mes que viene.
“Hay dos fenómenos en simultáneo. Hay más ayuda alimentaria en los barrios, los comedores están trabajando más. Y hay un fenómeno que es nuevo. Estamos dando ayuda con un bolsón de comida a gente que tiene trabajo formal. Eso antes no pasaba”, indica a LA NACION el jefe de Gabinete y responsable de Seguridad del Municipio de Lanús, Diego Kravetz.
“Hoy, básicamente, en los barrios hay dos problemas serios. El precio de los alimentos, la leche y el pan a más de $300 y el asado a $1200, y el endeudamiento de las familias. Como la plata no alcanza, la gente se endeuda y lo que pasa hoy es que arrancan debiendo plata y por eso le sobran tantos días en el mes. Hay mucha gente angustiada, con dificultades. Todos lo sabemos: aumenta el dólar y aumentan los precios”, analiza en diálogo con LA NACION el exministro de Desarrollo Social y actual diputado nacional del Frente de Todos, Daniel Arroyo.
“Es por el dólar”
El diagnóstico coincide con el relato de Héctor. “Todos los proveedores te dicen lo mismo: ‘es por el dólar’. Este es el país del por las dudas, todos suben por las dudas. Ahora, cuando baja, nadie baja nada. Hay cosas que la gente no va a poder comprar más, como las pilas, los encendedores”, considera el hombre que hace 22 años atiende un kiosco frente a la estación de Laferrere.
“Todos los días tenemos que remarcar algún producto. Hay algunos que en 15 días ya cambiaron dos veces, si no remarco tampoco se puede”, relata. Ante el constante cambio de precios, Héctor optó por sacar los carteles y etiquetar cada producto. Es más fácil cambiar las pequeñas etiquetas que los carteles en los estantes.
La misma estrategia adoptaron en el bazar que está a dos cuadras. “Ahora ponemos etiquetas adhesivas, no cartelitos. La semana pasada cambiamos los precios un 20% y la que viene vamos a tener que aumentar. Los proveedores no quieren vender hasta que no se calme un poco”, cuenta Leonardo, uno de los tres empleados. “Ahora, como estamos en vacaciones, pusimos los juguetes adelante, hay que provocar la venta. Si no, nos vamos a quedar sin trabajo todos”, agrega. El local abrió sus puertas este mes y están a prueba, deben superar un objetivo de ventas que todavía no pudieron alcanzar.
La imagen también se repite en la carnicería donde trabajan Albert y Matías. Con un cartel de precios sin completar, optaron por resaltar las ofertas en la puerta del local. “El precio de la carne se fue a las nubes como el dólar”, dice el primero, mientras se agarra la cabeza.a.
Las tareas informales, más conocidas como “changas”, también recibieron el impacto de la subida del dólar. “Los fierros están carísimos”, se queja Pablo, un hombre de 60 años, en la puerta de su casa, en una esquina de Villa Fiorito. Además de trabajar como remisero, hacía trabajos de herrería para sus vecinos. Hace pocas semanas les pidió a sus clientes que compraran el material. “Antes solo les pedía el 50%, porque si no te encargaban y no lo venían a buscar. Pero ahora están carísimos, les pido que lo compren”, cuenta, mientras acomoda sobre su mesa de trabajo una reja. Delante de su taller colgó varias máquinas usadas y herramientas de trabajo que están a la venta.
La postal se repite en varias casas. Sentada sobre una banqueta y con sus piernas cruzadas, Alicia, que tiene un negocio de compra y venta de usados hace siete años, confirma la tendencia. “En las últimas semanas aumentaron las compras. La gente no tiene plata, se vuelcan a lo usado”, señala. En su local se pueden encontrar desde cocinas, ollas, inodoros, colchones, hasta bicicletas. “La gente no tiene plata”, repite y agrega: “No da para más esto”.
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