Coronavirus en la ciudad. Contención psicosocial, una de las demandas más frecuente en los adultos mayores
Al mes de inscribirse como voluntaria para asistir a los adultos mayores de la ciudad con alguna necesidad durante la pandemia, María Luisa Carlessi recibió el primer llamado para acompañar telefónicamente a una mujer de 74 años, que en las primeras charlas empezó a notar que se dispersaba. "Mi temor era que vivía sola –dice la voluntaria, que es psicóloga social–. Notaba su necesidad de estar acompañada. Me decía que estaba muy cansada de estar sola." Además, formó una red de contención con una vecina de la mujer. "Me ofrecieron retirarme de este acompañamiento porque está recibiendo ayuda profesional. Pero voy a seguir porque sé que le hace bien en este contexto."
En estos meses de pandemia, 21.000 adultos mayores llamaron a la línea 147 de la ciudad por alguna necesidad, desde asistencia alimentaria y sanitaria hasta digital. Y hubo 1200, de entre 60 y 96 años, que lo hicieron para solicitar algún grado de contención psicosocial por el aislamiento.
Es uno de los cuatro servicios más demandado por esta población en cuarentena, luego de la asistencia alimentaria, la orientación con el uso de dispositivos para comunicarse con familiares y amigos y la vacunación a domicilio, de acuerdo con los registros de la Secretaría de Integración Social para Personas Mayores del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la ciudad.
Soledad, tristeza, ansiedad, depresión, deterioro de las funciones cognitivas, alteración de las conductas, fragmentación de los vínculos familiares y ataques de pánico están entre las principales demandas que atienden 55 voluntarios. También se detectó un aumento de los síntomas de problemas de salud previos; en este caso, el motivo eran incumplimientos de servicios que debían garantizar sus coberturas.
"Hubo 1200 personas que desde finales de marzo se comunicaron al 147, opción 2, pidiendo contención psicosocial. A todos los llamó un psicólogo para evaluar cada necesidad y darles primeros auxilios psicológicos. En 650 casos, se indicó el seguimiento con un profesional o una charla social con alguno de los voluntarios preseleccionados", detalla Natalia Muti, directora de Promoción e Inclusión Social del gobierno porteño que coordina estas derivaciones.
Mientras que el 75% efectivamente necesitaba apoyo más profesional, un 25% necesitaba solo alguien con quien hablar. Esta posibilidad incluye hasta cuatro llamados, uno por semana, con el voluntario asignado. "No es un tratamiento, sino ofrecer contención frente a una situación excepcional –agrega Muti–. En los casos que los profesionales consideraban más graves, se hacía el nexo con la cobertura para garantizar el acceso a la asistencia adecuada o, si no tenían cobertura, se derivaba directamente a la persona al área de salud mental del Ministerio de Salud [porteño] para su evaluación y atención."
Los pedidos llegaron de todas las comunas, pero los barrios que están registrando más casos son Caballito (comuna 6), Palermo (comuna 14) y Recoleta (comuna 2).
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A Alicia Otazu, que se inscribió como voluntaria para el programa apenas comenzó la cuarentena, le asignaron a una mujer de 75 años que es abogada como ella, que pidió ayuda al 147 y que vive en uno de los barrios de la comuna 3, que está formada por Balvanera y San Cristóbal. Sus "charlas sociales" empezaron a finales de marzo y el vínculo que se generó hace que todavía continúen, más allá de esas cuatro llamadas y la asistencia psicológica ofrecida.
"Se cayó y tuvo una fractura de cadera antes de la cuarentena –cuenta Alicia, que ya hacía trabajo voluntario con una asociación de la Academia Olímpica Argentina–. Con la cuarentena, al estar muy sola, no está bien y no tiene a nadie. Puede prepararse la comida y hacer algunas tareas en la casa, pero tiene dificultades. Con esta cuarentena se fue enfermando un poco mentalmente. Sale solo cuando va a cobrar y el otro día, que vio que habían abierto los cafés y los restaurantes, se sentó en una de las mesas en la vereda y estaba feliz. Me llamó y no dejaba de contarme cómo había disfrutado ese momento. Estaba muy feliz con algo tan simple que había perdido en estos meses."
Ambas se comunican todos los días. Alicia le saca los turnos que necesita y pide ayuda con las compras u otro tipo de requerimientos, de lo que se encargan voluntarios de otras áreas. Si advierte algo que demande ayuda profesional en esas conversaciones diarias, lo transmite al equipo de Muti.
Lo mismo hace María Luisa, a quien hace poco le asignaron a una mujer de 61 años, a la que le cuesta atravesar el duelo por la pérdida de sus padres antes de la pandemia. "Tiene una vida muy dinámica, pero extraña la vida social más activa y vive sola. Iba solo al supermercado. Recién ahora está saliendo un poco más", dice la voluntaria.
Y reflexiona que la soledad y el encierro potencia el malestar psicológico o las enfermedades psiquiátricas con un virus que no se sabe hasta cuándo durará. "Es poder acompañar a una persona que la está pasando mal. Y hay muchas sin herramientas para sobrellevarlo. Por eso, a las dos personas que me asignaron les dije «Llamame que no me molesta»."
Muti explica que esa es la finalidad de la charla social. "Es tener del otro lado con quién hablar. Y evaluamos que quien escucha cuente con ciertas herramientas para poder hacerlo. En este caso son los voluntarios de la comunidad y organizaciones de la sociedad civil", dice.
Las actividades presenciales que la Ciudad ofrecía para los mayores se detuvieron en marzo cuando se declaró el aislamiento. Este coronavirus que causa Covid-19 afecta más gravemente a la población de más de 60 y con afecciones crónicas. Esas actividades se terminaron redefiniendo en una batería de nueve servicios esenciales tras un relevamiento entre 1800 usuarios habituales.
"Lo importante de estos sistemas es que, en un momento difícil, hay alguien del otro lado de una línea que se identifica y puede brindar desde una charla hasta una ayuda más puntual. Y que venga del estado es positivo en salud mental", opina el gerontólogo José Jáuregui, presidente electo de la Asociación Internacional de Geriatría y Gerontología. "Lo segundo es la posibilidad de detectar a tiempo si alguien que está solo tiene necesidades emocionales o está en riesgo, además de permitir facilitar el vínculo con la familia. Es transformar el aislamiento y la soledad en algo más llevadero. A la vez, sirve para detectar y georreferenciar a personas con carencias."
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