Coronavirus: los siete frentes que desafían a Alberto Fernández
Siete frentes, abiertos en simultáneo, desafían a Alberto Fernández y su popularidad astronómica. La realidad, demasiado dinámica, lo obliga ahora a neutralizarlos para sostener su flamante liderazgo. Tan repentino como frágil. La empresa que tiene por delante Fernández adquiere su real magnitud más por su dimensión cualitativa que por su volumen cuantitativo. Las amenazas no solo vienen de afuera.
En las filas de su coalición y en su propia gestión abundan los zapadores. Voluntarios e involuntarios. La lista de los frentes abiertos refleja la heterogeneidad de causas y orígenes de los desafíos:
- El pico de contagios del Covid-19 por venir, que dificulta la salida de la larga cuarentena.
- El desbarajuste económico general, agravado por el aislamiento.
- La deuda pública, que el viernes empezará a develarse si pasa del "default virtual" al real o si se encamina hacia su reestructuración.
- Las internas en el Gobierno.
- El avance del kirchnerismo duro en puestos y temas muy sensibles.
- La clase media agobiada por el encierro y la situación económica, ahora enojada por el plan "Presos Cuidados".
- La oposición que, aun atravesada por sus propios conflictos y fisuras, empieza a desperezarse.
La enumeración expone, también, la interdependencia de casi todos sus componentes y la complejidad para una gestión caracterizada por el abordaje y la resolución axiales de los problemas. El Presidente es el eje que vincula todos los puntos. No hay muchos más conectores ni conexiones. Su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, es una extensión de sí mismo.
El caso de la economía y la salud ofrece a diario muestras (para nada gratis) de las paredes que las separan en la cima del poder. Aunque a Fernández le guste decir que es un falso dilema plantear la opción salud o economía. No es un problema conceptual, sino de mera praxis.
En materia económica, la percepción de millones de argentinos de su situación personal podría chocar en breve con la creencia de los principales funcionarios del Gobierno respecto del impacto de la cuarentena. El dilema se torna verdadero o más complejo.
La afirmación hecha ayer por el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, sobre que "la actividad económica comienza a tomar de a poco otro color" cayó como un ejemplo de exceso de optimismo en los sectores productivos. Ni hablar cuando se enteraron de que el ánimo entusiasta se había expandido por los principales despachos de la Casa Rosada y de Olivos. La distancia que media entre las planillas de cálculo y la realidad personal puede ser abismal. Cualquier mejora será tan imperceptible (en los bolsillos) como innegable (en las pantallas).
Los empresarios, de casi cualquier magnitud, que pagaron los salarios de abril (ni muy en forma ni muy en tiempo) tienen ahora muchas más dudas respecto de los sueldos de mayo. Coincidirían con ellos gobernadores e intendentes si dependieran de ingresos genuinos. En todas las encuestas se observa, semana tras semana, un ensanchamiento de la brecha entre empleados públicos y asalariados de empresas privadas respecto de su situación y sus perspectivas económicas. No debería sorprender.
La situación de la producción y el comercio también está sometida a los abordajes fragmentarios del Gobierno, agudizados por la dedicación excluyente a la deuda por parte de Martín Guzmán. La asunción de la totalidad de las funciones del Ministerio de Economía aún lo espera.
La evolución de realidades y expectativas empezarán, no obstante, a converger en breve. Mucho dependerá de lo que ocurra entre el viernes próximo y el 22 de mayo, cuando se defina el resultado del plan de reestructuración de la deuda pública. La semana que empieza estará atravesada por la agudización de las tensiones y de los rumores propios de las instancias decisivas, con el consecuente impacto en los mercados. No serán días fáciles.
Pero las curiosidades abundan. El sostenido avance del kirchnerismo en temas claves o áreas sensibles del Estado, que alcanzó en estos días nuevas cimas, tuvo un impensado efecto positivo para el Gobierno. En medio del estupor, el establishment salió casi en masa a expresar su apoyo a la renegociación que lleva adelante Guzmán. El temor a que un fracaso termine sin disimulos con las riendas de la economía en manos cristinistas fue un poderoso aglutinador. El miedo, por ahora, sigue jugando a favor de Fernández.
Lo peor no llegó
La epidemia del Covid-19, mientras tanto, no ha perdido nada de su carácter amenazante más allá de lo "planita" que vaya a ser la curva de infectados, como pronosticó el Presidente. Lo malo es que lo peor aún está por venir. Justo cuando el agobio por el encierro ya alcanzó, para muchos, su punto de saturación. Economía y salud (mental o física) encuentran sus espacios de convergencia. Las capas medias de la sociedad aparecen ahora como las más afectadas por el encierro y sus consecuencias económicas. No debió haber sido una sorpresa, así, que en ese segmento estallara con tanta fuerza la indignación, en tono de cacerolazo, por la excarcelación (o las gestiones para la liberación) de presos condenados por corrupción o por delitos gravísimos. La sensibilidad respecto de la falta de justicia (de cualquier tipo) es alta en estos segmentos. Anoche se volvió a demostrar.
El plan "Presos Cuidados", como lo llamó el ingenio popular, dejó en un manifiesto offside a Fernández y a sus más cercanos colaboradores, expuestos por autores enrolados en el cristinismo. El caso de la ministra Marcela Losardo es, así, estruendoso, menos por el hecho en sí que por la falta de consecuencias para quienes gambetearon su autoridad y la del Presidente. Lo reconocen en el oficialismo.
Fernández no se hizo ningún favor justificando en un primer momento las prisiones domiciliarias con argumentos formales. Recurrir a correcciones semánticas o a la remanida existencia de supuestas conspiraciones mediáticas no pareció alcanzar. O, peor aún, exhibió con qué asiduidad está a merced de la agenda que imponen otros. En la Casa Rosada se empeñan en negar que ese episodio, como el reemplazo de Alejandro Vanoli por la camporista Fernanda Raverta al frente de la Anses, muestre un empoderamiento de Cristina y Máximo Kirchner. Así, la inmunidad de la que han gozado los liberacionistas y el éxito de la operación de acoso y derribo de Vanoli solo vendrían a corroborar la vigencia de la doctrina menemista de las casualidades permanentes.
El control de la mayor caja del Estado, que asiste a 20 millones de argentinos y tiene representación en todo el país, es un recurso invalorable para hacer política. El binomio que la conduce pertenece a La Cámpora. En la Casa Rosada dicen ahora que la agrupación que lidera Máximo Kirchner es injustamente demonizada. Muchos de ellos la llamaban antes de las elecciones presidenciales "el ISIS kirchnerista". Todo cambia.
También podría inscribirse en ese contexto de avances cristinistas el apoyo sin fisuras del bloque del Frente de Todos a la vicepresidenta para quedarse con la ocupación exclusiva del Senado y avanzar con el plan de sesionar solo virtualmente. El objetivo es intentar la aprobación del impuesto extraordinario a los grandes patrimonios a pesar de las disidencias parciales expresadas por el Presidente. Las líneas siguen corriéndose.
El desequilibrio que generó el ascenso sideral de la popularidad de Alberto Fernández parece destinado a corregirse o a disimularse. Como si los esfuerzos dialécticos por desmentir la existencia del albertismo hubieran sido insuficientes. Mejor que decir es hacer.
Mientras, tanto la oposición empieza a desperezarse y a desmarcarse. Curiosamente, Cristina Kirchner le subió anteayer el precio al dirigente opositor mejor posicionado en la opinión pública. Una ácida referencia en Twitter a Horacio Rodríguez Larreta hizo ruido en el "círculo rojo". También en la Casa Rosada. Evidencias de que los frentes que desafían a Fernández tienen notable vitalidad. Y, sobre todo, de que siguen marcándole la agenda cotidiana y compitiendo con su liderazgo. Repentino y aún frágil.
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