Coronavirus: el golpe impiadoso de la pandemia en el corazón del conurbano
Maxi acomoda, en silencio, los pocos cajones de tomates que le quedan en esa verdulería improvisada con lonas. Sabe que, por ahora, el trabajo se terminó. Pero no sólo el suyo. Levanta la cabeza y ya no están los Falcon que hacían fila detrás de la estación Laferrere. Sus clientes, que subían con las bolsas a esos remises informales, están todos en cuarentena por el coronavirus.
"Podía imaginarme cualquier crisis, loco, ¿pero esto? Estoy perdido. No voy a poder hacer changas, tampoco puedo ir a cortar el pasto a las casas. ¿Quién me va a abrir la puerta?", piensa en voz alta Maxi, 29 años, padre de tres hijos, en su último día de trabajo.
Maxi no tiene barbijo, pero mantiene la distancia cuando habla con LA NACION sobre el vuelco que puede dar su vida con la llegada del coronavirus. "Sí, me enteré que el Presidente nos va a dar una ayuda, pero ¿cuánto me pueden durar $3000 pesos? Ojalá llegue pronto la ayuda. Vayamos día a día", reza.
La Matanza, el corazón del conurbano bonaerense, está desierta. Los colectivos son mayoría en la ruta 3, la principal avenida del distrito. Las estaciones del Metrobús matancero están vacías. Los negocios, cerrados. Las personas se cuentan con los dedos de la mano, bien espaciadas, en las filas de supermercados y farmacias.
El conurbano está agazapado a la espera del coronavirus
A la espera del impacto
Luz roja. Las alarmas se encienden en el Hospital Posadas cuando llega Mariano Álvarez. Reporta síntomas de Covid-19 ante los policías que controlan el ingreso del hospital. Inmunizados con guantes, barbijo y cofia se acercan un médico y un guardia de seguridad hasta su auto. Lo escoltan hasta la zona indicada. Le dan alcohol en gel y le preguntan, sin sobresaltos, los síntomas concretos. Falsa alarma: es dengue.
Así funciona el sistema de emergencias por el coronavirus en el Hospital Posadas, el centro más equipado de la zona oeste. Así de personalizado funciona ahora, que en la que en la guardia esperaban apenas un puñado de pacientes.
"Cuando vengan muchos casos, los vamos a ir atendiendo a esta distancia y lo vamos a derivar allá", advierte el médico desde el otro lado de un cordón de seguridad, a tres metros de los pacientes. A su derecha, las autoridades del hospital ya montaron una carpa verde militar sobre un pequeño parque para aislar a los posibles infectados. Como ya hicieron con el único paciente con coronavirus que está internado en el Posadas, pero que por ahora está alojado en una habitación especial dentro del edificio.
Los camilleros conversan entre sí en el hospital Alberto Balestrini, de Ciudad Evita. Las doce personas que esperan en la guardia tienen todas barbijos y esperan solas. A distancia reglamentaria. Nadie corre, pero nadie habla. Abigail, mamá de uno de los enfermos, espera afuera con guantes y barbijos, como todos los familiares. "Pensamos que tenía coronavirus. Llamamos al 147, pero la ambulancia no llegaba más. Al final era dengue", resopla, aliviada.
El Gobierno y los intendentes ya se preparan para combatir al coronavirus, tanto en los hospitales como en los bolsillos. Alberto Fernández anunció este lunes una ayuda de $10.000 para trabajadores informales y monotributistas. También hubo un refuerzo de $3000 para beneficiarios de planes sociales.
"Desde tempranito hasta ahora entraron seis personas, ¿cómo te parece que estamos?", responde Belén, empleada de la única panadería abierta en el centro de Laferrere. Son las 15. Acostumbrada al hormigueo de personas que se movía por la avenida Luro, Belén se aburre en la cuarentena. Los grafitis de las persianas bajas se convirtieron en el paisaje habitual del centro comercial.
"Mañana ya cerramos. El dueño nos dijo que tenemos el sueldo de marzo asegurado a pesar de que no trabajemos los próximos días, pero en abril no sabemos qué va a pasar si la panadería no abre", dice y mira a sus dos compañeras que asienten con los ojos bien abiertos.
Las restricciones
Lunes 23 de marzo, 16 horas. Sólo dos personas caminan por el andén de la estación Laferrere por la cuarentena obligatoria. El Belgrano Sur, el tren que abastece el gentío constante del barrio, está sitiado. Planilla y lapicera en mano, una policía le toma los datos personales a quien quiera tomar el tren. Le pide que le muestre su permiso para circular. Coteja sus datos y, finalmente, le permite el ingreso. "Hoy, feriado, ya dejamos afuera a 20 personas. Sus datos van directo a la Justicia. Está prohibido circular", remarca.
Lo advirtió el Presidente en los últimos días: controles más estrictos. La Policía desplegó retenes en las autopistas y controles en las principales avenidas. Frente al Mercado Central, por ejemplo, ningún vehículo pasaba el peaje sin mostrar su permiso. Al costado, sobre la banquina, siete autos estacionados con la leyenda "secuestrado".
"No tomamos conciencia, no tomamos conciencia", grita Silvia Morales detrás de su barbijo en la fila del Wallmart de San Justo. Silvia, enfermera, 57 años, retrocede dos pasos ante cada pregunta de LA NACION. "Vengo todos los sábados, pero hoy voy a hacer una compra para dos semanas. Pensé que iba a hacer mucha cola, pero si hasta tenemos lugar en el estacionamiento", dice justo antes de que le permitan entrar.
Dos policías gritan: "¡Diez personas más! ¡Diez personas más! Uno por familia, por favor". Pero la fila ni siquiera suma diez. Las fuerzas de seguridad miran con especial atención a los supermercados en el conurbano bonaerense ante posibles desbordes sociales. La semana pasada, el Gobierno adelantó el horario de cierre a las 20 y no se descartan nuevas medidas para evitar malos tragos si la cuarentena se extiende durante abril.
Laura Gómez, 37 años, no llega al supermercado. Son seis: ella, desempleada; su pareja, que es cartonero, y cuatro hijos pequeños. "Si la gente no sale a la calle nosotros no tenemos cartón", explica mientras acomoda, como un tetris, el tupper con guiso y el flan que le entregaron en el comedor popular de la agrupación Barrios de Pie.
Los Bendecidos de Isidro Casanova cerró el comedor para evitar contagios, pero los vecinos desfilan con ollas y cacerolas todas las tardes para llevar comida a 50 familias del barrio. Acá también ataca el coronavirus: los comedores escolares cerraron por prevención. "La verdad es que no me preocupa el coronavirus. Yo quiero que esto nos deje comer", se sinceró Laura.
Con la colaboración de Javier Fuego Simondet
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