Coronavirus. Varados en el puente: la odisea de los últimos argentinos que cruzaron por Iguazú
El domingo 29 de marzo siete argentinos que venían de un viaje de intercambio de un programa "Work and Travel" desoyeron a las autoridades de frontera brasileñas y al cónsul argentino en Foz de Iguazú, Roberto Lafforgue, quien les advirtió que no podían ingresar al país porque, por el avance del coronavirus, desde las 0 horas un decreto cerraba totalmente la frontera para acceder a Iguazú.
Como no hay ninguna ley que impida retener a las personas, el grupo salió igual y a pie recorrió los 2000 metros que separan la cabecera del famoso puente internacional Tancredo Neves con el centro de frontera del lado brasileño.
Inaugurado en 1985 por los presidentes José Sarney y Raúl Alfonsín, es -desde hace años-, el segundo acceso al país, sólo superado en tráfico por el Aeropuerto de Ezeiza, según datos de la Dirección Nacional de Migraciones.
Pese a su importancia, el puente Tancredo Neves es también tierra de nadie. Quien lo camina ya salió de un país, pero no entró todavía en el otro. No es Argentina ni Brasil. Allí quedaron varados 16 argentinos cuando se decretó el cierre de fronteras.
Como miles de argentinos, ese pequeño grupo había llegado ahí tras un largo periplo cargado de tensión, dramatismo e incertidumbre. Una vez allí, razonaban, el sistema de emergencia montado para "repatriar" a cada compatriota a su provincia se encargaría del tramo final hasta casa.
Se trataba de cruzar el Tancredo Neves, también conocido como Puente de la Fraternidad, y meterse en la boca de ese embudo en el que se transformó la cabecera argentina desde que se declaró la emergencia sanitaria y se cerró el ingreso a extranjeros, el lunes 16 de marzo.
En esa boca ancha del embudo, media docena de organismos (Migraciones, Gendarmería, Ejército, el Ministerio de Salud, Defensa Civil y los Bomberos Voluntarios) se organizaron para tratar de cumplir una tarea casi imposible: dejar pasar a los compatriotas, pero sin dejar entrar al virus. O al menos, aislarlo si se detectaban síntomas sospechosos en alguna persona.
¿Cómo lograr un filtro efectivo cuando los que pasaban por allí provenían de lugares clasificados de alto riesgo, como Brasil o los Estados Unidos?
Para miles de argentinos que quedaron varados en el exterior cuando se empezaron a cerrar las fronteras, ese puente de 489 metros de longitud y apenas 16 metros de ancho, sostenido sobre largos pilotes de hormigón a casi 80 metros de del río Iguazú, fue el último obstáculo antes de volver al país.
Pero ese pequeño y angosto viaducto –es minúsculo comparado con el puente Zárate-Brazo Largo- se iba a convertir para ese grupo de 16 argentinos (a los siete originales se sumaron después otros nueve) en un trecho imposible de cruzar. Una barricada, custodiada por efectivos armados de la Gendarmería, cortaba totalmente el paso.
El grupo pasó la noche allí, en tierra de nadie, porque el puente internacional no es Argentina ni es Brasil, a pesar de que está pintado mitad de celeste y blanco y mitad de verde y amarillo. Quien lo camina ya salió de un país pero todavía no entró en el otro.
Las dos noches siguientes pudieron cobijarse en una carpa del Ejército, antes de ser finalmente admitidos como los últimos argentinos que ingresaron por el Tancredo Neves.
Desde entonces y hasta hoy, el puente permanece cerrado para cualquiera, argentino o extranjero.
Como en la superproducción de Hollywood del director Richard Attenborough, quien relató a finales de los 70 la odisea de los aliados por cruzar el río Rin en la ciudad holandesa de Arnhem, el Tancredo Neves se transformó para muchos argentinos en un puente imposible de cruzar.
Los que sí lograron cruzar
Antes del cierre del 29 de marzo, miles de argentinos lograron regresar al país a través del Tancredo Neves, no sin antes pasar días y horas cargados de tensión, de recibir malos tratos de aerolíneas o funcionarios consulares, de pagar el doble o el triple por un viaje en bus y de padecer la desesperación de estar lejos de casa sin saber cómo volver. Además, muchos sintieron las críticas de quienes los señalaron por haber salido del país en medio de la crisis.
En épocas normales, el Tancredo Neves es la segunda entrada al país detrás del Aeropuerto de Ezeiza. Pero desde que se cerró el Ministro Pistarini a todas las aerolíneas, miles de argentinos varados en el exterior empezaron a comprar vuelos para aterrizar en el aeropuerto de Foz de Iguazú (a sólo 5 kilómetros del puente) o llegar hasta esa ciudad desde Río de Janeiro o San Pablo en bus, combi, taxi o Uber, para después cruzar el puente.
Se estima que unas 1000 personas cruzaron cada día por ese viaducto para reingresar al país desde que se cerraron las fronteras.
"Cuando cruzamos el puente lloramos y teníamos ganas de abrazarnos, pasamos días muy dramáticos", relató Carolina Restelli a LA NACION. Restelli se fue de vacaciones a las playas de Brasil con su novio, Sebastián, el 7 de marzo. Tras disfrutar unos días en los que todavía no les llegaban tantas noticias de la crisis y el cierre de fronteras, cerca del 20 arrancó su odisea para volver al país.
"Nos cancelaron nuestro vuelo de Latam. Ibamos todos los días al aeropuerto del Galeao y nos pedían que nos anotáramos en una lista que parecía de almacenero. Pero al otro día esa lista había desparecido y había otra donde no estabas. Nos trataron mal... la aerolínea, el consulado, que nos decía que nos vayamos de Brasil pero no cooperaba", explicó, ya desde su departamento de Belgrano, donde hace la cuarentena obligatoria a la que se comprometió firmando una declaración jurada.
Al final, Cecilia y Sebastián contrataron una combi que les cobró 700 reales por persona (unos 130 dólares) para un viaje incómodo de 26 horas hasta Foz de Iguazú. "Llegamos con los nervios de punta porque no estábamos seguros si nos iban a dejar pasar. Había muchas versiones, pero al final cruzamos en taxi y del otro lado nos atendieron muy bien, nos controlaron, nos tomaron la fiebre, firmamos las declaraciones juradas y había carteles para separar los grupos que iban a salir en micros a Salta, Tucumán, Bueno Aires. Ahí estaba todo bien organizado", comentó.
Tras pagar 4200 pesos cada uno, se subieron a un micro que los dejó 24 horas después en Retiro y de allí directo al hogar para comenzar la cuarentena.
Zona de guerra
No son exageradas las comparaciones entre esta crisis provocada por la pandemia del coronavirus y una guerra. No, al menos, en Puerto Iguazú, que se convirtió en frente de batalla a medida que avanzaron los contagios.
En la pequeña localidad misionera se vivieron jornadas de mucha tensión y algunas escenas propias del cine catástrofe. El espectacular parque nacional, que tiene uno de los atractivos naturales más visitados y admirados del mundo, cerró sus puertas el 16 de marzo, dejando sus pasarelas y rincones vacíos, como si estuvieran abandonados.
Y las Cataratas del Iguazú, con sus más de 200 saltos de agua, prácticamente se secaron estos días, al bajar el caudal del río Iguazú. Al dramático cuadro se agregaron los hoteles de lujo sin gente, como el Meliá que está situado dentro del parque, con sus habitaciones mirando hacia la imponente Garganta del Diablo.
El moderno aeropuerto Carlos Krause –su remodelación total concluyó este año, con una inversión de más de 2000 millones de pesos– un día vio como dejaban de llegar los vuelos de Latam, Andes, Flybondi, JetSmat o Norwegian. Antes ya se había cancelado las dos frecuencias semanales con Madrid que realiza Air Europa.
Solo siguieron volando en emergencia Aerolíneas Argentinas y la Fuerza Aérea, con el Fokker F28 y el Hércules C138, para evacuar a los últimos argentinos que pudieron cruzar el puente el viernes 27 de marzo. Las tiendas de campaña del Ejército montadas por el Regimiento de Infantería de Monte 9 en la cabecera, destinadas a recibir y asistir a los que cruzaban, también fueron parte de esta escenografía de película bélica.
Muchos pasaron una noche ahí mientras esperaban con el corazón en la mano conseguir un medio, cualquiera, para volver a casa.
Durante días funcionó de forma más o menos aceitada el operativo organizado por los gobiernos nacional y provincial para disponer micros que embarcaran a cientos de argentinos y los llevaran a sus ciudades de origen. No solo debían jurar que iban a cumplir la cuarentena en sus hogares: también se avisó a los intendentes de sus ciudades que vigilaran ese cumplimiento.
El sistema imperó hasta el domingo 29 de marzo, cuando el puente Tancredo Neves se cerró totalmente a cualquiera que quiera cruzarlo.
El cierre de Puerto Iguazú
Parte del drama de estos días también lo vivieron las autoridades de una ciudad que vive del turismo. Las Cataratas del Iguazú batieron su récord de afluencia en 2019, con 1.635.237 visitantes. Esa marca superó el anterior récord, de 2018, en un 7,5 por ciento.
Fueron dos años de recesión para la Argentina, pero de explosión para esta ciudad, por la llegada de extranjeros con el dólar barato y de argentinos que dejaron de visitar otros destinos. También, por el boom de los vuelos low cost.
Pero Puerto Iguazú tuvo que decidir entre el bolsillo o la salud y decidió rechazar a todos los que no fueran de la localidad. Fueron jornadas de mucha tensión hasta que el intendente tomó la decisión -con el apoyo de todo el Concejo Deliberante y de la población- de cerrar el acceso a la ciudad a cualquiera que cruzara el Tancredo Neves.
A diferencia de otros jefes comunales que cortaron calles o caminos vecinales, Claudio Filippa fue más allá e invadió la jurisdicción federal: cruzó tres enormes camiones, cargados con caños de hormigón de los que se usan para el tendido de cloacas, para cerrar el paso desde el centro de frontera. De esta manera, un municipio estaba cerrando el segundo paso fronterizo de la Argentina.
"Sabíamos que la decisión pudo estar en entredicho, incluso con la Constitución, pero estos son momentos extraordinarios y la salud está primero", dijo a LA NACION Domingo Martínez, vicepresidente del Concejo Deliberante, que apoyó y refrendó la decisión del intendente. Horas después, el juzgado federal de Eldorado iba a obligar a Filippa a sacar los camiones y le iba a iniciar una causa.
Sin embargo, su mensaje tuvo efectividad: si sigue pasando gente, va a entrar el coronavirus. En Foz de Iguazú ya había cuatro casos confirmados. Tres días después, el gobierno nacional tomó medidas: cerró el paso a todos, argentinos y extranjeros.
Al día de hoy, Puerto Iguazú tiene dos casos confirmados de Coronavirus, de los tres que tiene la provincia de Misiones (el restante es de Posadas).
En Puerto Iguazú funciona el moderno Instituto Nacional de Medicina Tropical (Inmet), un complejo de 10.000 metros cuadrados con la última tecnología que, para algunos, podría haber jugado un rol importante en esta crisis. Se inauguró hace unos meses y demandó una inversión de 1800 millones de pesos.
El Inmet pertenece a la Administración Nacional de Laboratorios de Salud y depende directamente del Malbrán. Cuenta con los medios para realizar las pruebas PCR, según relató a LA NACION un investigador que trabajó allí pero se fue por discrepancias con la conducción del reconocido biólogo Daniel Salomón.
Sin embargo, mientras a pocas cuadras de allí miles de argentinos entraban al país, el Inmet no participó de ninguna manera en las tareas de contención en la crisis.
Una pesadilla y una esperanza
Si para muchos el Tancredo Neves fue una pesadilla, para otros fue una esperanza inalcanzable. Uno de ellos fue Ignacio Casaccia, oriundo de Adrogué, que se fue de vacaciones a Nueva York y Miami con su esposa y sus tres hijos. El viaje para el que ahorró durante años era el regalo de 15 para su hija mayor.
"La idea era ir a Nueva York y pasar dos semanas en Disney. El 11 de marzo salimos de Ezeiza y todavía no se había declarado la pandemia. Nunca pensamos que se iba a desencadenar de esta forma. Cuando llegamos a Nueva York estaba todo normal, todos los negocios abiertos, alguna que otra persona muy aislada con barbijo, pero cuando el alcalde declaró la emergencia, días después, fuimos al consulado y ahí empezamos a preocuparnos por volver", explicó a LA NACION desde Miami.
Casaccia y su familia al final nunca llegaron a ir a Disney. Alquilaron un auto, viajaron a Miami y desde allí solo pensaron en cómo volver al país. "Con Ezeiza descartado empezamos a pensar en viajar a Foz de Iguazú, por San Pablo. Había vuelos, pero el problema eran las versiones de que el puente se iba a cerrar, así que al final no viajamos", relató.
Su odisea es la de miles de argentinos que quedaron varados y no pudieron volver aún al país. Ni por Ezeiza ni por el Tancredo Neves.
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