Coronavirus: ¿Cómo y cuándo salir de la cuarentena?
La pandemia es una crisis global, pero las respuestas vienen siendo nacionales. Los gobiernos se dividieron de acuerdo a sus prioridades: China privilegió al estado, Europa a la sociedad y Estados Unidos al mercado. Al decir del sociólogo Federico Zinni, China optó por la seguridad nacional, Europa por la salud pública y Estados Unidos por la economía. ¿Y nosotros?
A diferencia de los grandes países del continente, Argentina reaccionó como un país europeo. El problema es que sus recursos son más escasos y su mercado de trabajo más informal, por lo que la misma estrategia se arriesga a obtener distinto resultado. En otras palabras, puede fallar. ¿Cómo mantener a cuentapropistas y trabajadores informales en casa si su subsistencia depende de salir de casa? La respuesta es: no hay manera. La cuarentena debe ser limitada en el tiempo y segmentada en la implementación o será incumplida. Las imágenes que llegan de los distritos más pobres del país así lo anticipan.
¿Cómo decidir entonces cuándo levantar la cuarentena? Sugerimos tres abordajes.
El primer abordaje compara cuántas vidas se perderían por reducir el tiempo o la intensidad del distanciamiento (y saturar el sistema de salud) contra cuánta riqueza se perdería por extenderlo. Simplificando: ¿Qué pasa si extendemos la cuarentena un día más? Perdemos tantos pesos pero salvamos tantas vidas. Si suponemos que cada día adicional cuesta proporcionalmente más pesos y salva menos vidas, en algún momento su costo excederá el valor de una vida, dando por terminada la cuarentena.
Esta cuenta tiene varios problemas. Por ejemplo, hay dos datos epidemiológicos que aún desconocemos: si existe la posibilidad de recontagio (lo que disminuiría la utilidad de la inmunidad de rebaño) y si la inmunización incompleta permite una segunda ola del brote (en cuyo caso podría volver la cuarentena).
Supongamos, para facilitar las cosas, el mejor escenario: no hay recontagio y la inmunidad supera el 60% de la población, reduciendo la circulación del virus. Aun dejando de lado la previsible incerteza de algunos parámetros cruciales, el ejercicio de comparar vidas y pesos tiene serias complicaciones conceptuales. La primera de ellas es que los pesos perdidos también son vidas perdidas: la pobreza y la falta de inversión pública también matan.
El segundo abordaje, por consiguiente, incorpora el efecto de la pobreza en el conteo de muertes. Este efecto es bien difícil de cuantificar en la práctica, entre otras razones, porque la pobreza es un problema dinámico. Por ejemplo: un niño pobre, en promedio, vive menos. Más aún: el hijo de un hogar pobre probablemente será pobre (la movilidad social, en Argentina y en el mundo en general, es muy baja) y también vivirá menos. Podemos jugar con la calculadora, pero hay tantos factores e incertezas involucrados que cualquier pronóstico será poco más que una adivinanza.
El tercer abordaje incorpora el efecto de las pérdidas económicas en la inversión pública. ¿Cuántas personas mueren en las rutas por falta de inversión todos los años? Más al punto: ¿Cuántos morirán por una inadecuada atención médica en el sistema público? De nuevo, más factores y más incertezas.
Hasta acá, entonces, el enfoque económico: vidas por dinero. Como se ve, requiere un supuesto heroico: que aceptemos cambiar una cosa por otra (y que sepamos cuantificar las opciones). Y esto sin ponderar el efecto de la decisión sobre el bienestar de los vivos.
Pero no todo es economía.
En el dilema del tranvía, un conocido experimento mental, una formación corre fuera de control. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará al tranvía por una vía diferente, en la que "solo" hay una persona atada. ¿Debemos pulsar el botón?
Para el decisor utilitario, la elección es simple: una vida por cinco vidas. Hay que apretar el botón. En la vida real, los voluntarios que responden en el laboratorio prefieren mayoritariamente no matar por mano propia (y dejar que el tranvía lo haga por la suya). Ahora estamos en la oficina del Presidente, que tiene que elegir si abre la cuarentena aumentando ("por mano propia") el conteo inmediato de muertes por contagio a cambio de salvar potencialmente muchas vidas (¿más o menos?) a lo largo del tiempo (¿cuánto tiempo?). En nuestro caso real, la cuarentena es el botón y la pobreza el tranvía. El problema que enfrentamos es moral, es decir, no tiene solución universal. Por eso, más que un problema es un dilema: porque un problema tiene una solución, pero un dilema tiene dos – y ninguna es satisfactoria.
Como si esto fuera poco, existen otros límites reales. Es fácil (y justificado) criticar la respuesta temeraria de Bolsonaro y López Obrador a los ruegos de los expertos, y de sus propios funcionarios y gobernadores, para imponer alguna variante del distanciamiento. Sin embargo, queda volando la pregunta: ¿Cuánta cuarentena toleran Brasil y México? ¿Cuánta cuarentena es realista imponer en países con alto grado de informalidad y hacinamiento, sin espacio fiscal para repartir cheques universales, sin capacidad estatal para contener a los sectores vulnerables? La pregunta del título no puede ignorar las condiciones de viabilidad.
Entre las opciones disponibles, Argentina adoptó la estrategia europea, la más humana de todas, pero no tiene los recursos de Europa. Y ahora enfrenta el problema de su sustentabilidad. La cuarentena nos impone un dilema moral: ¿matar o dejar morir? La epidemiología, la economía y la ciencia política nos permiten dimensionar los costos materiales de las opciones, pero no tienen una respuesta. La decisión es moral en el fuero íntimo y política en el fuero público. Por eso, cuanto más compartida y consensuada sea, menos daño nos hará y más rápido nos recuperaremos como sociedad.
Eduardo Levy Yeyati es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella. Andrés Malamud es investigador principal en la Universidad de Lisboa.