Corrupción: retrato de un sistema estructural diseñado para saquear al Estado
El caso de los cuadernos terminó de exponer el circuito oscuro de connivencia entre políticos, empresarios, jueces y financistas que persiste desde hace décadas en la Argentina
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Primero fueron los suecos de Skanska. Después, vinieron los alemanes de Siemens. Luego, los brasileños de Odebrecht . Y al final llegaron los argentinos.
Así, paso a paso, la historia reciente de la corrupción en la Argentina se escribió de la mano de multinacionales que vomitaron sus verdades, aunque el mazazo llegó escrito en ocho cuadernos por un chofer raso del Ministerio de Planificación que terminaron de exponer cómo funciona el sistema de corrupción estructural.
¿Qué dejaron en evidencia suecos, alemanes, brasileños y argentinos?
Primero, que las prácticas corruptas llevan décadas en la Argentina, pero que durante los años kirchneristas alcanzaron el paroxismo. Y así lo confirman protagonistas "arrepentidos", como el exembajador "paralelo" con Venezuela Claudio Uberti, que confesó que Néstor Kirchner y Hugo Chávez embolsaron al menos US$50 millones en la emisión de bonos soberanos... O Aldo Roggio y Carlos Wagner, en los sectores de transporte y de la construcción.
Segundo, que "la patria contratista" devino en "el club de la obra pública", siempre en perjuicio del Estado y a niveles pornográficos. Y eso los llevó al colapso. Por codicia, como lo definió el fiscal de la investigación, Carlos Stornelli , en una de sus contadas apariciones públicas. Tras la muerte de Kirchner, sostuvo, "los muchachos se desmadraron".
Tercero, que el sistema requiere de armadores. Como Wagner desde su función como presidente de la Cámara Argentina de la Construcción entre 2004 y 2012. Así surge en la causa de los cuadernos y lo confirman "delatores premiados" de Odebrecht en Brasil. Como el exvicepresidente para América Latina Luiz Mameri, que declaró que Wagner les indicaba con qué empresas locales debían asociarse, qué proyecto iban a ganar, a quién tendrían que sobornar y cuánto pagar. "Para participar en proyectos de obra pública en la Argentina -resumió Mameri en Brasil- era imprescindible asociarse con empresas locales".
Cuarto, que el sistema requiere de "valijeros". Como la mano derecha del ministro Julio De Vido , Roberto Baratta , y su chofer, Centeno . O el exsecretario privado de Kirchner Daniel Muñoz. Y también de las empresas, como Javier Sánchez Caballero (Iecsa), Héctor Zabaleta (Techint), Raúl Valenti (Impsa), entre otros, por órdenes superiores.
Quinto, que el sistema requiere de "operadores" financieros. Como Clarens. O, en un nivel inferior, la financiera SGI, "La Rosadita", de Federico Elaskar y Leonardo Fariña, protagonistas desde Puerto Madero de "la ruta del dinero K" con bolsos que no se contaban. Se pesaban.
Sexto, que las empresas perfeccionaron un método para extraer fondos de sus balances. Primero recurrieron a facturas truchas de sociedades "pantalla". Pero el "caso Skanska" los llevó al borde del knock-out. Y aprendieron. Entonces recurrieron, entre otros trucos, a las facturas truchas de empresas reales y, por tanto, más difíciles de rastrear. Eso investiga la AFIP, por ejemplo, en las cuentas de Fainser, la constructora del detenido expresidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) Juan Carlos Lascurain.
Séptimo, que los políticos prefirieron desarrollar un mecanismo de recaudación ilegal antes que sincerar cuánto cuestan las campañas y plantear a la sociedad que necesitan financiamiento legal. Porque "para hacer política en serio se necesita 'platita'", jura el exdiputado nacional santacruceño Rafael Flores que le dijo la entonces legisladora Cristina Fernández de Kirchner. Y así podrían confirmarlo los equipos de Mauricio Macri, Daniel Scioli y Sergio Massa, que en 2015 recaudaron y gastaron mucho más de lo que declararon ante la Justicia Electoral.
Octavo, que muchos políticos también prefieren ese sistema para engrosar sus patrimonios, a veces con la mera excusa de las campañas, en un tango hipócrita con los empresarios. "Un aspecto que se desprende de los primeros testimonios recolectados en la presente investigación -remarcó Bonadio al procesarlos- es que el dinero pedido por los funcionarios y entregado por los empresarios se correspondía con aportes de campaña, cuestión que se fue relativizando a medida que los empresarios aportantes empezaron a reconocer que era para los gastos de la política y luego, solo reconociendo que eran coimas".
Noveno, que la recaudación para "la política", como la definió José López, se destina también a honorarios de abogados defensores, jueces y fiscales corruptos, operadores judiciales, periodistas cómplices y más.
Décimo, que la "ruta del dinero" incluye cash y pagos en especie (joyas, autos, casas, campos, acciones) y transferencias offshore. Por eso, no sorprende que Siemens haya pagado, en efectivo, pero también con transferencias a Suiza, el Caribe y hasta Hong Kong, a funcionarios menemistas y de la Alianza para ganar el contrato de los DNI, para conservarlo y para tratar de resucitarlo. O que la joyería Simonetta Orsini -liderada por un narcolavador convicto en Estados Unidos y la esposa de uno de los dueños de Electroingeniería- fuera la "joyería del poder". Por allí pasaron políticos, empresarios, jueces, fiscales y periodistas deseosos de regalar y recibir artículos de lujo.
Undécimo, que todo sistema puede superar incluso a la muerte. Como la de Kirchner. "Después del 2010, hubo uno o dos años aproximadamente que se cesó el requerimiento de dinero o fue menor el requerimiento", recordó Wagner. Pero "a partir del año 2012 se reinició el esquema". Lo mismo plantearon los "delatores" de Odebrecht en Brasil.
Y duodécimo, que todo esto solo es posible si el Estado carece de las herramientas para investigar o mira para otro lado. Con organismos de control que no controlan, con poco presupuesto, leyes desactualizadas o "tuneadas" para resultar ineficaces y mucho más. Porque la corrupción sistémica solo es posible si quienes deben controlar no pueden -o no quieren- controlar.
- La mañana del 22 de febrero de 2012 no fue una más para la Argentina: en la estación de Once, en el corazón de Buenos Aires, 52 personas perdieron la vida y 789 sufrieron heridas, algunas gravísimas, en un hecho que reveló de manera brutal que la corrupción mata. La formación no pudo frenar en el andén. La falta de mantenimiento y de control sobre los trenes derivó en la tragedia. La Sigen reveló que el exministro de Planificación Julio De Vido sabía del estado deplorable en que estaba el tren operado por TBA.
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