Coronavirus. Con camas y oxígeno al límite, cómo se atiende en José C. Paz
En el municipio que gestiona Mario Ishii, como en otros distritos del AMBA, los recursos para atender infectados comienzan a escasear; cada vez son más los contagiados de entre 40 y 60 años
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Rocío Sotelo está sentada en el cantero que bordea el contrafrente del Hospital Domingo Angio, en José C. Paz, al noroeste del Gran Buenos Aires. Mira su teléfono. Lo deja. Aprieta con sus manos una mochila de lentejuelas fucsias. Mueve los pies. Vuelve a agarrar el teléfono. Cada tanto, levanta la mirada para ver si llega la ambulancia.
Lleva horas esperando a su pareja, Augusto Espinola, que fue trasladado al Hospital Caporaletti, a unas 30 cuadras, para hacerse una tomografía. Espinola tiene 41 años, y hace una semana que se hisopó en las carpas que se montaron en el estacionamiento del Hospital Domingo Angio. En ese entonces, ya presentaba algunas dificultades respiratorias, pero lo mandaron a su casa, en la ciudad de San Miguel, hasta recibir el resultado del test de coronavirus. Con el correr de los días, su cuadro empeoró y decidió volver al municipio que gobierna el peronista Mario Ishii para que lo revisaran. Ahora, Sotelo no sabe si su pareja debe quedar internada; tampoco, si hay lugar para que eso suceda, porque la terapia intensiva está ocupada en un 95%.
“Me piden que espere a tener una definición del hisopado porque no dan abasto, pero mientras esperás, te morís”, dice Sotelo a LA NACION. “Lo hisoparon el martes de la semana pasada, y recién este lunes, que tuvimos el resultado positivo, nos dieron bola. Lleva días agitado”, agrega la mujer, inquieta, y continúa: “Tuvimos contacto estrecho con mi abuela, que murió de Covid-19 hace unos días, en González Catán. A ella le pasó lo mismo. No la internaron hasta no tener el resultado; para cuando la atendieron, el pulmón estaba hecho un desastre”.
Junto a Sotelo, otro grupo de personas espera, frente al estacionamiento del hospital, a que algún médico se asome a dar el parte sanitario de los internados. Marcelo Gómez insiste en que lo informen sobre su mujer, Elizabeth Medina, que fue internada en terapia intensiva, por presentar una neumonía avanzada. Medina había sido hisopada una semana atrás, como Espinola, y su cuadro también avanzó durante la espera del resultado del test.
“El resultado no llegó nunca, pero volvimos porque ya se sentía muy mal”, dice Gómez, respecto de su mujer, de 50 años. “La internaron el domingo y no sé nada de ella desde la mañana del lunes. Me dijeron que están colapsados y que por eso no me han podido responder”, se lamenta.
Más jóvenes
La segunda ola de coronavirus compromete cada vez más la salud de personas con edad media, de entre 40 y 60 años, y las eventuales demoras en el resultado de los hisopados dan algunos días de margen al sistema sanitario, pero acarrean el agravamiento de los cuadros, cuyo destino termina siendo la internación.
“Antes no se veía, como ahora, gente que llega a la guardia con crisis respiratorias de esta magnitud, y eso que no estamos en invierno”, explica a LA NACION Fabían Trucco, uno de los enfermeros del Hospital Domingo Angio responsables de realizar testeos. “Cuando la persona llega saturando poco, hay que internarla, y el resultado del hisopado pasa a un segundo plano”, dice.
Según comenta Trucco, la concurrencia de gente al centro de testeo es variable, pero la positividad de los resultados se mantiene entre un 30 y un 40%. Si bien no son muchas las personas en la fila, el enfermero sostiene: “Hay días que colapsa todo. Hay traslados de gente por merma en el oxígeno, autos particulares que traen pacientes con dificultades respiratorias a la espera de ser intubados, gente que viene a hisoparse con síntomas. Todos los males juntos”.
Trucco continúa asistiendo al hospital, pese a estar operado de un pulmón y haber pasado diez días internado por coronavirus en 2020. “Sigo trabajando porque esto es como la guerra. Mueren colegas, pero uno sigue acá, y hay una sola bandera”, concluye, al hacer referencia al médico Diego Ruelas, coordinador general del SAME de José C. Paz, que murió por Covid-19 en noviembre pasado.
Pocos minutos después de que el enfermero regresa a su puesto, la ambulancia del servicio de emergencias arriba al estacionamiento del hospital. La conduce el reemplazo de Ruelas, Efraín Molina. Con la ayuda de su colega y copiloto, Molina –cubierto con un camisolín blanco y guantes de látex– abre las puertas traseras del vehículo y baja una camilla en donde está acostado un hombre. Es Espinola, que había sido derivado al hospital cercano para hacerse una tomografía. Su torso desnudo se expande con cada tos, y el mismo reflejo, repentino y enérgico, hace vibrar el respirador que le cubre la boca, al punto que, por momentos, parece correr el riesgo de perderlo.
Su novia se levanta del cantero de un salto y se acerca a la camilla, con los ojos llenos de lágrimas. No alcanza a hablar, ni a saludar a Espinola; el personal de salud lo ingresa en el hospital en cuestión de segundos, y la mujer respeta la orden que le prohíbe ingresar. Vuelve al cantero y se sienta a esperar.
Aún con un cuadro respiratorio complicado, Espinola tuvo algo de suerte. Llegó a tiempo para tomar la anteúltima cama libre, de las 30 plazas con las que cuenta la terapia intensiva, ocupada, desde hace días, entre un 90 y 95%. Además, horas antes de su llegada, se repuso el aire en el tanque de oxígeno que abastece a los respiradores, que había quedado vacío el día anterior.
“La problemática empezó la semana pasada porque subió la demanda. Los pacientes aumentaron en número y en patología. Entonces, se superponen con los que se están recuperando y no alcanza el oxígeno”, explica el secretario de Salud municipal, Celestino Saavedra, en diálogo con LA NACION, y advierte acerca del problema con su provisión: “El proveedor nos deja un 30-40% del tanque cargado y eso nos da para tres días, pero si colapsa el sistema, no nos alcanza el aire”. Eso mismo ocurrió este martes, cuando tuvieron que trasladar 18 pacientes a distintos centros de salud de la provincia de Buenos Aires y de José C. Paz.
El problema por el desabastecimiento de oxígeno es generalizado, e hizo que ayer, la ministra de Salud de la Nación, Carla Vizzotti, se reuniera con su par de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, para limitar la comercialización del gas medicinal. “La demanda de oxígeno se cuadruplicó y la oferta sigue siendo la misma. La problemática va a ser transversal a todos los distritos, y, de seguir así, será tan grave como la falta de camas”, enfatiza Saavedra, el funcionario de Ishii.
Tras un inicio de semana complicado, en la terapia intensiva del Hospital Domingo Angio volvió el aire. Se escucha el sonido de los respiradores funcionando y el pitido de los monitores, cuyos números y gráficos se actualizan sin cesar, a medida que cuantifican la saturación y frecuencia cardíaca de los pacientes. Pero aún con la central de oxígeno llena, la sensación de ahogo se mantiene latente. Es que, tras el ingreso de Espinola, solo queda una cama desocupada.
“Esto no pasó ni en el pico de la primera ola. Por suerte, por ahora tenemos recursos”, dice Alejandra Retamar, la encargada de terapia, y, mientras recalcula, busca con la mirada alguna plaza libre en la sala. “Ahí, bien atrás, queda una”, afirma, con algo de optimismo. La mujer señala la pared del fondo del lugar, en la que se pintó una escena de chicos jugando en el campo, con un gran arcoíris y nubes de fondo. En la actual terapia intensiva del Hospital de Traumatología Domingo Angio, que se reinventó, como tantos otros hospitales, para dar respuesta a la pandemia, solía funcionar una sala de pediatría.
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