Coronavirus: Axel Kicillof, de joven maravilla a dolor de cabeza para Alberto Fernández
Era el joven maravilla y hoy es un dolor de cabeza. En seis meses ese fue el camino que recorrió Axel Kicillof en la consideración de Alberto Fernández.
Todo cambió desde octubre pasado hasta este abril apocalíptico, en el que el epicentro de las preocupaciones presidenciales por las consecuencias del Covid-19 está, justamente, en la provincia que administra el protegido de Cristina Kirchner. Sobran los elementos para entender la magnitud y las dimensiones del problema.
Kicillof, sin embargo, no es la única complicación que el cristinismo le viene causando al Presidente desde que este encontró (y aprovechó) en la crisis sanitaria una centralidad absoluta, que se traduce en niveles siderales de popularidad. También hacia dentro de la coalición oficialista el mundo cambió y muchos no se encuentran cómodos en su nuevo lugar. El aislamiento social puede causar traumas y desatar fobias. Aún más para quienes imaginaban un tiempo de expansión para sus respectivos proyectos. Y ahora están en cuarentena.
En ese contexto también debe inscribirse el factor Kicillof, cuyo proyecto diferenciador se exhibió desde el inicio de su gestión. Y despertó las primeras alertas al mes de su asunción con el otro tema de candente actualidad: la reestructuración de la deuda en moneda extranjera. Allí se dio la primera revisión de la consideración de Fernández sobre Kicillof. "No es fácil, pero está muy preparado, es capaz y honesto. Va a hacer un buen gobierno". Así podría sintetizarse aquella corrección a la baja. Se había quedado corto.
El Presidente no imaginaba, entonces, que llegaría a tener que pedirle a su vicepresidenta que lo ayudara con su preferido, como debió hacer recientemente. Eso le escucharon decir a Fernández al menos tres de sus interlocutores habituales. Como se ha visto en las últimas dos semanas, Fernández le dedica casi tanto tiempo a la provincia de Buenos Aires como al resto de las cuestiones emergentes del nuevo coronavirus. Tiene lógica. Es el distrito donde se concentran los principales riesgos, la mayoría de los problemas y al que se le asigna la mayor cantidad de recursos de toda índole. Pero no es solo eso.
Al Presidente se lo ve ocupando funciones que exceden su responsabilidad para suplir tareas propias del gobernador. Es el resultado de la forma de ejercer el poder de Fernández y del estilo de Kicillof. A uno le gusta estar en todo y hablar con todos. El otro no quiere que nadie se entrometa en lo suyo y solo confía en los propios. "No se deja ayudar, solo confía en los cinco o seis de su riñón. No escucha ni a los ministros que le puso Cristina. Y, encima, critica al gobierno nacional, especialmente su gestión económica, justo cuando Alberto más necesita de Martín Guzmán", explica un ministro nacional. El suyo es un canto que al unísono entona cualquiera que tenga algún interés en el territorio bonaerense dentro del multifacético Frente de Todos. Difícil encontrar tanta unanimidad sobre cualquier otro tema.
La reciente foto del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, con el gobernador debe verse como la estrategia de mitigar daños. Los cuestionamientos provienen de funcionarios nacionales, de intendentes en quienes confía el Presidente, sean oficialistas u opositores. No se diferencian los principales voceros de las organizaciones sociales. Mucho menos, la mayoría de los legisladores. Podría ser previsible si no se sumaran dirigentes de La Cámpora. Ellos son destinatarios de la misma desconfianza y del mismo destrato que sufren representantes de la histórica rosca política bonaerense.
Esa realidad indica que si la provincia ya era un espacio de necesidades infinitas, la llegada del coronavirus llevó a niveles extremos su vulnerabilidad.
El territorio bonaerense sintetiza la gran paradoja argentina: es el principal distrito productivo (aporta más de un tercio del total de divisas que ingresan al país) y el que reúne la mayor cantidad de habitantes bajo la línea de la pobreza. La problemática es estructural y no es culpa de este gobernador ni de quien lo procedió. Pero a Kicillof le estaría costando encontrar la manera de cambiarla y de gestionarla, como pretende y prometió.
Una vez más, como ya lo hizo Néstor Kirchner en su mandato, el Presidente articula relaciones y asigna recursos en una relación directa con los intendentes. Esta vez la diferencia es que el gobernador no es víctima sino también artífice de ese by pass político-administrativo. Por exceso y por defecto. La última de las preocupaciones que los intendentes le transmitieron al jefe del Estado es la inquietante respuesta que recibieron de Kicillof a uno de sus problemas más acuciantes: el pago de los sueldos. La caída de la recaudación impacta de lleno en las arcas municipales. No solo vieron reducidos a menos de la mitad los ingresos propios, sino que los recursos por coparticipación disminuirán a niveles que hacen imposible afrontar los gastos. Ante ese panorama, los intendentes dicen que el gobernador no les aseguró que contarán con auxilio, sino que les respondió que revisaría la situación comuna por comuna. Control total, desconfianza y urgencias son los ingredientes de un cóctel peligroso. Los jefes comunales que hablaron con Fernández dicen que este, en cambio, les prometió los recursos, no solo para hacer frente al pago de sueldos, sino también para asistir a los vecinos afectados económicamente por la cuarentena. Incluidas las capas medias que empiezan a presionar por su crítica situación.
La magnanimidad de Fernández parece no tener límites. Como si el Estado nacional no estuviera en "default virtual". La idea de deus ex machina vuelve, otra vez, reformulada en "el Estado es Dios desde la máquina "(de fabricar billetes). Algo vendrá de afuera a resolver el problema. La tendencia al pensamiento mágico no es propia de ninguna gestión. Sean gobiernos populistas, neoliberales, de CEO o de científicos. Siempre hay un elemento para sostenerlos. Las circunstancias externas que todo lo cambian son recurrentes. Es parte de lo que ocurre en la interna del oficialismo. Kicillof no es el único problema que le causan a Fernández sus socios kirchneristas. La emergencia de su liderazgo se produjo demasiado temprano y alteró planes. En particular, del cristinismo. Nadie sabe cómo saldrá el Presidente del desafío que está transitando. Pero todo es presente. A los cristinistas que aspiraban a un mayor protagonismo ahora y que tenían en su horizonte las elecciones de 2021 para asfaltar el camino a 2023, se les cambió abruptamente la hoja de ruta. Tal vez el recambio generacional deba esperar.
Las opciones que se abren desde que el coronavirus cambió el mundo no permiten augurar procesos lineales. Si las cosas salen bien, el regente puede convertirse en monarca. También puede sufrir el desgaste de una guerra demasiado costosa, aunque termine ganándola. Churchill y Bush padre son casos a tener en cuenta, como recordó Andrés Malamud recientemente.
Una consecuencia de ese cambio de escenario son algunos proyectos del cristinismo duro. Pero los intentos de recuperar protagonismo chocaron contra la táctica de Fernández: pisar la pelota desde el centro de la cancha. Así es el derrotero que siguieron las iniciativas más extremas de creación de impuestos extraordinarios. Rápidamente se vieron moderadas y ralentizadas.
El Presidente saca partido de esos desbordes. Pero le insumen tiempo y esfuerzo, que no sobran en medio de la emergencia. Además, debe lidiar con cuestionamientos e ineficacias que provienen desde los preferidos de la vicepresidenta.
Un destinatario de esas críticas es el virtual delfín albertista, Santiago Cafiero, visto como una amenaza por la juventud cristinista. La edad puede volverse una commodity, y el agregado de valor de ser el alter ego presidencial, convertirse en un diferencial decisivo.
Cristina y los suyos también se ocupan de potenciar yerros de sus adversarios internos. Es el caso de Alejandro Vanoli, que llegó a la Anses por su ADN cristinista, pero que perdió su apoyo cuando le quitó poder al camporismo en el manejo de una cuantiosa caja. Curiosamente, esa disputa lo salvó de la caída como responsable del quizá mayor error del Gobierno durante la cuarentena: las largas filas de los jubilados en los bancos. "Marquen a los nuestros", solía decir un maestro del periodismo deportivo ante cada error no forzado. La falta de eficiencia en las áreas a cargo del camporismo es la réplica de albertistas con responsabilidades de gobierno. Las internas políticas suelen ser patógenos más resistentes que muchos virus. Es una parte importante de los problemas que ocupan al Gobierno, aunque haya otros más relevantes y urgentes.
Mientras Fernández promueve la cooperación internacional, puertas adentro de su espacio debe ocuparse de las rivalidades. Los tiempos de crisis extremas son fértiles para las paradojas.
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